El hartazgo es mayúsculo, se puede convertir en un movimiento social.
Participo en un Congreso de Movimientos Sociales, así que he escuchado ponencias de todo tipo durante esta semana y presentaré una de los murales de los Caracoles zapatistas, por ello dedicaré la reflexión a la piel herida de América Latina y las mujeres de múltiples militancias.
Todos los movimientos de los que se ha hablado durante la semana parten de un herida que rasga el tejido social, sea por causa de la violencia de género, la criminalización de la protesta social, la pobreza o la riqueza, por ejemplo de minerales en tierras que antes era una reserva. De manera tal que, como lo dijo un ponente hoy “ni los desiertos están a salvo”.
Lo que queda claro, siguiendo la geografía de los movimientos sociales en México, es que estamos cerrando un prolongado círculo hacia atrás, más de un siglo atrás, por la vía de la implantación de un modelo neoliberal salvaje, si se mira con los ojos de las poblaciones rurales o los sectores urbanos menos desfavorecidos, o de actores políticos que, como los jóvenes, no tienen cabida ni discurso en el sistema político mexicano.
El panorama actual de la economía mexicana es el de una estructura cada vez más dominada por los capitales extranjeros, en el sector energético los españoles con el gas natural, y muy pronto los ingleses, norteamericanos, noruegos por la vía de privatización de Pemex. También aparecen empresarios nacionales. Grupos económicos mexicanos que cada vez más concentran su poder reuniendo ecosistemas de negocios de muy amplia gama. Y más de la mitad de la población en pobreza o pobreza extrema. La disparidad social es el signo de México después poco más de tres décadas de neoliberalismo.
Puestas así las características, se parece mucho al escenario del México del Porfiriato, por eso es que estamos trazando un arco hacia atrás, sólo que hay una diferencia fundamental: la población de México se ha convertido de rural a urbana. Estamos de hecho perdiendo al campesinado, y mutando hacia una población no de productores, sino de consumidores. Millones de pobres que ya no tienen tierra para producir sus pobres alimentos de subsistencia, habitantes de los cinturones de miseria que rodean las grandes ciudades y que organizan sus miserables vidas en la exclusión social.
La pérdida de dinamismo del campo mexicano es un mal mayor en términos sociales y políticos. Las implicaciones económicas, severas, son infinitamente menores a las consecuencias nacionales: la insuficiente producción de maíz y frijol en el atrasado campo mexicano por el descuido obligado de las políticas de desarrollo, ha hipotecado nuestra ya de por si vapuleada independencia. Tenemos que comprar nuestros alimentos. Además este abandono ha impedido una correcta articulación entre los productores y los grandes mercados. La cantidad de intermediarios (coyotes), hace imposible los Farmer markets que son la delicia de las ciudades grandes en Canadá o Nueva Zelanda.
La protesta social organizada es la respuesta a las brutales condiciones en las que sobrevive la mayoría de la población en América Latina. Y cuando el hartazgo es mayúsculo, se puede convertir en un movimiento social. Ya no hay comunismo, no hay socialismo, pero los estados siguen viendo en éstos movimientos un peligro. Pero el peligro auténtico está en no resolver las causas, en no curar la herida.
Ayer, por todas las ciudades de América Latina se protestó contra la violencia hacia las mujeres, que en el Estado de México y en Puebla ha alcanzado niveles alarmantes. El único punto de comparación posible es Ciudad Juárez, la llaga más profunda en el tejido social por la pobreza y la exclusión.
Con énfasis reitero: tenemos derecho a una vida libre de violencia, y vamos a luchar por ello. Y si esto renueva la militancia en el movimiento de las mujeres. Me parece muy bien.
Genoveva Flores. Periodista y catedrática del Tec de Monterrey.