No hubo ninguna candidata ganadora.
La democracia mexicana respira. Los resultados del domingo 5 de junio lo confirman: 9 de las 12 entidades donde hubo elecciones de gobernador, tendrán alternancia.
El PRI ganó en Oaxaca y Sinaloa, donde hay mandatarios estatales que hace seis años fueron impulsados por las alianzas del PAN-PRD.
En tanto, los panistas volverán a gobernar Aguscalientes y Chihuahua, ahora en manos priistas.
Y en bloque, PAN-PRD consiguieron romper más de ocho décadas de hegomonía del PRI en Durango, Quintana Roo, Tamaulipas y Veracruz.
Es un panorama que confirma la capacidad de los mexicanos de alternar partidos las veces que sea necesario y ejercer el voto de castigo hacia administraciones ineficaces y corruptas.
Hay otra alternancia que se asomó en los comicios de 2015 y que ahora parece afianzarse.
Nos referimos al relevo generacional, es decir, al paso de jóvenes políticos que toman su lugar en los parlamentos y administraciones municipales y estatales.
El año pasado dos personajes resultados claves en ese tendencia: el diputado local independiente Pedro Kumomoto, en Jalisco; y el triunfo de Enrique Alfaro en la alcaldía de Guadalajara como abanderado de Movimiento Ciudadano.
Esta vez no tenemos nuevos gobernadores menores de 40 años. Pero sí el consenso entre analistas y políticos de que el gran ganador de la jornada de este domingo fue el dirigente del PAN, Ricardo Anaya Cortés, de 37 años de edad.
El reconocimiento de propios y extraños se debe a que el expresidente de la Cámara de Diputados consiguió de golpe el triunfo de su partido en 7 entidades, cuando en años anteriores el mayor número había sido 3.
En contraste con estos saldos favorables a la consolidación democrática, las elecciones resultaron adversas y nulas para la alternancia de género.
Porque nuestras sospechas –aquí ventiladas hace unas semanas– se concretaron: no hubo ninguna candidata ganadora.
Esto quiere decir que la gobernadora de Sonora, Claudia Pavlovich, seguirá siendo la única mujer en ese mega club de Toby que es la Conferencia Nacional de los Gobernadores (Conago).
Sí: de los 32 integrantes, sola una representante de la población femenina.
Teníamos la expectativa de que alguna de las cuatro mujeres abanderadas de esta jornada podría convertirse en una segunda gobernadora. Pero se quedaron en el intento.
Se trata de las abanderadas del PRI en Aguascalientes, Lorena Martínez; en Puebla, Blanca Alcalá; del PAN en Tlaxcala, Adriana Dávila, y del PRD en la misma entidad, Lorena Cuéllar.
Experimentadas políticamente y reconocidas en su momento por su desempeño en cargos públicos, legislativos y de elección popular, las cuatro son ejemplo de cómo las dificultades se duplican para las mujeres.
El famoso techo de cristal sigue ahí y se expresa en diversas maneras.
Así las cosas, mientras el PRI supo acompañar a Alejandro Murat para ganar Oaxaca, gobernada por Gabino Cué, que llegó por la alianza PAN-PRD, en el caso de Puebla los priistas asumieron que resultaba imposible afrontar al mandatario estatal panista Rafael Moreno Valle.Y Blanca Alcalá quedó en su lejano segundo lugar.
En Aguascalientes, la priista Lorena Martínez se quedó a dos puntos frente al panista Martín Orozco. Y en los hechos, siempre remó a contracorriente de la falta de cierre de filas de sus correligionarios y tuvo que contender con la resistencia de los varones mayores de 40 años en una sociedad conservadora.
En cuanto a Tlaxcala, donde se tenía prevista una competencia cerrada entre las abanderas del PAN y del PRD, al final el ganador fue el varón del PRI, Antonio Mena.
¿Falta de apoyo de sus respectivos partidos? ¿Candidatas poco convincentes? ¿O una sociedad que duda de dejarle la estafeta a las mujeres?
Las respuestas suelen ser combinadas y plantean una tarea pendiente para la equidad de género.
Porque al final de cuentas, lo sucedido en las urnas con ellas, sólo constata la vida cotidiana de todas nosotras: nos cuesta aprender a competir. Nos cuesta ser parte de la competencia y nos cuesta doblemente ganar.