“Los acuerdos en lo oscurito se hacen por el bien común”.
Rogelio respiró profundo. Eso era un engaño. No tendría consideraciones.
–…usted dijo que no había acuerdo–interrumpió a su entrevistado en forma tajante.
–Hay momentos en que tenemos que ser discretos, había un…
“Momentos”, pensó el locutor, “¿por qué, Myrna, por qué?”.
–No entendemos, señor diputado. Para empezar ¿por qué tenían que acordar algo? Y para acabar ¿por qué, si tantas veces se le insistió, lo siguió negando?
–Sí, Rogelio, eso trato de explicarle…
“No, Myrna, no hay justificación. Juraste que no tenías nada que ver con ese hombre…”.
–Usted sostuvo que no había acuerdo, o sea, usted ¡miente!¾ y se escuchó el golpe del puño contra la mesa.
No podía quitarse la imagen de su mujer suplicándole que la entendiera. “¿Qué tenía que entender?”.
Ella sólo respondía “no es lo que tú crees”. ¿Entonces, qué era?
–La verdad siempre sale a la luz, señor diputado–sentenció Rogelio un poco más tranquilo.
–Callé porque tú sabes que en política, como en toda relación, deben hacerse algunos acuerdos privados por el bien común.
El locutor sintió que se le encendía la cara. “¡El bien común! ¿En qué nos iba a beneficiar tu aventura?”.
–¿Traicionando los ideales por los cuales el electorado votó por ustedes?
–No hemos traicionado a nadie.
Las respuestas del diputado Castillo eran insoportables. “Claro que me traicionaste Myrna, y tienes que reconocerlo”.
–¿A qué llama usted, entonces, hacer acuerdos en lo oscurito?
–Sé que eso parece, pero no es así. A veces es necesario buscar opciones que faciliten esos otros ideales supremos por los que un partido lucha…
–¡Esto es el colmo! ¡No tiene usted vergüenza!
–¡Más respeto, por favor!
–¿Respeto? No tiene usted derecho a pedir respeto cuando nos ha faltado a mí y a la gente.
“Myrna, ¿cómo te voy a besar ahora? Dime, ¿cómo?”.
–Lo que pido es comprensión, que confíen en que tomé las acciones que creí necesarias en beneficio del país.
Cuántas veces Myrna le pidió un cambio en la relación y él no cedió. Quería más atención, ternura. “¿No te basta con lo que te doy?”, respondía él con arrogancia. Pero desde entonces lo supo. La vio triste, vencida, buscando desesperada la forma de salir de la desilusión.
–¡Acéptelo!, la pregunta es simple ¿mintió o no mintió?¾siguió manoteando contra la mesa.
–Es un asunto de discreción que…
“Yo no he dejado de quererte”, dijo ella con voz firme y los ojos azules llenos de lágrimas, “sigo aquí contigo”.
–¿Mintió o no mintió?
Hugo, productor del noticiero, estaba pálido. Menos mal que la entrevista era telefónica porque se imaginó a su locutor estrella estrangulado al diputado Castillo. Quiso mandar a corte pero Rogelio no hizo caso de la señal y continuó en franco grito.
–¿Ahora es sordo señor diputado? ¿Mintió o no mintió?
–¡Carajo, sí! ¡Mentí! ¿Contento, Rogelio?, y se escuchó el cortón en la llamada.
Ahora sí se fueron a anuncios.
Los productores estaban sorprendidos. Tras un breve silencio que se hizo eterno, el ingeniero de sonido comentó “bueno, pero sacó la nota”. Sonrieron y aplaudieron a un abatido Rogelio que salió del otro lado de la cabina.
–¡Eso fue un “notón”!–dijo Hugo palmeándole el hombro–¡Van a rodar cabezas!
Rogelio estaba confundido. Se fue satisfecho por haber obtenido la declaración, pero sintió un vacío inexplicable. ¿Qué ganó con eso? Castillo había sido su amigo por años; lo había metido en un tremendo problema. Trató de consolarse pensando en que así era el oficio. Carraspeó tratando de deshacerse del nudo en la garganta.
Myrna. ¿Qué más daba todo si seguía con él? Se reanimó y apuró su llegada a casa. Al entrar sintió la ausencia. Con el corazón latiendo a prisa, subió las escaleras, abrió los cajones, el clóset. No había rastro de ella. Encontró una carta sobre la cama y leyó las primeras líneas: “Rogelio: felicidades por tu entrevista. No te traicioné, pero he aquí la confesión que, puedo advertir, tanto buscas”.
No quiso saber. Se desplomó en el sillón con los ojos ardiendo. Había rodado la primera cabeza.