«MIRADA GLOBAL»: Un Ave Fénix en Río - Mujer es Más -

«MIRADA GLOBAL»: Un Ave Fénix en Río

Un campeón se levantó de las cenizas

Cuando las cámaras lo enfocan, muestran un físico portentoso, de verdadero tritón de los mares, es el “El tiburón de Baltimore”. Michael Phelps, el nadador olímpico más grande de la historia -por el número de medallas ganadas-, el que brilla en Río, hace dos años pensó en terminar con su vida. 

 

Siempre me ha maravillado la capacidad de los seres humanos de poder resurgir de las cenizas, así como la leyenda del Ave Fénix. Ahora le llaman capacidad de resiliencia: la fortaleza de sobreponerse a las adversidades. A lo largo de mi vida periodística me he encontrado con casos tremendos, de amigos o compañeros que no pudieron superar la pérdida de un trabajo –glamuroso-, el puesto que les daba cierto poder. Sentir pues, en carne propia que al “nopal sólo lo van a ver cuando tiene tunas”, los hundió en adicciones. A muchos he visto caer pero a muy pocos levantarse con fuerza espectacular y brillar más tras tocar fondo. Y han sido casos realmente sorprendentes. 

 

Nadie se imagina que detrás del hombre que hoy relampaguea en la alberca olímpica, el que sube al pódium a oír el himno y sonreír al mundo hubiera pensado que la vida ya no tenía sentido. La depresión lo había llevado al fondo obscuro del que pocos logran escapar.  

 

Por difícil, la vida de Phelps podría ser un dramático guión cinematográfico. A los 9 años fue diagnosticado con transtorno por déficit de atención con hiperactividad. Todavía recuerda cuando alguna maestra, insensible por supuesto, le dijo: “tú nunca vas a llegar a nada porque no eres capaz de concentrarte”. El golpe vino acompañado del abandono no sólo físico del padre. Y como sucede en muchos casos, la madre tomó fuerzas suficientes para sacar adelante a los hijos y como terapia para el TDA de Michael, llevarlo a “cansarse” a las clases de natación. Claro, de lo malo encontrar lo bueno. 

 

La alberca fue el refugio de Phelps y de ahí se escribió la leyenda. Uno de sus entrenadores fue una especie de padre del deportista. Así, con ese apoyo triunfó en Atenas 2004; Pekín, 2008; Londres, 2012. Luego vino la separación con su entrenador, el reencuentro en años con el padre y el desenfreno del laureado nadador. Exceso en todo: alcohol, drogas, sexo, amistades tóxicas. El caos absoluto eclipsó al rey olímpico. Estuvo en prisión por manejar borracho. Todo apuntaba a que su carrera deportiva y vida estaban en declive.

 

En una de esas noches tormentosas el deportista simplemente pensó que no tenía sentido vivir. Pero buscó ayuda. Fue a rehabilitación, “perdonó” al padre ausente, dejó a los amigos y parejas tóxicas, logró conectarse con una mujer que le sirvió de apoyo emocional, pero sobre todo, tuvo la humildad de reconocer que tenía baja autoestima y que tenía que cambiar muchas cosas en su vida. Ni la fama ni el dinero ganado por patrocinar marcas, le habían borrado su pasado difícil.

 

Michael Phelps no sólo será una gloria olímpica, es de esos extraños seres humanos que permanentemente crecen con la adversidad. Aunque la vida lo puede permitir, pocos en realidad pueden resurgir como una auténtica Ave Fénix, aquella que de sus cenizas se reconstruía esplendorosa. Ojalá que la historia humana de Phelps sea conocida por muchos. Una gran lección más allá de lo deportivo. 

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