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«AQUÍ PENSANDO NOMÁS»: ¿Para qué sirve una bolsa de plástico?

La advertencia ha caído en oídos sordos

¿Para qué sirve una bolsa de plástico? Para colgar, transportar, cubrir, envolver, guardar. Y para guardar otras bolsas de plástico llenas de plástico.

La advertencia ha caído en oídos sordos. La demanda global por materiales plásticos alcanzó, en 2014, 311 millones de toneladas; 4% más que en 2013.

Reciclar, no usar bolsa, no pedir bolsa, llevar nuestra botella y vaso de café a la oficina. No tirarlo todo y suplirlo todo. Mientras la humanidad empaqueta, la llamada isla de plásticos en el océano, dos veces del tamaño de la Unión Americana, se multiplica.

La preocupación por el plástico que vemos es justificable. Durante la Cumbre Global del Medio Ambiente, nuevos reportes científicos hablan más del plástico que no vemos. Ése, casi pulverizado en el ecosistema marino.

Diminutos deshechos plásticos –de milímetros o fracciones de milímetros–, están en todas las aguas del planeta. Sedimentos de lagos, agua corriente de ríos y mares (no importa cuán transparentes se vean). Están en rocas, conchas y arena. En el estómago de las ballenas, las pirañas, y hay micropartículas de plástico encontradas. Incluso en plancton.

Científicos alertaron, durante la Cumbre Mundial de Medio Ambiente en Kenia, sobre la facilidad con la que los llamados microplásticos, están afectando las regiones más heladas de Siberia, o a 5 kilómetros bajo la superficie del mar.

Por cada kilómetro cuadrado de océano, hay 63 mil partículas plásticas flotando en la superficie. Deshechos de tapas, vasos, plumas, popotes, envases de jugo o protectores de teléfono: en el mar, la fuerza de las mareas, los rayos UV y el viento, descompone los plásticos en partículas invisibles que se deshacen, no se degradan.

¿Individuos con conciencia ecológica? Durante mi estancia en Nairobi, Kenia; Naciones Unidas expuso que la producción global de plásticos aumentó casi 40%, desde 2004.

Lo descorazonador es que en 2004, el investigador británico Richard Thompson, expuso mundialmente en la revista Science, el riesgo de microplásticos.

Para ello, ya había una comunidad aguerrida de científicos que alertaba. Sólo que no hubo autoridad ni población dispuesta a escuchar lo que pasaría. Lo único claro es que cada uno de nosotros –no hay quién se libre–, con nuestros plásticos, hemos convertido nuestros océanos en albercas de confeti.

Por demanda comercial, los plásticos hoy son más durables y coloridos. Resistentes al fuego, maleables.

Sustancias químicas añadidas al propio plástico, provocan reacciones tóxicas, disrupciones reproductivas, y alteraciones genéticas ya comprobadas en algunas especies marinas que los consumen.

¿Cuáles son los microplásticos más peligrosos? Las llamas micropartículas, fabricadas así de origen: exfoliantes para la piel o los dientes, o abrasivos para retirar cochambre.

Hace dos años, Richard Thompson, con la Royal Society Open Science, encontró que hay una cantidad preocupante de plásticos en el lecho marino.

¿Que no? ¿Que usted sólo usa fibras naturales? Revise sus etiquetas: quizá sea blanco como el algodón, suave y fresco como algodón. El 61% de la ropa que se compró en el mundo hace 2 años, era de fibras sintéticas, que en cada lavada, liberan micropartículas. Que, como nuestros plásticos y los exfoliantes, salen de la lavadora, van al drenaje, llegan al mar, son ingeridos por animales. Llenos de plástico, que al final, nos comeremos nosotros.

 

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