Alemania es el cuarto país, a nivel mundial, en posesión de armas, tras Estados Unidos, Suiza y Finlandia.
Son las 7 de la mañana. Me levanto temerosa. Nadie sabe si volverá a pasar. Si se repetirá la escena o volverá más intensificada. Los niños no quieren salir a la calle. Esa etiqueta de la que gozamos al ser uno de los países más pacíficos del mundo y una de las ciudades con mejor nivel en todo el planeta, se ha carcomido. Hoy todo es pánico, desesperación y zozobra.
Noruega, París, Bruselas, Versalles… Ahora Múnich y Baviera. ¡Nos están atacando a todos! Son los terroristas. Aunque en los medios se dice que nada tienen que ver ISIS y los demás grupos implicados, estoy segura de que algo hay de eso. Somos los más vulnerables. Después de tantas guerras y divisiones sociopolíticas, lo último en lo que podemos pensar es en seguir atacándonos entre nosotros. Fueron los terroristas… los terroristas.
Es domingo. Algunos negocios no abrieron. Voy por pan para desayunar y apenas y se asoman los vecinos. El silencio es más estremecedor que el de cualquier día.
Nuestras autoridades, responsables y solidarizadas, se han unido a nuestro pueblo. La gran Alemania hoy está de luto. El mundo, por lo que he visto en internet, también. Pobres de nosotros. Somos el blanco por ser tan buenos.
Me encuentro en la panadería con la socióloga Julia Trzinski, amiga de la familia. Ve mi cara de terror y de susto. De terror hacia los extranjeros y de asco hacia los árabes. Ahora entiendo a los británicos. “Odio a los malos”, le comento.
Julia voltea y me da un par de bofetadas. Me despierta. Me recuerda que somos el cuarto país, a nivel mundial, en posesión de armas, tras Estados Unidos, Suiza y Finlandia, con más de 5 millones de armas legales; sin contemplar las 20 y 30 millones de ilegales que los investigadores alemanes calculan que están presentes en nuestro país sin control.
Aquella chica, de apenas unos 30 años, me pide no sumarme a la hipocresía mundial. A no victimizarnos. Si somos, tal como Estados Unidos, de los primeros países exportadores de armas. “Somos ricos y estables gracias a los países pobres”, recalca.
Salgo de la panadería. Me queda claro que, incluso aunque no hubieran comprobado que el muchacho que mató a los jóvenes en la plaza de la esquina, no tiene nada que ver con ISIS, somos el resultado de nuestro propio efecto búmeran. Aquel chico germano-iraní de 18 años consiguió la arma con la que atacó, vía en internet. Era depresivo, solitario y lo acosaban en la escuela. Como millones de muchachos alrededor del mundo.
Me digo a mí misma, y lo dejo a quien sea tan ignorante como para no darse cuenta de la realidad. No fue el terrorismo. No fueron los islámicos. Menos que en Alemania tengamos los índices más altos en depresión a nivel mundial.
Fue una matanza, sí, pero en ese momento siguen los ataques en Palestina, los holocaustos en algunos países, las invasiones africanas no cesan. Ésas sí son desgracias. Lo que nos pasó en Múnich y ahora en Baviera, no es justo, humanamente. Lo que está claro es que es más bien el efecto búmeran de nuestra propia política.
¿Qué necesitamos entonces? Al menos por ahora, dejar a un lado la hipocresía, y dejar de exagerar. No es minimizar, simplemente pensar.