Tres cintas clásicas en la historia del cine; tres mujeres.
Grace of Monaco:
Amo las biopics, sobre todo si son sobre cine, y Nicole Kidman es una de mis dilectas, pero “Grace of Monaco” (Dahan, 2014) simplemente no funciona. Es como si fuera “El Discurso del Rey”, pero en femenino (lo que habla muy mal de la idea de mujer de los escritores).
¿La exactriz y aún aspirante a amada princesa se sobrepone a la ‘discapacidad’ de su género y antigua profesión para salvar a Mónaco de las garras fiscales francesas? ¿Y para lograrlo debe renegar de su propia identidad y vocación, y poner en su lugar al maloso de De Gaulle a punta de discursos en un baile de gala? I don’t think so.
Ni siquiera sé si el episodio tiene alguna fundamentación histórica, pero el machismo mal disfrazado del sustrato del argumento lo hace totalmente repelente.
The Girl
The Girl (Jarrold, 2012) es una biopic sobre Tipi Hedren y su enfrentamiento con Hitchcock… No es la gran cosa, me temo. Con todo, los trabajos actorales son estupendos; Toby Jones y Sienna Miller hacen muy convincentes caracterizaciones, en el marco de una producción razonablemente profesional… No, el problema está en otra parte.
La dirección es inocua, sin fibra y sigue al pie de la letra un guión que respira despecho y ánimo de represalia por todos los poros. Es una ‘bio-hate’ clásica, hecha con la finalidad de destruir al objeto del libro o film (quien usualmente ya no vive para poderse defender).
Del mismo modo que “Mommie Dearest” (Perry) destroza a Joan Crawford, o “What’s Love Got To Do With It” (Gibson) hace lo propio con Ike Turner, “The Girl” es un misil dirigido contra Hitch.
Y ni siquiera discuto si estos bio-hates son realistas (sin duda contienen una dosis considerable de verdad), pero tienen en su enfoque, emocional y sesgado, el principal defecto para lograr una narración empática… Se vuelven maniqueos alegatos, buenos si acaso para los temperamentos más simples.
Lo interesante aquí es que el film asegura que no sólo se basa en el testimonio de la ‘víctima’ (Hedren en este caso), sino en la sección pertinente de la monumental biografía de Donald Spotto, obra esa sí, reconocida y respetada por tirios y troyanos.
Entonces, aclarando paradas: Sí, Hitchcock tenía una obsesión no del todo sana con las rubias (simplemente vean sus filmes, caray); sí, Hitchcock acostumbraba atormentar a sus protagonistas, hombres y mujeres (algo no infrecuente en esa época ni exclusivo de él): los actores se consideraban una herramienta más del sistema productor de películas.
Sí, también, el star-system le daba casi todo el poder a los estudios y casi ninguno a los actores (y no dudo que hubo más de un ‘tycoon’ del cine que se aprovechó de la situación); y sí, Hitchcock en el momento de “Marnie” y “The Birds” era un poderoso director; el estudio lo consentía.
Sí, por último, Hitchcock sacó a Hedren del submundo de los comerciales de TV y la moldeó por completo (atuendo, peinado, apariencia, etc.) hasta volverla una gran estrella; sí, ella padeció particularmente la dureza de las escenas de ataques de pájaros; y sí, sufrió una herida del ojo y un colapso nervioso, tras la escena del desván que mereció hospitalización.
Ahora bien, ¿los avances sexuales, el acoso, la extorsión y la amenaza fueron reales? Luego de esta película, pese a tener contrato con el estudio, ella no volvió a tener roles de tanto protagonismo y su carrera comenzó a declinar: ¿ello fue resultado del veto del poderoso acosador/monopolizador Hitchcock? Si le preguntas a Hedren, sí sin duda… Pero he ahí el quid del asunto.
