Es la noche del 4 de noviembre del 2008.
Una joven rubia va caminando por la acera y está a punto de entrar al hotel Mayflower en Washington DC. En la mano lleva una botella de vino y no cabe en sí de la alegría. A su alrededor, muchos muestran la misma euforia. Al ver que hay un taxi detenido en la calle y que su conductor es de raza negra, la chica se baja de la acera para darle un beso en la mejilla. ¿El motivo de la alegría? Barack Obama se acababa de convertir en el primer presidente afroamericano de Estados Unidos. Es la noche del 4 de noviembre del 2008.
Esa escena de la que fui testigo, junto con otras personas, me hizo sentir una enorme esperanza en la capacidad que tendrían los estadounidenses para superar sus barreras raciales… ocho años después, en víspera de la nueva elección, el racismo exacerbado en los discursos del candidato republicano, Donald Trump, y el arrastre que ha tenido, me hacen reflexionar en que no es una tarea fácil.
Aquella noche del 4 de noviembre del 2008, los demócratas se habían reunido desde temprano en el Mayflower para seguir los resultados de la elección. Cada vez que en las pantallas gigantes se anunciaba el triunfo de Obama en algún estado de la unión americana, había vítores y aplausos.
Cuando por fin se supo que Obama había ganado la presidencia, la euforia fue colectiva y empecé a ver a mucha gente abrazándose y llorando, entre ellos a latinos, afroamericanos, asiáticos, anglosajones. La escena me hizo pensar en la trascendencia de lo que ocurría esa noche.
La lucha de los afroamericanos por la equidad venía desde muy atrás, desde los días de la esclavitud en los campos algodoneros, la guerra de secesión, pasando por los movimientos de Martin Luther King y Malcolm X, ambos abatidos en esa lucha. El que un afroamericano llegara a la presidencia, tenía gran significado para todo el país.
En la unión americana, los afroamericanos no son los únicos que han dado una férrea batalla por la equidad: así lo han hecho también los migrantes mexicanos y centroamericanos, desde los tiempos del activista César Chávez, defensor de los derechos de los trabajadores agrícolas en los años sesenta del siglo pasado.
Escuchar a Trump hablar de la construcción de un muro para cerrar el paso a los mexicanos y de prohibirle la entrada a los musulmanes, habla de una profunda ignorancia sobre la historia de su país y las aportaciones que esos grupos han hecho a su nación.
Es sabido que Trump recurre a estas declaraciones para llamar la atención y atraer los reflectores. Sin duda lo ha logrado. También se ha dicho que apela a los ciudadanos que están desilusionados de la administración Obama, los que sienten que sus necesidades no han sido escuchadas.
Pero el riesgo del discurso de odio y exclusión de Trump, y el eco que está teniendo, es que haya un retroceso en el reconocimiento de los derechos de esos grupos que han luchado por la equidad, desde hace décadas.