Eluden el rol tradicional.
Hace 20 años me uní a la moda internacional y leí La piel del tambor, de Arturo Pérez-Reverte. La novela contaba la historia de la iglesia de La Señora de las Lágrimas, que había “cometido” un asesinato. En ese entonces me pareció inverosímil el personaje de Cruz Bruner, la abuelita hacker que se infiltraba en los sistemas de El Vaticano y pedía ayuda para salvar el templo que amaba. Hasta que hace un par de años conocí a las abuelas hackers y el personaje tomó el rostro de una de ellas: Jocelyne.
Estas mujeres son expertas en informática, migran datos de grandes empresas y saben del potencial positivo y negativo de Big Data. En todo aquello que pase por una computadora, sus posibilidades y sus secretos, está su territorio. Y también –como todas las abuelas–, platican de sus nietos y las aventuras que corren con ellos, incluyendo las informáticas.
Eran unas niñas cuando en los 50 llegó la primera computadora IBM de bulbos a la UNAM. De hecho, todas ellas tienen una hermosa letra manuscrita, porque pasaron horas y horas haciendo la caligrafía que los sistemas educativos les exigían en Francia, México y Nueva Zelanda; pero en algún momento de las pasadas décadas se apasionaron por el manejo de datos, los sistemas operativos y las tecnologías de la información. De manera autodidacta se convirtieron en expertas.
Podrían jubilarse, pero ¿para qué? Si las empresas las llaman para ofrecerles trabajo, son responsables de proyectos tecnológicos o consultoras que pueden presentarse vestidas informalmente a trabajar sin problemas, porque para ellas no sirven los estereotipos.
Estas mujeres son parte de una minoría interesante: según la Asociación Mexicana de Internet (2016), sólo el 5% de los usuarios de internet son mayores de 55 años. Sus actividades cotidianas son las típicas de los internautas mexicanos: 79% usa la redes sociales, 64% busca información, 26% hace videollamadas, 25% hace cursos en línea, y lo más importante, mantienen sus propios sitios, escriben blogs, forman parte de activas comunidades virtuales colaborativas, lo que las sitúa de nuevo en una minoría: el 18%.
En México hay 65 millones de internautas, que tienen dos lugares para conectarse: el hogar y sus teléfonos inteligentes. Es fácil imaginar a la profesora Jocelyne desvelarse por encontrar la clave para algún secreto de Linux, aprender los detalles de alguna nueva plataforma para sus cursos de francés. Su hijo le regaló la computadora con Linux para que pudiera entretenerse y dar rienda suelta a su creatividad. Y no lo defraudó, ahora es instructora de Google y trabaja para una compañía de TICs educativas.
El campo de trabajo de Enedina es el seguimiento de las huellas digitales que todos dejamos con nuestros consumos en tarjetas de crédito, visitas a páginas webs, clics en nuestras redes sociales, y con ello analizar tendencias que abonen a la toma de decisiones; pero también forma parte de una iniciativa basada en la idea del software libre, las comunidades abiertas y los laboratorios ciudadanos.
¿Por qué sus historias son interesantes?
En medio de la revolución tecnológica que alcanza con sus sinapsis todos los ámbito de la vida diaria –excepto los tocados por la pobreza–, la capacidad que tuvieron de revelarse a sus formación tradicional y trazar trayectorias profesionales audaces, nos muestra los muchos caminos que hay para escribir historias propias.
Y no sólo eso, sus habilidades informáticas, los recursos de la educación híbrida, y su entusiasmo por explorar nuevas apps, las ponen en comunicación con otras generaciones. A la edad en que las mujeres más tradicionales se entregan a una anodina vida privada, ellas aceptan el reto de la era digital y una vida laboral en plenitud, y trabajan con equipos multidisciplinarios, internacionales y de todas las edades para reducir la brecha digital, apuntalar la ciudadanía, o simplemente decir, en el discurso de los hechos, que la edad madura es también para la plenitud digital.
Está bien no son hackers, pero pudieran serlo; y cuando sea grande, quiero ser tan grande como ellas.