Se espera que Claudia Pavlovich rompa el virreinato.
Coincidencias de los tiempos que corren, de pronto, las mujeres se colocan por delante en la vida política nacional: Carolina Monroy del Mazo (PRI); Beatriz Mojica y Alejandra Barrales (PRD), por mencionar sólo a las figuras partidistas.
Se trata de una coyuntura especial, como aquélla del año 2000, cuando se concretó la alternancia presidencial con el triunfo electoral del abanderado del PAN, Vicente Fox.
En esa delicada transición, después de siete décadas de gobiernos derivados del partido de la Revolución Mexicana (PRM, PNR y PRI), dos mujeres resultaron clave en el manejo de sus partidos.
De un lado, la brillante Dulce María Sauri, quien era la presidenta del PRI. A ella le tocó acompañar a Francisco Labastida en el mensaje de reconocimiento de la derrota.
Responsable de la primera instancia federal con enfoque de género –en el sexenio de Ernesto Zedillo–, la exgobernadora de Yucatán condujo a los priistas sin pataleos ni berrinches.
Vaya que se le ha extrañado a la señora Sauri en estos días en que varios mandatarios estatales priistas todavía no digieren el saldo electoral del 5 de junio.
Del otro lado, en la izquierda, la siempre estratega política Amalia García Medina lideraba a un PRD que sufrió, moralmente hablando, que la alternancia llegara por la derecha.
Gracias a la formación democrática de su dirigente, siempre proclive al diálogo y a la construcción de acuerdos, los perredistas se contuvieron en los actos de mezquindad que les generaba el hecho de que “un ranchero” –según decían—, le hubiera ganado en las urnas al ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas.
Recuerdo con emoción las ocasiones en que, libreta en mano, me tocó entrevistar a aquellas mujeres de las que tanto esperábamos por su claridad en las ideas y porque transpiraban política y sabían hacerla.
Dulce, Amalia, Rosario
Por diversas circunstancias, ni Dulce María Sauri ni Amalia García Medina lograron cristalizar las expectativas que muchas teníamos sobre sus trayectorias.
A la priista la hicieron de lado los gobernadores de su partido que fundaron lo que ahora conocemos como el virreinato de los mandatarios estatales, fenómeno extendido a todas las siglas.
En el caso de García Medina, secretaria del Trabajo del gobierno capitalino actual, las cosas no le salieron como se esperaba en su gestión de gobernadora en Zacatecas y, por consecuencia, el PRI regresó al poder local. Sus correligionarios perredistas le atribuyeron el castigo en las urnas. Posteriormente, varias mujeres destacaron como protagonistas de la vida pública. Pero en la mayoría de los casos, hubo un saldo adverso:
Rosario Robles fue la primera jefa de Gobierno capitalino y de ahí pasó a la dirigencia del PRD. Pronto, sin embargo, Andrés Manuel López Obrador la consideró un obstáculo en su proyecto hacia Los Pinos y la convirtió en responsable de los tratos mercantiles que varios perredistas hicieron con el empresario Carlos Ahumada, pareja sentimental de la política. Hoy es titular de la Sedatu.
Beatriz, Elba, Josefinaç
Beatriz Paredes llevó las riendas del PRI durante el sexenio de Felipe Calderón, pero nunca fue considerada parte del equipo del futuro candidato presidencial, Enrique Peña Nieto. Hoy está de embajadora en Brasil.
Elba Esther Gordillo, desde la conducción del SNTE, se convirtió en factor de acuerdos de la élite política y a ella se le achaca parte del triunfo electoral de Felipe Calderón en 2006, al haber convencido a varios gobernadores priistas, según se cuenta, de sumarse al panista. Hoy está en la cárcel acusada de lavado de dinero.
Josefina Vázquez Mota consiguió la candidatura presidencial del PAN, aún cuando no era la favorita del presidente Calderón. Pero su campaña careció del respaldo del ejecutivo federal y se quedó en un tercer lugar. Hoy es una figura determinante en el futuro de Acción Nacional.
Con esos antecedentes, bien podríamos asumir que el balance del género en la alta política es más oscuro que claro. Sin embargo, siempre existe la oportunidad del aprendizaje.
Carolina, Barrales, Mojica
Hoy, después del cisma del 5 de junio pasado, varias mujeres destacan en la plataforma de las expectativas políticas.
¿Serán ellas las políticas mexicanas que darán el salto que nos sigue faltando? ¿Sabrán sortear la mirada inquisitiva del machismo que siempre las imagina como meras fachadas del poder masculino?
De ese tamaño son las interrogantes y las responsabilidades que hoy gravitan sobre una Carolina Monroy, cuya gestión de paso en el PRI debería al menos dejar el grato precedente de que no se convertirá en comparsa de la simulación y que emprenderá la limpia que el partido en el poder reclama.
Tampoco es menor el peso que sobre sus hombros tienen ahora las dos candidatas a la dirigencia del PRD. Sea Alejandra Barrales o Beatriz Mojica la futura presidenta, en una de ellas recaerá la crucial tarea de definir la ruta de la izquierda institucional en México más allá de arreglos por debajo de la mesa.
La gobernadora, la embajadora
Mientras tanto, la lupa del cambio está puesta en Claudia Pavlovich, la única mujer entre los 32 integrantes de la Conferencia Nacional de Gobernaciones (Conago), de quien se espera una ruptura con el modelo del virreinato.
Y aunque no sea mexicana, también en este momento del país cuenta y mucho el ejemplo de la embajadora de Estados Unidos, Roberta Jacobson, quien ha salido a las calles a desplegar la diplomacia de a pie, la que se acerca a la gente.
Ahí están ellas, siendo parte de la noticia y alimentando la pregunta de si ésta puede ser la hora de las jefas.