El oficio más antiguo del mundo.
La humanidad, desde su origen, tiene la necesidad de socializar, quitarse una soledad interna, ya sea encontrando compañía en el otro como amigo, pareja o en su defecto, como un acompañante. Esta última relación es también antiquísima, tanto así, que se dice de ella que “es el oficio más antiguo del mundo”: la prostitución, dar compañía y placer.
La Real Academia de la Lengua Española (RAE) la define como una “actividad de quien mantiene relaciones sexuales con otras personas a cambio de dinero” y si bien esto es muy acertado, en lo que se refiere a las relaciones humanas con acompañantes, hay un oficio que va de la mano y es igual de antiguo, se llama escort.
A diferencia de la prostitución, no vende necesariamente dinero, sino más bien compañía, platica; ofrece su conocimiento y su encanto, pero no está obligado al sexo, en su mayoría de los casos son personas con altos niveles de estudios y excelente presentación, en otros casos (como en el de México), no es indispensable. Jake Clennell, director de fotografía y de cine, explica que son las “geishas modernas”. Al igual que ellas, venden sus virtudes en todos los sentidos. También venden sus historias, sus artes y su buena plática. En su documental The Great Happiness Space: Tale of an Osaka Love Thief, demuestra que en este ambiente existen cada vez más trabajadores masculinos, es decir, que la demanda de hombres por parte de la población es mayor especialmente en Japón.
Históricamente, los escorts han existido en muchos lugares y tiempos. Sólo que con otro nombre. Por ejemplo, en la cultura maya existían las “Xkeban”, mujeres que daban compañía a los hombres con posición política. En Japón existían las geishas, que de igual manera ofrecían compañía, mientras tanto, en la India existían (o existen) las “saath rahanevaala”, ellas se especializan en el baile y en el arte del escuchar. Por supuesto existen ejemplos numerosos y en muchas culturas, pero el punto es que esta profesión ha existido casi desde siempre.
En México no hay ninguna institución que se dedique al sondeo de la prostitución y el escort, por lo que no hay cifras fidedignas que digan cuál es el porcentaje de la población que se dedica a vender compañía, así como tampoco hay ninguna institución que se dedique a decir “esto es prostitución consensuada, esta es clandestina”, “estos venden compañía, estos no”, “estos ofrecen sexo, estos no”. De manera que lo que sucede tiene que suceder desde abajo, desde el anonimato y muchas veces desde el mercado de trata de blancas.
Lo que sí hay, son investigaciones acerca de la demanda de la población hacia este tipo de servicios. Es decir, se estudia a los que piden, mas no a los que dan, aunque esto es un decir, pese a que instituciones como Protección de la Mujer, Ayuda Ciudadano, e incluso Derechos Humanos, ofrecen ayuda de manera gratuita, no van de casa en casa preguntando “¿Usted ejerce el oficio del placer?”. “¿Es voluntario o no?”. “¿Declara impuestos?”. “En promedio, ¿cuánto gana?” Así que hay un sector, ciertamente, ignorado.
Las declaraciones que se tienen de estas personas, han tenido que ser sacadas, en su mayoría, por otros oficios y métodos, por ejemplo, se tuvo la oportunidad de entrevistar a dos personas, una que ejerce la prostitución y otra el oficio del escort, la primera es una mujer y el segundo es un hombre, ambos pidieron anonimato, por lo que los nombramos Susana y Adán:
—¿Cómo llegaste a este trabajo?
Adán: —No fue difícil. Ya tenía una amiga que hacía este trabajo. Ahorita ya no lo hace porque ya tiene un hijo y una familia, pero fue ella la que me invitó. Primero me dijo: “No pasa nada. No tienes que hacer nada que no quieras”, luego yo le pregunté si debía dar sexo. Ella me dijo que si no quería no. Yo entonces estudiaba el bachillerato, no sabía nada de la vida, pero Mónica (la amiga) me enseñó mucho. Desde cómo hablar, hasta cómo pararse.
Mi primer cliente fue, como es natural, un hombre. Todo fue normal, él tenía 30 años. Yo era de 18, no sabía qué decir y me sentía muy tímido. Al poco tiempo me calmé. Fuimos a un parque, luego a un bar y terminamos teniendo sexo. Más por obligación. Yo pensaba que era como estar en la prostitución, quiero decir, es lo que estaba haciendo, pero cuando acabé con él (ese cliente) y le conté a Mónica, me explicó que no era necesario “eso”. Así que en las siguientes tres reuniones con otras personas, ella me acompañó. En ninguna tuvimos relaciones. Ya después aprendí yo solo.
Al poco tiempo me metí al gimnasio, y veme ahora, me anuncio por internet.
Susana: —Un hombre me invitó a salir. Se llamaba Víctor. Me dijo “te voy a decir la verdad, yo no quiero ser tu novio, yo quiero salir contigo, quiero que estés conmigo, sin compromisos. Te puedo ayudar con tu escuela, nos veríamos cuando quisieras”. Creo que cualquier otra persona se hubiera indignado al escuchar esto, y digo, yo también quería patearle la cara el cabrón ése, pero sabes, en ese tiempo no me pareció algo tan descabellado. Él no era para nada feo, al contrario, era muy atractivo. Conocía muchas cosas. Me llevaba aquí y allá. Realmente era un hombre. Cuando él vio mi cara llena de enojo, me dijo: “Piénsalo, no tienes que decir que sí. Si dices que no está bien, podemos ser amigos. Pero sólo eso. Yo te quiero poseer”.
En la noche lo hice casi por instinto, le marqué y le dije que sí. Lo hicimos, primero una vez, luego otra y después dormimos. Al amanecer él se bañó con mucha naturalidad. Yo no sabía qué pensar. Me tomó de la mano y me dijo “gracias, no te arrepentirás”. Me dejó 3 mil pesos, que en realidad no es mucho dinero, pero a mí me cayeron muy bien. A la semana nos veíamos tres o cuatro veces, pero ya no se quedaba, y me dejaba menos dinero. A mí me empezó a gustar eso de dar placer, recibirlo y ganar dinero por eso. Con un poco de las ganancias, me anuncié. No sé por qué lo hice pero lo hice, no lo pensé, y así empecé a tener clientes. Víctor dejó de ser el único, dejó de ser un sol en mí y empezó a ser una estrella más.
—¿Cuánto ganas en un día de trabajo?…
Mañana, no se pierda la segunda entrega.