La amenaza de revertir la garantía de las mujeres.
Lo más lamentable de la llamada guerra sucia electoral es que las campañas que concluyen este miércoles 2 de junio carecieron de apuestas políticas a favor de la gente.
Algunos ilusos creímos que para ganar votos, los partidos grandes (PRI, PAN y PRD) se la jugarían aprobando las leyes pendientes para echar a andar el Sistema Nacional Anticorrupción (SNA).
Pero nada. Y simulando defender la transparencia, sus candidatos a las gubernaturas optaron por una campaña sustentada en acusaciones de corrupción y ligas con el crimen organizado. Hubo promesas de seguridad. Pero en el Senado tampoco avanzó la reforma destinada a mejorar las corporaciones policiales.
Sin mensajes poderosos a favor de cambios de fondo, las estrategias de campaña resultaron decepcionantes. La única propuesta transformadora corrió a cargo del presidente Enrique Peña, quien se pronunció a favor de establecer el matrimonio gay en la Constitución.
Y es que a juicio de la oposición, las iniciativas contra la homofobia que el mandatario federal envió a la Cámara de Diputados tienen fines electorales, toda vez que ese derecho ya fue definido como tal por la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN).
El punto relevante de la medida presidencial radica en que ésta le daría vida a la determinación de los ministros al incorporar el matrimonio entre personas del mismo sexo a las legislaturas estatales.
De manera que, sea con tintes electorales o no, la definición de Peña a favor de la diversidad sexual fortalece las libertades democráticas y los principios de una sociedad incluyente.
En contraste, y en abono al retroceso que en el debate electoral experimentamos, algunos representantes del PRI y varios candidatos del PAN a la Asamblea Constituyente de la CDMX salieron con la patética idea de que el derecho de las mujeres a decidir sobre su cuerpo deberá analizarse en ese parlamento fundacional.
¡Lo que nos faltaba! En lugar de diseñar una futura Constitución para la capital del país capaz de desmontar la corrupción que aceita a sus estructuras de gobierno, los pretendidos representantes quieren quitarnos a las mujeres la garantía que ya la SCJN definió como un principio constitucional: la autodeterminación de nuestra fecundidad.
En vez de construir una plataforma de mecanismos que desde el Estado concreten los derechos a una ciudad vivible, igualitaria en oportunidades y libre de extorsionadores, los políticos de la derecha retardataria pretenden gastar el tiempo de la Asamblea Constituyente en desempolvar un debate superado: el del derecho de las mujeres a recurrir al aborto, cuando así lo determinen.
Es una derecha trasnochada que tiene representantes en varios partidos. Antes se creía que sólo en el PAN. Pero no. También el PRI ha puesto su cuota en los retrocesos desde la presidencia de Beatriz Paredes, quien validó que se penalizara la interrupción del embarazo en los códigos estatales.
Y ahora algunos priistas plantean que, como todo estará a discusión, hay que evaluar si seguimos o no con la interrupción voluntaria del embarazo.
A esa visión se suma el supuesto partido de izquierda pura, Morena, cuyo líder Andrés Manuel López Obrador siempre se ha opuesto a la despenalización del aborto, a los matrimonios gay y hasta al uso de la minifalda. Sí: en la Cámara se cuenta que el tabasqueño les mandó pedir a las diputadas de su bancada que “cuiden su vestimenta”.
Frente a estos intentos de hacer de los ciudadanos de la CDMX una bola de cangrejos, el gobierno federal tendrá una responsabilidad mayúscula cuando defina sus batallas en la Asamblea Constituyente.
Por fortuna, la principal promotora del derecho a decidir cuando era jefa de gobierno, en el año 2000, Rosario Robles, actualmente es parte del gabinete de Peña y, sin duda, tendrá la oportunidad de hacerse oír. Así lo hizo en 2002 ante los ministros de la Corte, cuando validaron la Ley Robles.
Mientras tanto: las capitalinas tendremos que tomar nota de que esta decepcionante campaña trajo consigo la amenaza de echar por tierra nuestro derecho a decidir.
Es una pretensión destinada al fracaso. Pero el amago está ahí.