La violencia sexual es un arma de guerra.
Preparo un capítulo sobre el poder y la violencia sexual como un arma fundamental, y recientemente visibilizada de las guerras contemporáneas. Por tanto, compartiré algunos apuntes al respecto:
La cultura tradicional transcurre por los patrones patriarcales que definen el poder por posesión, ya sea de territorio, de un baluarte, una bandera o con toda la deshumanización: el cuerpo de las mujeres en zona de guerra. Las recientes marchas de la ultraderecha mexicana son un buen ejemplo de cómo se considera el cuerpo de las mujeres, de los homosexuales y de los otros diferentes al del varón, como cuerpos ocupados, donde, según esta cosmovisión, puede verificarse un mandato patriarcal que indique cómo “deben ser las cosas”.
El argumento de la “defensa de la familia” es el de la defensa de la primacía del poder del varón tradicional y de las estructuras que sustentan ese orden, siendo la familia uno de los espacios reproductores de este poder tradicional, pese a que no es extraño que participen muchas mujeres de mayor edad en estas manifestaciones públicas. Debe quedar claro que en la cosmovisión machista participan hombres y mujeres; sólo que en la punta del poder siempre encontramos un hombre, en este caso líderes religiosos, que son quienes pretenden imponer las directrices de cómo debe de ser el cuerpo y sus disfrutes.
En los escenarios históricos de guerra, muchos de ellos retratados en la Biblia y en otros textos históricos sobre las culturas precristianas, aparecen ejércitos que raptan, retienen, violan a las mujeres de los enemigos o padres que ofrecen a sus hijas como Lot, al enemigo. En todas las confrontaciones bélicas de la historia, el cuerpo de la mujer también ha sido un territorio de afirmación de los varones contendientes en el conflicto, y en esto no hay colores ideológicos, ni ideales tan fuertes que introduzcan en la guerra el componente de la civilización o de la ética. No conozco ningún ejército que no pretenda tomar violentamente a las mujeres.
Al extremo, como lo hicieron los alemanes, los soviéticos, serbios, musulmanes, cristianos… imponen la obligación de tener hijos por argumentos de limpieza étnica, incluso después de que la ciencia demostró, descifrando la historia de nuestro ADN, que no hay tal utopía.
Como si se tratara de conquistar un castillo, los varones, aún en tiempos de paz pretenden imponer sus reglas en los cuerpos de las mujeres. Por eso es tan importante no dar marcha atrás, no asumir como propios los valores de la edad media y permitir que cualquier institución pueda decir qué hacemos con ellos. Salvo la ley, que estoy dispuesta a cambiar cuando reconozca esta herencia guerrera, no hay nada que esté sobre nosotras para definir nuestro destino.
La violencia sexual como arma de guerra es usada para imprimir el horror en las poblaciones civiles de hombres y mujeres; pero aún en la paz podemos sobreponernos al miedo y modificar las prácticas de poder, en lo cotidiano y en el espacio público, para no reproducir las relaciones patriarcales que consideran nuestros territorios íntimos como baluartes que pueden ser conquistados.