«EL RELATO»: Animal - Mujer es Más -

«EL RELATO»: Animal

Antes de morder, la piel se le erizó como a un perro de los que de vez en cuando se ven pasar. 

Era tanta mi desesperación que lo mordí.

 

Como todas las tardes, caminábamos por el sendero polvoso flanqueado por mezquites que apenas impedían el paso de un sol inclemente. Él hablaba, sugería, incluso recomendó cambios en mi conducta…

 

Temblé. ¿Qué era eso? Palabras viejas en labios nuevos. Un desenlace antiguo, aunque no menos temido.

 

No podía consentir un abandono más. Caminé en silencio. Mis pasos pesados hundiéndose en la arenilla. El pecho oprimido, los hombros encorvados, la cabeza gacha, la impotencia. Él, el abandono encarnado, flotando a mi lado en forma de viento que acaricia con manos terregosas antes de irse lejos.

 

Era el mismo viento que conocí siendo niña y que me persiguió siempre. Al principio, después de los berridos por las primeras sensaciones de soledad, me hizo feliz. Me impulsó a la búsqueda ilusionada de una compañía; frustración convertida en aguijón apasionado que quiere ser correspondido.

 

Luego, opté por la tristeza -refugio silencioso-, guardián de mi ternura, de mi cansancio. Anduve por las calles así, como una mendiga de cariño, con la mirada y la sonrisa doloridas, aun creyendo en la esperanza.

 

Lo conocí. Hice lo humanamente posible para que permaneciera, para que algo, por fin, permaneciera: quise, ofrecí, exigí, me humillé hasta que se agotaron los argumentos, hasta que no quedaron razones.

 

La tristeza ya no fue suficiente refugio. La ira ganó terreno y en cada negativa, me fui despojando, poco a poco, de eso que llaman humanidad: mezcla de esperanza y deseos.

 

Mis pasos se hundían cada vez más, mis ojos clavados en el suelo sólo se levantaban para encontrar un amenazador espacio abierto sin límites. Sólo existía un paso a la vez, ese instante, el instinto de sobrevivencia.

 

Ya no quise pensar. ¿Para qué? Siempre estuve pronta a armar estrategias que calmaran mis ansias, propuestas de futuro, mentiras cuando era necesario. Nada servía, nada.

—Que te vaya bien—dijo con una sonrisa amigable y un falso aire de melancolía.

Lo miré con furia. Sentí el estómago ardiendo. “Bien”, retumbó la palabra en mi pecho como una puñalada. ¿Cómo me iría “bien”? ¿Qué era eso de “bien”? ¿Cómo se resarcirían los daños? El tiempo, decían, era la cura, el tiempo que yo ya no quería tener.

 

Quizá notó que la piel se me erizó y como a un perro de los que de vez en cuando se veían por ahí, intentó contenerme, me abrazó a modo de consuelo.

 

Los ojos y la boca seca. El pulso acelerado. El olfato identificó a la presa. Abrí la boca y encajé los colmillos, con toda la violencia de mi frustración, en su pecho, como si así pudiera llegar a su corazón, abrirlo en canal, arrebatarle eso que por días enteros le rogué, le imploré que me diera.

 

Sólo me detuve para tomar aire y fue cuando sentí el golpe que me volteó la cara y me hizo caer sobre la superficie polvosa. No lloré mientras se alejaba. Me quedé ahí tumbada, casi saboreando la mezcla de sangre y arenilla entre los dientes que me quedaron, porque algunos volaron con el bofetón.

 

El viento suave continuó levantando el polvo que parecía posarse sólo sobre mí. Me recosté en medio del camino, ya sin fuerzas. Creo que me desmayé o quedé dormida porque no noté cuando el perro se acercó. Me despertó su nariz negra olisqueando mi cara. Sus ojos amarillos y tristes se quedaron fijos en los míos. Temí que me mordiera y, dando un suspiro, me resigné a lo que fuera que el animal hiciese conmigo.

 

Su hocico entreabierto babeaba, cerré los ojos, todo me daba vueltas. Su lengua me enjuagó la cara desde la barbilla hasta la frente, varias veces, hasta que me levanté despacio, adolorida, sintiendo sus alegres coletazos invitándome a jugar.

 

*Ilustración de Chepe

 Diana Teresa Pérez

Impulsiva, incoherente, terca, insomne. Recuerda que nació en el antes DF, hoy Ciudad de México (aunque siempre está perdida). Cree que la comunicación es fundamental para crear, recrear y dejar testimonio del paso del ser humano en este mundo. Ha trabajado para los periódicos Crónica y Excélsior y para la revista Expansión. Ha publicado varios cuentos en revistas y antologías literarias. Actualmente imparte talleres de escritura autobiográfica. 

 

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