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«COLUMNA ESPECIAL-OCTUBRE ROSA»: El cáncer no siempre significa sentencia de muerte (4ª y última)

“El día que se me empezara a caer el cabello podía perderlo todo en un día”.

Después de someterme  a seis cirugías en menos de un mes y unas cuantas semanas para ponerme de pie, recuperar un poco de fuerzas y empezar un largo y duro tratamiento de quimioterapia (30). Por suerte sólo habían encontrado metástasis en 40% de los ganglios de mama derecha, no hubo metástasis ni por cáncer de endometrio, ni páncreas. Pero era la guerra contra el tiempo.  

 

30 quimios divididas en 5 días seguidos, por seis ocasiones, cada cuatro o cinco semanas, el primer día de cada ciclo. Era hacer análisis y alrededor de cinco horas de aplicación de  medicamentos, en el catéter puerto con reservorio implantado quirúrgicamente en el pecho; de otra manera mis venas de brazos no hubieran resistido,  se hubieran colapsado y no hubiera sido posible suministrar el tratamiento completo.

 

Las  enfermeras del centro oncológico “Diana Laura Riojas de Colosio”  siempre fueron amables, humanas y cariñosas,  pero aún así el proceso  era por demás tortuoso. Las primeras cinco quimios creí morir, pensé en renunciar y dejar de luchar; ya no podía más, pero por fortuna el segundo ciclo fue un poco menos duro,  porque ya entonces tomaba mi medicina de respaldo, el tratamiento de ácidos grasos y omegas intravenoso con el Dr. Bárcenas que mi querida hermana Alita había buscado y encontrado al ayudarme a soportar la quimioterapia. 

 

Alrededor del segundo mes de la quimio, mi cabello empezó a resecarse, mi médico, el Doctor Roberto De la Peña, oncólogo clínico, me comentó  que era bueno tener  preparada una peluca y/o gorros,  y alguien más me comentó que el día que se me empezara a caer el cabello podía perderlo todo en un día, nunca lo creí,  pero así fue. El día que mi almohada amaneció llena de cabellos quise peinarme pero ya no pude. El cepillo se llevaba mechones completos, sólo el pasarme los dedos por la cabeza hacía caer el cabello. Empezó a dolerme el cuero cabelludo y sentía como si me quemaran la cabeza o alguien tirara con mucha fuerza. El doctor me explicó que era mejor raparme, ese mismo día fui con mi estilista de toda la vida y me rapó.  

 

Para una mujer no hay nada peor que perder el cabello, por lo menos para mí fue algo muy fuerte. No sé si eran las circunstancias, el desgaste que llevaba encima, el caso es que me sentía fatal. Era como si fuera otra persona, ni yo misma me reconocía, ni siquiera quería verme al espejo. Entre el montón de cicatrices en el cuerpo y ahora la falta de cabello, era como si fuera un personaje de la peor película de espantos. En ese momento pensé si hay algo peor que el cáncer es la quimio, y si hay algo peor que la quimio es quedarte sin cabello, sin cejas, sin pestañas. Cuando tenía cabello podía arreglarme un poco, maquillarme, peinarme y nadie en la calle se enteraría que tenía cáncer y yo podía imaginar llevar una vida normal, aunque fuera una ilusión, pero al no tener cabello, ni cejas ni pestañas, el espejo mismo me recordaba en todo momento mi gran infortunio.

 

Pero no hay mal que dure 100 años. Pasan los meses y se va uno acostumbrando, mis hermanas,  Tita especialmente, y mis amigas me regalaban gorros de todo tipo, formas y colores; pañoletas. Una paciente del centro oncológico me enseñó cómo cubrir la cabeza sin riesgo de perder la pañoleta, tenía para cada día, para toda ocasión, y una peluca que las primeras veces que me la puse fue una experiencia  horrible.  Me recargué en un sillón durante una reunión con amigos que no sabían que tenía cáncer y menos que ya no tenía cabello. La peluca se me movió: quería morirme, además sudas mucho; llega un momento en que lo único que quieres es quitártela, ya no importa si alguien ve que no tienes ni un cabello; yo procuraba traer un gorro en la bolsa y así lo hacía, inclusive a media calle.

