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«DESDE WASHINGTON»: La dichosa palabra (corrección política)

Las palabras suelen usarse para moldear sociedades.

 

Hay una frase que se les dice a los niños en Estados Unidos para ayudarlos a que sobrelleven mejor el bullying al cual inevitablemente serán sometidos en algún momento de sus vidas: “Sticks and stones can break my bones, but words can never hurt me” (palos y piedras me pueden quebrar los huesos, pero las palabras jamás podrán herirme). La frase rima bien, pero es evidentemente falsa: nada puede hacer más daño que las palabras. El lenguaje puede también tener usos muy efectivos en manos de quienes sepan utilizarlo como disimulada forma de control.

 

Nadie mejor que George Orwell en su clásico “1984” para exhibir cómo en una sociedad totalitaria el sometimiento de la población comienza determinando el uso de las palabras que deben, o no, ser aceptables en el discurso público y privado de los ciudadanos. El Big Brother de la distopía Orwelliana reinventaba el uso del idioma con la creación del Newspeak (neolengua). La crítica de Orwell estaba dirigida a los estados totalitarios de tinte estalinista y aunque Estados Unidos está muy lejos de ser eso, el re-etiquetamiento de los signos para que signifiquen nuevas cosas ha sido ampliamente usado por personajes de funesta memoria como el ex presidente George W Bush.

 

Durante la invasión a Irak, Francia se negó a aportar tropas a la heroicamente nombrada “Coalition of the Willing”, algo así como la coalición de los dispuestos). Con lógica Orwelliana, las papas fritas (French fries, en inglés) fueron las que recibieron el ejemplar castigo al ser rebautizadas como “Freedom fries” (papas de la libertad), para eliminar la relación con el traidor enemigo. Y hablando de comida, hay un ejemplo más reciente de los extremos del absurdo al que pueden llegar los policías del pensamiento. El año pasado, en la universidad de Oberlin en Ohio, estudiantes “progresistas” que defienden los “derechos” de los otros con fervor religioso, armaron un escándalo porque la cafetería de la escuela ofrecía un sushi mal hecho como comida tradicional japonesa. La llamaron una  “apropiación cultural” irrespetuosa.

 

Pero la forma más eficaz de controlar con el lenguaje es aplicada aquí con la tan honorable “corrección política” que, llevada a su extremo, no es más que otra forma de intolerancia. A tal grado llega la represión verbal que hay una iniciativa entre las compañías aseguradoras para eliminar por completo el uso de la palabra “accidente”. La mentalidad detrás de esto es que “accidente” tiene la connotación de que un choque entre automovilistas es inevitable, que fuerzas externas lo habrían determinado, en otras palabras, que nadie sería realmente culpable. Por eso la iniciativa sugiere sustituir “accidente” por “colisión” en todo el papeleo. La gran ventaja de “colisión” es que deja establecido sin el menor asomo de duda que alguien debe de pagar por lo ocurrido.

 

Y es que buscar culpables es la especialidad de las dictaduras que incitan la división y el odio entre ciudadanos, usándolos para que se vigilen unos a otros. En “1984”, el estado aplica los castigos formales a través de instituciones como el Ministerio del Amor y el Ministerio de la Verdad, pero deja que la misma población se encargue de las condenas públicas.

 

Lo más paradójico del caso es que esa misma represión disfrazada con el rediseño del lenguaje para que “no se ofenda nadie”, se combina con el otro gran tema de las bondades de Estados Unidos, la celebrada “libertad de expresión”. Así, los abogados se las ingenian para enarbolarla como bandera para defender derechos tan cuestionables como el uso de las armas y las contribuciones de grandes empresas a campañas políticas.

 

El problema es que atacar los extremos de la “corrección política” puede ser utilizado con fines nefastos como los que le ha dado Donald Trump y la derecha. Los seguidores de Trump, muchos de los cuales se podían encontrar entre las minorías vociferantes que usan las redes sociales para gritar ofensas e insultos discriminatorios y racistas cobijados por el anonimato, lo pueden hacer ahora abiertamente. Los ataques a la “corrección política” se convirtieron en uno de los sellos distintivos de la retórica del candidato a la presidencia por el partido Republicano.

 

Y es que en eso, como en muchas otras cosas, Trump estaba diciendo la verdad en relación a cómo funcionan ciertos aspectos del gobierno estadounidense que dejan mucho que desear. Sus ataques a la falta de objetividad de la prensa, a la corrupción en la financiación de las campañas, al sistema electoral diseñado para favorecer a los de siempre, al uso de la religión para fines políticos, etc, pueden ser ciertos. La pregunta es: ¿El hecho de denunciar las graves fallas de un gobierno te hace automáticamente una mejor opción? Los simpatizantes de Trump tendrían que recordar otra de las frases de su sabiduría popular: “Dos malos no hacen uno bueno”.

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