“Nunca dejen de querer y apoyar a su papá”.
Aunque no soy muy afecta a celebrar los días “d…” a propósito del Día del Padre, quiero compartir unas reflexiones personales que vienen también a cuento por la entrada en vigor en abril de las reformas al Código Civil del Distrito Federal que prevén hasta cárcel para los padres que ponen a sus hijos en contra del otro. Se conoce como “alienación parental”.
A mi juicio, estas transcendentales reformas debieron difundirse con mayor amplitud. ¿Por qué? Por la “sencilla” razón de que pretenden evitar lastimar, frustrar y hasta destruir a tantos niños y jóvenes que quedan como rehenes de parejas rotas. Aunque hay separaciones “amistosas”, casi siempre tras la ruptura queda una estela de resentimientos, corajes, enojos, etc., que sólo con un gran esfuerzo y un inconmensurable amor hacia los hijos, se puede evitar diseminar.
Sí, sonaría como del sentido común no querer envenenar el alma de los hijos contra un padre, pero tan no lo es, que se tuvieron que hacer leyes con castigos que van desde la pérdida de la patria potestad, custodia y en casos peores de seis meses a 6 años de cárcel para el padre alienador. Abusivo, diría.
Aquí mi experiencia personal. Cuando tenía 12 años, mis padres decidieron divorciarse. El alcoholismo de mi papá fue una pesadilla terrible para mi hermano y mi madre. Cuando mi padre bebía –logró dejar el alcohol hace 37 años–, era como ver la transformación del Dr. Jekyll a Mr. Hyde, recordando la novela de Stevenson. De un hombre noble, simpático y afectivo, se convertía en uno violento y agresivo que descargaba toda su furia hacia mi mamá.
Aún así, en el momento en que se fue de la casa, el dolor en todos fue casi perenne. En la mente de un niño –hablo de mí–, los buenos recuerdos: su enorme cariño por los animales, el cine, la música de Carlos Santana, los Pumas y los Vaqueros de Dallas bloqueaban los oscuros: el maltrato a mi mamá y verlo en franca decadencia. A pesar de todo esto, siempre recordaba las palabras de mi mamá, una mujer por cierto con una gran inteligencia, “su papá es su papá, ustedes no se metan en nuestros problemas, nunca lo dejen de querer y de apoyar”.
Luego me tocó vivir la separación con el padre de mi hijo. Con todos los vericuetos y sinsabores que llegan tras la separación, me guié también, creo, por el sentido común y a lo mejor por el enorme consejo de mi madre: hablé con mi hijo que entonces tenía 7 años. Le expliqué que aunque quería a su papá, ya no podíamos tener una convivencia como pareja, pero sí como amigos. Y repetí casi lo mismo: “Tu padre es tu padre, respétalo, quiérelo, búscalo; siempre sé agradecido con él”. Sé que muchas veces tenemos que hacer de “tripas corazón” para mantener una relación amistosa y sana con la expareja. Pero sí es posible por una única y sólida razón: el amor y el respeto que debemos dar a los hijos.
Nada más triste y lamentable que ver el odio sembrado en los hijos. Poco a poco, lo digo por mi experiencia, somos capaces de entender qué fue lo que pasó, por qué la separación sin necesidad de que nos incuben ni incubar el odio a alguno de los padres. ¡Vale la pena este esfuerzo!