 

Pero lo de menos llega a ser la falta de cabello. Los síntomas y malestares de la quimio en momentos son insoportables y extremos, y cada paciente reacciona de manera diferente. A mí me dijeron que tendría dolores de huesos, de estos hubo, pero nada comparado con el dolor de dientes, que  era tan intenso y agudo que  no me dejaba ni dormir. Quería que me los quitaran todos, las náuseas, los mareos, la vista nublada casi todo el tiempo, los dolores de cabeza, los sangrados por el estreñimiento. Los medicamentos hacen que vayas al baño, meses y meses con laxantes y alimentos riquísimos en fibra, pero ni así, hasta ir al baño se convierte en la peor de las torturas, pero todo pasa… y pasó. 

 

Ahora sé que fui muy afortunada por haber contado con un seguro de gastos médicos,  lo que jugó a mi favor, en tiempo y en recursos, por eso tuve la oportunidad de consultar varias opiniones médicas y el privilegio de acceder con rapidez y oportunidad a un tratamiento exitoso. De haber dependido del ISSSTE, difícilmente la hubiera librado y salido airosa de los tres cánceres, no sé si hoy lo estaría contando.  

 

En ese momento no tenía la prestación ISSSTE. Hoy soy derechohabiente de éste y es toda una pesadilla ser paciente de este Instituto. Tardaron meses en proporcionarme una cita con un oncólogo, sólo para revisiones periódicas. Unos días los doctores niegan la consulta médica, otras ocasiones el hospital pierde los resultados de los  análisis, o de plano el médico oncólogo no quiere hacer recetas, ¿por qué? Porque no tiene ganas, o nos hacen sufrir a mí y a varios pacientes más por el desabasto de medicamentos como el Letrozol, cuando declaran por todos los medios que no existe desabasto alguno. Éste es un medicamento que debo tomar por cinco años para evitar que regrese el cáncer de mama y cada mes es un proceso tortuoso y desgastante en extremo físico y emocional, es como si los doctores y funcionarios del ISSSTE perdieran de vista que sólo son administradores de una institución, que precisamente debe velar por el bienestar y la salud, física y mental de los derechohabientes, con mayor énfasis en los pacientes crónicos y de alto riesgo, como son los de cáncer. Sólo quisiéramos un trato digno y humano, no pedimos mucho.  

 

Lo que todo mundo me decía, pasó: el cabello volvió a crecer, las pestañas, poco y pocas, las cejas apenas, pero por suerte hay maquillajes y casi no se nota, ahora casi soy zurda, por la disección axilar radical, he terminado varias veces en urgencias con golpes, esguinces y contusiones por caídas, pero cada caída me hace levantarme con más fuerza. Recuperé mi peso, tomo fisioterapia de brazo derecho y piernas, y estoy bajo observación médica permanente. Todo mundo tiene citas, compromisos, yo tengo consultas médicas, veo doctores casi todo el tiempo, pero lo tomo con filosofía y con buena actitud, si no puedo cambiar mi realidad, sí puedo cambiar la manera de enfrentarla.  

 

Cambié mis hábitos alimenticios, no como prácticamente nada de lata y lo menos posible de  alimentos procesados. Me preparo desde una mermelada, hasta una salsa y mi propia leche de almendras. Procuro caminar lo más que puedo, oxigenar mi cuerpo y mi mente y hasta mi corazón. Trato de ser mejor ser humano cada día, con las personas que quiero y que me quieren. Intento disfrutar cada instante de mi vida como si fuera el último, no vivo obsesionada con el regreso del cáncer, pero sí estoy pendiente de alguna alerta,  estoy vigilada estrecha y regularmente, por los médicos.

 

Ha sido un proceso largo y difícil en todos los aspectos, de mucha entrega física y emocional. Ahora procuro deshacerme de la inmensa carga de dolor físico y emocional que llevé encima por un par de años, de recuperación en todos los sentidos, de cicatrización del cuerpo y del alma. Sigo adelante con mi vida, sí, claro que soy otra persona, una que aprendió a valorar en toda la extensión de la palabra y de los hechos el bien más preciado de este mundo: la vida.  

 

  

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