Mirsolava
El entonces joven y prometedor director Alejandro Pelayo, quien obtuvo reconocimiento y notoriedad con “Morir en el Golfo” (versión cinematográfica de la novela homónima de Héctor Aguilar Camín), realizó “Miroslava” (1993) bajo la curiosa situación de ser en apariencia el cineasta predilecto del régimen.
Esta particularidad, si bien le dio la oportunidad de embarcarse en proyectos temática y presupuestalmente ambiciosos, le impuso una imagen extracinematográfica incómoda. De sus célebres sesiones de ‘cine club’ que muchos viernes organizó en aquella residencia oficial de Los Pinos, a sus diversas funciones en todos estos años como ‘aparatich’ cultural… Pero ya muy poco cine.
“Miroslava” fue, desde sus inicios, un ambicioso proyecto que aspiraba a convertirse en emblema del renacimiento del cine mexicano en el que presuntamente nos encontrábamos. Trasladó a la pantalla un cuento de Guadalupe Loaeza sobre Miroslava Stern, venerada actriz del cine mexicano de los años 40, cuyo enigmático suicidio le dio a toda su vida ribetes de mito y tragedia.
Las potencialidades del proyecto eran enormes; por una parte la fascinante posibilidad de asomarse al mundo del espectáculo y en particular de nuestro cine, ilustrar la realización de algunas legendarias películas mexicanas de la época, como “Ensayo de un crimen” (Luis Buñuel) y “Escuela de Vagabundos” (Miguel M. Delgado).
Por otra parte, intentar una semblanza desmitificadora de un personaje tan conspicuo como lo fue Miroslava, y a partir de ello, una reflexión sobre los entretelones de la fama pública, las perversiones del estrellato y el canibalismo y el ‘glamour’ de una industria que suele tener funestas consecuencias para sus protagonistas.
Asimismo, asomarse a la cotidianeidad profesional de algunas figuras clave del cine mexicano, como Arturo de Córdova, Pedro Infante y Óscar Pulido, además de los directores antes citados. Todo ello, por cierto, muy infrecuentemente retratado en nuestra cinematografía.
En ese sentido, “Miroslava” es una hermosa pero rotunda decepción. Construida como un largo flashback con otros más en su interior, se despliega un vistoso trabajo formal con encuadres y planos-secuencia dinámicos, aunque reposados. Todo es elegancia y sofisticación.
Del mismo modo, la ambientación es excelente y se destaca a través de una bella fotografía del talentoso y entonces joven y poco conocido Emmanuel Lubezki (“Sólo con tu pareja”). En cuanto a meternos en el clima y la situación, la película lo hace espléndidamente.
Sin embargo, Pelayo no logra durante todo el filme entrar siquiera una vez a la intimidad de Miroslava. Por más recursos visuales y argumentales que implementa, llegando una que otra vez al chantaje sentimental, nunca atisbamos un solo rasgo del complejo mundo interior de la Stern.
Es cierto que el texto de Loaeza padece del mismo mal, pero Pelayo nunca logra trascender la coraza de una historia que se nos hace distante y externa, pese a que el filme está diseñado como una íntima e intensa danza de memoriales en la melancolía de Miroslava, previa a su fatal decisión.
En ello tiene que ver también el hecho de que Pelayo se apoya en la actriz francesa, Arielle Dombasie, a quien recordamos como la hermosa e ingenua ‘nínfula’ nabokoviana de “La Rodilla de Clara” (Erick Rhorner), para que realice la complicada internalización, y realmente no contó con los saberes histriónicos necesarios para tal labor. Es de lamentarse también, el pudor de Pelayo que se abstiene de mostrarnos, en la historia que cuenta, las luces y sombras de la época de oro de la cinematografía mexicana, desperdiciando una sublime oportunidad para intentar una revisión crítica de la industria y sus protagonistas.
Alberto Monroy / @iskramex Citando a un clásico: “estudió cómo cogen las ballenas en la Universidad del Congo; cumplirá 96 años el próximo verano”…