China, la educación sí comienza en casa.
Camino entre el caos de una ciudad de más de 24 millones de habitantes. Me cuido de las bicicletas, motocicletas, autos y transeúntes de no ser atropellado. Al parecer todo es un descontrol, sin embargo, comparando esto con otras ciudades en Asia donde he estado, hay un orden. Y efectivamente es así. Al día de hoy no he visto ni un solo peatón atropellado, un choque o un conato de bronca producto de un accidente o incidente automovilístico. Quizá los haya, pero no es una cotidianidad. ¿Cómo explicar esto? ¿Cómo es posible que con tanta gente no haya fatalidades?
Estoy sorprendido, más aún cuando los conductores de los vehículos motorizados circulan a toda prisa (sin casco). ¿Qué decir de las vías destinadas a los mismos? Todas las respetan y los automóviles conviven con ello sin menor problema. Incluyo los taxis, autobuses públicos y autos privados (acá, afortunadamente no hay peseros). Simple y sencillamente los “lords” o “ladies” comunes en cualquier ciudad latinoamericana, no existen. ¿Por qué? Quizá para ellos, los chinos, sea una cuestón de su cotidianidad.
Para mí es parte del orden y el marco legal. Todo está permitido, pero hasta cierto punto. Recuerdo lo que mi estimado amigo Pepe Carreño decía de los gringos: “en la sociedad de los Estados Unidos todo está permitido, pero hasta cierto punto. Imagina un cuadro. Después del marco, nadie puede salirse”. Algo similar pasa en este país, pero muy al estilo chino. Algo así como “no importa el color del gato mientras se coma a los ratones”. Todo está permitido, pero hasta cierto punto. Nadie se puede salir de los parámetros establecidos. Si alguien lo hace, inmediatamente es detenido por un oficial que revisa cuidadosamente los documentos del infractor. En caso de existir alguna discrepancia o anomalía, inmediatamente viene la pena. Una patrulla se encuentra a unos metros de los puntos de cruce. Nadie se salva, ni los extranjeros. Ahora entiendo por qué todos los residentes tienen 24 horas para registrarse en la policía. “No hacerlo, ni pensarlo”, fue lo que me dijo una colega china.
Tuve que ir a registrarme el sábado, un día después de mi llegada sin importar el cambio de horario o día laboral. Reglas, son reglas. Esto, naturalmente no es una cuestiónn de generación espontánea o parte de la cultura vial del pueblo chino. Se necesita -he observado- un mecanismo efectivo de control que vaya más allá de uno de penalización o coerción. La respuesta está en la educación y la tradición milenaria de este país. El budismo, taoísmo y confucionismo están presentes en cada aspecto de la vida de esta nación. A pesar de la revolución cultural experimentada en los años 60 y 70, elementos de convivencia y armonía social persisten. Parecería que ese viejo dicho que dice “la educación empieza en casa” cobra sentido en esta sociedad. Si a esto aunamos una gran competencia por las oportunidades, la ecuación se completa. A nadie debe de sorprender ver a los alumnos universitarios chinos estudiando los fines de semana, muy a pesar de que el periodo escolar apenas comienza. Nadie me lo contó. Me queda claro que la educación, claro, sin caer en la demagogia, es un camino certero para acceder a la convivencia social civilizada, es decir, un signo del desarrollo.
Adolfo Laborde es Profesor Investigador del Tec de Monterrey. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores, del Consejo Mexicano de Asuntos Internacionales (COMEXI) y de la Asociación Mexicana de Estudios Internacionales (AMEI).