«EL RELATO»: La urraca - Mujer es Más -

«EL RELATO»: La urraca

Los riesgos del autoelogio de un artista. 

 

—¿Quién es esa de la voz de urraca?—preguntó una de las asistentes.

—No sé—respondió la vecina de silla—le voy a preguntar a Caro, ella organizó el encuentro. Seguro es una colada.

Era apenas una veintena de invitados. La crema y nata del arte queriendo escuchar al especialista en arte mesopotámico que daba una única conferencia magistral en el país. La cita fue en el salón de una ex Hacienda, con amplios techos de bóveda, murales decorando las paredes y suave aroma de incienso.

 

Los asistentes tomaban notas. Intervenían sólo cuando el experto les daba la palabra. Lo hacían con voz grave, incluso las mujeres, pausadas, como quien ha reflexionado varias veces sobre el asunto y selecciona las palabras aprendidas en años de viajes, lectura y estudio. Presunción intelectual, ganas de reconocimiento, de entablar un diálogo de tú a tú con el Maestro. Patricia, no. Ella estremeció a todos desde su primera intervención. Esa voz aguda y potente hizo que más de uno se tapara los oídos -como si hubiera un desajuste en el sistema de sonido-, y alteró el curso de ese diálogo de semidioses, arrastrándolos de un sopetón al mundo terrenal.

—Maestro, ese fenómeno también se dio en otras culturas, por ejemplo la asiática, yo tuve una experiencia, jajaja– se carcajeaba solazándose en su recuerdo, interrumpiendo como niña inquieta, ávida de pasión, extendiendo el comentario.

 

El resto la escuchaba molesto. Indignados, miraban al especialista esperando que hiciera uso de su autoridad intelectual, casi moral y la callara de una vez por todas.

No lo hizo. Le llamó la atención esa mirada triste contrastando con la viveza de sus palabras, todas ligadas al arte, entrelazadas con anécdotas personales que tenían finales tristes y fatídicos.

—… sí, ahí fue cuando me divorcié.

Los intelectuales la reprobaron. Era de pésimo gusto exhibirse.

—Tomemos un receso para comer. Vi un local aquí a la vuelta, ¿quieren ir?—sugirió el Maestro.

—Permítanos invitarlo a “Las Orquídeas”, el mejor restaurante de la zona—dijo solícito el líder de la Asociación de Artistas Plásticos—no podemos concebir que vaya a cualquier fonda.

—Ay, pero si Doña Maru hace un mole de olla delicioso—interrumpió Patricia ya con la bolsa echada al hombro y apostada a un lado del Maestro para seguirlo adonde fuera.

Caro la fulminó con la mirada e insistió en que ya había reservación.

—Sólo son veinte lugares. No sabía que usted vendría—dijo mirando a Patricia—el lugar es muy exclusivo, cocina de autor.

Y se lo llevaron custodiado por cinco de los representantes de las artes.

Ojalá hubiera desaparecido.

 

Pero, no. Al término del receso seguía ahí, merodeando el salón. Su figura delgada, el cabello castaño largo, reseco; el rostro afilado detrás de unos lentes de fondo de botella y mirada negra, la nariz a sólo unos cuántos centímetros del mural objeto de su análisis.

Los asistentes resoplaron, carraspearon.

—¡Ya regresaron!—giró ella dándoles la bienvenida alegremente.

Caro se le acercó y aspiró el intenso olor a vino.

—¿Está usted ebria? —le susurró al oído con espanto.

—¡Qué va! Sólo unas copitas con Doña Maru—retumbó la respuesta en las bóvedas y cayó como azote entre el resto.

—¿Cómo llegó aquí?

—Ustedes me invitaron, pagué la cuota, por cierto nada baratita Doña Caro, jeje, y ¡voilà! Como cuando estuve en París, no sabe qué maravilla, claro, después de que me asaltaron y andaba deprimida…

—¡Basta! Le suplico que se retire.

—Eso sí que no. No olvide que soy una de las mejores pintoras del país, aunque nadie quiera reconocerlo y sólo hablen de Frida. Por cierto, tengo algunos bocetos de ella, mi abuela era su amiga; los voy a vender, ¿no los querrá comprar? Estoy en la ruina…

 

El personal de seguridad la custodió hasta la calle sin que el experto lo notara.

Cuando él salió, la encontró sentada en la escalinata, fumando un cigarro, mirando hacia el cielo y hablando sola.

—¿Por qué no regresó?

—Ay, Maestro—respondió con los ojos llenos de agua—como siempre, me falla la voz.

 

*Foto de Chepe

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