Por más abierta y generosa que sea, toda madre guarda sus secretos.
Después de una deliciosa y muy generosa cena en casa de mi amigo Fernando, éste se acomoda en su silla y al terminar de un solo trago su vodka con jugo de arándanos, se dirige a su madre y le pregunta: Y tú, mamá, ¿Cuantos novios antes de mi papá tuviste y te enamoraste más de alguno de ellos que de él?
Elisa -madre- se incorpora en su silla y le lanza una mirada que viene cargada de fuego, de dagas y desaprobación. “Soy tu mamá, siempre he sido tu amiga, pero tú no eres mi confidente”.
Dicho lo anterior, se levanta y se va a la sala a cambiar la música con un evidente gesto de incomodidad.
Elisa es una mujer de estos tiempos, es catedrática en la UNAM, Ética y Lógica son sus áreas. Ha criado a sus hijos -divorciada- en la más abierta de las libertades. Es una mujer ‘progre’, independiente, contundente, luchadora, activista social y defensora de los derechos humanos. Una verdadera feminista, si de algún modo habría que describirla. Pero esa pregunta no le agrada y prefiere pasarla por alto.
Nuestras madres siempre han tenido el derecho de preguntar cómo nos va en la escuela, el deporte. Si nos ven tristes, preguntan si nuestro corazón ha sido lastimado y corren a indagar quién y porqué. Nos averiguan todo. Quieren saber más y más. Nuestras vidas nunca deben ser para ellas un enigma. Estamos prácticamente obligados a abrirnos de capa a cada pregunta y no guardar secretos para ellas. Pero, ¿es correcto que nosotros indaguemos en sus vidas?
Los hijos no debemos cuestionar a nuestros padres. Así nos han educado, y así ha funcionado por generaciones.
“Qué bueno que todas mis locuras las hice antes de que existieran las redes sociales, si no, qué quemón me hubiera dado”, dicen algunas personas. Seguro, muchas madres están de acuerdo con esto.
Todos tenemos un pasado, y hay historias que no deben ni siquiera recordarse, y mucho menos mencionarse.
Para muchos padres, su pasado es síntoma de éxito y generalmente están basados en su ‘hombría’ y su capacidad para demostrar que han sido fuertes y hasta héroes.
Para una madre, hablar de su pasado es algo muy íntimo. Algo que muchas veces ni con sus mejores amigas comparten.
Soy tu mamá, soy tu amiga, soy tu confidente, soy tu consejera, soy tu paño de lágrimas, soy todo lo que quieras; pero hay cosas que no puedo, que no debo, y que nunca te voy a contar.
Esta generación de mamás entre los 35 y 50, es la de mujeres que vivieron una juventud más abierta y con menos prejuicios que las anteriores. Fueron ‘antreras’, fumaron mota, desveladas, castigadas por ser rebeldes, novieras, reventadas, en pocas palabras. No todas, hay que hacer una enfática aclaración, pero algunas que yo conozco, lo fueron.
Es por eso que tratan de guardar una distancia prudente entre lo que es la confianza para con sus hijos, y lo que es ser una “cuata” más para ellos.
Los hijos debemos respetar ese pudor que guardan para con ellas, y tener prudencia en no preguntar cosas que no sería conveniente -en muchos casos- ser reveladas.
Nada de esto tiene que ver con un atraso en las relaciones intrafamiliares y mucho menos en la obstrucción de la comunicación entre padres-madres e hijos, pero sí debe de haber una línea que marque la privacidad de cada uno. Nosotros podemos contarle todo sobre nuestras vidas. Ellas tienen el derecho a no hacerlo, si así les place.
Fernando se sirve otro vodka y corre a abrazarla y la hace bailar con él mientras en el estéreo suena “Edy Edy”, de Angélica María.
Yo sonrío para mis adentros, mientras me bebo una chela de un solo trago, pensando en que hay muchas cosas de mi madre que nunca voy a conocer, y que para ser sinceros, prefiero no saber.