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«POTENCIAL»: Deshonestidad académica

El plagio de los estudiantes ya depende en gran medida de la web. 

En estas semanas se conoció el caso de una estudiante a la que el Colegio de México sacó de su programa académico por cometer un plagio intelectual. La mayoría de las universidades tienen en sus reglamentos académicos una sanción para este delito, como lo tienen para quienes, por ejemplo, consuman alcohol durante una práctica profesional, ya que somos responsables de los ambientes de aprendizaje.

 

En una Universidad no se dan clases, se diseñan experiencias de aprendizaje que constan de un universo mayor a las clases en los salones. La experiencia incluye las actividades deportivas, artísticas, congresos, conferencias, lo que ocurre en las bibliotecas y en las asociaciones estudiantiles.

 

La querella de la alumna se basa en una falacia: que la universidad no puede sancionar una conducta indebida, y que esto es responsabilidad de los juzgados. Más allá de lo que pueda decir el Poder Judicial, es muy importante saber que el prestigio de nuestras universidades lo construimos maestros, alumnos y administrativos.

 

Una falta como plagiarse un trabajo, no sólo es un delito, es primeramente una conducta antiética en un universo donde los valores y la civilidad están en la médula de la institución, pues uno de los ejes de la modernidad es justamente la creación de las universidades en el mundo occidental.

 

Hay maestros que sabemos que la máxima autoridad en el salón de clase somos nosotros y que aquellos huecos en el reglamento los debemos subsanar con decisiones bien fundamentadas. Nos orientan los reglamentos, la misión de nuestras escuelas y por supuesto la ética, que nos compromete con el país entero.    

 

En faltas graves la deliberación es colegiada, como sucedió en el caso de plagio intelectual, ya que la expulsión o el declinar un grado es una sanción mayor, que protege el prestigio de la Universidad, y es la respuesta a la sociedad de la demanda generalizada de formar personas íntegras.

 

Cuando un estudiante obtiene un grado, comparte con su universidad el prestigio. Como saben los reclutadores, no es lo mismo ser egresado de cualquier Universidad. Así que el retirarle el grado a un estudiante es retirar el aval de que es un egresado probo. En mi opinión, la determinación de sacar a la estudiante del programa es un acto de transparencia frente a la sociedad, que vela por la calidad de la educación y la misión formativa de la misma, independientemente de la sanción del sistema judicial.

 

Cada vez es menos frecuente, pero algunos, pocos alumnos se consideran a sí mismos como los clientes directos de un profesor en el salón. No es así, nuestro cliente es la sociedad entera, a la que prometemos un egresado o egresada con perfiles específicos de su área disciplinar, pero también con importantes valores que se dejan claro durante las ceremonias de obtención de grado.

 

Me queda claro que la presión de trabajo, ahora que estamos llegando al cierre de los semestres, hace que los alumnos recurran a un instrumento de su tiempo: lo que está en la web. Algunos de los más famosos plagiadores de los últimos tiempos han recurrido a la tecnología de la palabra anterior: un libro, que no se puede encontrar en la web, pero siempre hay alguien que lee, que identifica y que puede reclamar a la universidad que sancione  a quienes tienen conductas poco éticas. 

 

Cualquiera que sea la determinación de la Corte, la joven está castigada y es conocida por su conducta antiética por sus colegas, no tiene futuro profesional. Espero que tampoco tenga futuro político.

 

 

Genoveva Flores. Periodista y catedrática del Tec de Monterrey.

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