«VÍA LIBRE»: Las reinas de la noche - Mujer es Más -

«VÍA LIBRE»: Las reinas de la noche

“…no te quiero volver a ver por aquí; no bajo éstas circunstancias”. 

La primera y la última cara que vi en la Clínica 32, después de un aparatoso accidente donde me rompí la clavícula, me abrí la mandíbula y me golpeé los pulmones, fue la de Aurorita

 

Me entregan con ella en la camilla y me da la mano mientras lloro de dolor y miedo.

 

Mientras llegan mis padres que angustiados han recibido la noticia, Aurora no deja de mirarme como si fuera su hijo; un hijo desobediente, claro.

 

“¡Ah que muchacho!, ¿pues dónde andabas? ¡Mira cómo estás! No te asustes, todo va a estar bien. El doctor ‘X’ ya viene a verte. A ver, pon la pompa, que te voy a poner una inyección”.

 

Obedezco como si Aurorita fuera un general del ejército. Es severa pero amorosa. Es dura pero complaciente. Es brusca pero compasiva. Estoy en su territorio y ella manda.

 

Después de una parranda con amigos, se nos ocurrió –a los estúpidos 19 años– ir al mirador del  Ajusco. De esas veces en que te sientes invencible e inmortal. Cuando el mundo te pela los dientes y una botella de alcohol te da más valor.

 

Los análisis dan alcohol

de que ha bebido nuestro conductor

debido a su mal estado

al final hemos chocado

después de tanto ruido

hemos salido como hemos podido

del coche destrozado

no entiendo nada, estoy tan atontado

no ha habido graves heridos

de esta hemos salido vivos

 

Y es que siempre estamos viviendo de noche

siempre tomando cosas

viajando en choche

siempre acompañando a la madrugada

que a veces nos enseña su mala cara

(Veni Vidi Vici)…

 

Cuando me dan de alta a las 4 am, Aurorita sigue a mi lado. No se ha separado para nada de mí. Me entero de que está haciendo una doble guardia porque una compañera tuvo un contratiempo.  La próxima semana se la cobra porque aquella tiene una boda a la que no piensa faltar. Sus ojos no asoman nada más que cansancio, pero no deja de hablar ni de sonreír. Lleva 22 años de servicio y dice que es lo que más le gusta hacer. 

 

A veces es bonito dar buenas noticias a nuevos padres, y a veces hay que decir que “se hizo lo que se pudo, pero el paciente se nos fue”. Pero no siempre es miel sobre hojuelas. Una se acostumbra a todo esto y no es que nos hagamos duras, pero no puedes llevarte todo lo que pasa aquí a tu casa, porque si no, acabas loca, relata. 

 

Me dice que también tienen compañeros enfermeros que son muy buenos con ellas. Las ayudan a cargar lo más pesado y la mayor parte del tiempo se sienten protegidas cuando ellos hacen la guardia de madrugada junto con ellas.

 

Han pasado casi 3 horas desde que llegué, y aunque se ausenta de “mi cuarto”, no deja de darse una vuelta de vez en vez.

 

Entre el frío de mi camilla y tanta luz blanca de hospital, no me siento sólo. Tengo a Aurora conmigo. Me siento muy protegido.

 

De pronto la escucho reír con sus compañeras que cuentan que el nuevo interno “tiene unas pompotas que dan ganas de morderlas”, y que el subdirector cada vez se pone más neurótico cuando las encuentra echando chisme.

 

Cuando me lleva a los Rayos X, veo que dos enfermeras están dormidas sobre un escritorio y sólo cubiertas con un suéter. “Llevan 36 horas sin parar –me dice Aurora–, ¡pobrecitas!, ni tiempo han tenido para comer.  

 

Me entrega con mis padres como quien entrega a un hijo en el altar. La tomo de la mano y le agradezco mucho todo. 

 

Me dice: “No te quiero volver a  ver por aquí; no al menos bajo éstas circunstancias”.

 

 

Nunca regresé a ver a Aurorita, pero aún con paso del tiempo, no es tarde para darle las gracias a todas y todos esos enfermeros que sacrifican su vida por ayudar a los demás. Su vocación significa fuerza de resistir días y noches sin dormir, siempre al pie de nuestras camas de hospital o de una casa.

 

*Dedicado a Mónica Dimas, quien realiza con dignidad la profesión de enfermera, con pasión y entrega todos los días. 

 

Raúl Piña es egresado de Ciencias de la Comunicación (UNAM). Extrovertido, el mejor contador de chistes y amante de las conversaciones largas. Fiel a su familia, de la que adopta honor, valor y mucho corazón. Vive en Toronto, Canadá, desde hace 20 años, pero sus raíces sin duda son 100% mexicanas. Escribe como le nace y como dijo Ana Karenina: “Ha tratado de vivir su vida sin herir a  nadie”. 

 

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