Frente a esa falta de deseo, responde la necesidad de que las hembras se interesen por sus crías y no por los machos.
Tenemos claro que la especie humana, como muchas otras de mamíferos, se ha adaptado con el paso de los miles de años de existencia a un funcionamiento en el que se van sucediendo cambios y variaciones, sobre todo en el caso de las mujeres, con el fin de tener hijos y cuidarlos. Llámese a esto: preservación de la especie.
Frente a esto, una serie de retos se manifiesta, y entre ellos uno que quizás resulte ser casi un sacrificio. A veces más para la pareja: perder la libido. Y es que, según explican los especialistas, “ninguna hembra mamífera se pone en celo durante la lactancia. Sus pretendientes lo perciben por el olor y ni se acercan. Las únicas especies mamíferas que mantienen relaciones sexuales durante el periodo de lactancia son los humanos y los canguros”.
Entonces, frente a esa falta de deseo, responde la necesidad de que las hembras se interesen por sus crías y no por los machos. Hormonalmente se explica por un juego de equilibrios y desequilibrios: disminuyen los estrógenos y la progesterona, para evitar la ovulación, la menstruación y el deseo sexual; aumentando la prolactina, que se encarga de fabricar leche. Estas hormonas son antagonistas: si sube la prolactina, bajan estrógenos y progesterona, y viceversa, por eso muchas mujeres que dan el pecho no tienen la regla hasta que pasan uno o dos años, mientras amamantan.