«VÍA LIBRE»: Las charlatanas del amor - Mujer es Más -

«VÍA LIBRE»: Las charlatanas del amor

Ingenuidad contra conciencia, una batalla de pareja. 

Abro la puerta de mi departamento y, como una ráfaga, entra mi amigo Horacio.

 

Con un rápido ‘hola’ me empuja y va directo hacia el refrigerador. Avienta su mochila contra mi sillón, se desprende de sus lentes de sol y con respiración agitada se bebe media cerveza de un trago, mientras me hace señas de “no te la vas a acabar”.

 

Se sienta y me dice muy serio: Acabo de encontrar a la mejor bruja del mundo.  Es de Costa Rica, de un pueblo que se llama Alajuela y de allá son las mejores del planeta. Mejor que las de Catemaco”.

 

Pone los brazos en jarrita y, como todas las jotitas caprichosas, me dice con vocecita de caricatura y cara de puchero: “No te burles de mí. Ya sabes que me gustan esas cosas y a ti no, pero no te rías”.

 

Casi se pone de rodillas para que vaya con él a ver a la famosa pitonisa/bruja/maga/adivinadora/chamana/embustera/charlatana/engañabobos/etc.

 

“¡Áaaaaaandale!  ¡Vamos!”.

 

Con tal de no seguir escuchándolo, acepto ir, mientras él brinca de alegría con muchos: “Viva, viva” y aplausos.

 

El ‘consultorio’ de la mujer es un departamentito en un edificio “equis” de una colonia en la Ciudad de México. Puerta de lámina, cortinas muy pesadas y rojas de terciopelo impiden llegar a la luz que viene de fuera y el olor a gato es horrible. Cuatro de éstos me rodean y me dan la vuelta a la pierna, como diciéndome que ahí no hay lugar para los escépticos.

 

Aparece la ‘iluminada y santa mujer’ y nos invita a sentarnos. Horacio es toda emoción y nervios. Sus dedos no paran de tamborilear y se moja los labios como si lo fueran a besar.

—¿Quién quiere ser atendido primero? —pregunta la señora.

—Yo, le digo.

Y mi amigo abre ojos del tamaño cazuela de arroz y la mira, me mira, la mira, me mira… y  me dice:

—¿Tú?

—Sí, yo, le contesto. 

—Leáme las cartas doña…

—Sylvia —me dice arrogante —Sylvia con “y” griega por favor, me aclara.

—Ándele pues, doña Sylvia, léame las cartas.

 

Hago todo el ritual de por mí, por mi pasado, por mi no sé qué más, y parto las cartas. Ella elige un grupo de las mismas y me dice:

 

—Estás pasando por un mal momento  (éste, pienso para mis adentros). Sin embargo, veo que pronto llega a ti la felicidad (cuando salga de aquí, pienso).

 

Tienes que ser más relajado y pronto tendrás a la pareja esperada. Horacio lanza un tímido: ¡Yeiii! Sigue atento, mientras me sonríe y me guiña el ojo muy feliz.

 

Debo aclarar que paso por malos momentos como todo el mundo, pero nada que determine un estado o un caso de infelicidad. Mi novio y yo recién cumplimos tres años de luchar todos los días por mantener la armonía y la felicidad juntos. Somos dos hombres contentos el uno con el otro. Pero aquí viene lo bueno.

 

Sylvia “con y griega” me dice: “Aquí aparece una mujer, debe ser tu esposa, porque no es tu hermana ni tu mamá, ni una amiga cercana. Debe ser tu novia o tu esposa. La veo triste porque parece ser que tiene problemas de salud. Esta otra carta dice que pronto superará esos problemas y que tú y ella podrán tener el hijo que esperan, o uno más de los que quizás ya tienen”.

 

Me levanto de la mesa y le digo a Horacio: “¿Te espero afuera, o nos vamos ya?”. La cara de Horacio es de sorpresa, susto, pena, culpa, miedo de lo que le voy a decir al salir de ahí. Le paga a Sylvia y ella sin remordimiento toma los billetes.

 

El camino de regreso a casa fue un martirio para Horacito. No paraba de decirme: “Manito y ¿si te invito a comer?” (silencio). “Oye amiguis y ¿si vamos al cine?” (silencio).

 

“¡Ay, yaaa, dime algo, no seas así!”. Mis miradas —en silencio— lo decían todo y lo asustaban más.

 

Al bajarme del taxi le digo a mi ingenuo amiguito: “Lo único que veo en tu futuro es que no te la vas a acabar conmigo, al menos un mes”.

 

Horacito respira hondo y se lleva la manita al pecho, entrecierra los ojos y dice casi musitando: “Ok, ok, ok”.

“Vámonos señor, por favor”.

 

 El chofer sonríe conmigo y me dice: “No sea malo joven, ya perdónelo”.

 

Raúl Piña es egresado de Ciencias de la Comunicación (UNAM). Extrovertido, el mejor contador de chistes y amante de las conversaciones largas.  Fiel a su familia, de la que adopta honor, valor y mucho corazón. Vive en Toronto, Canadá, desde hace 20 años, pero sus raíces sin duda son 100% mexicanas. Escribe como le nace y como dijo Ana Karenina: “Ha tratado de vivir su vida sin herir a  nadie”. 

 

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