martes 30 diciembre, 2025
Mujer es Más –
COLUMNAS COLUMNA INVITADA

El abrazo de Lummar

Por. Gabriela Ruiz R.

 

Hay abrazos que consuelan. El que soñé aquella noche no era así. Era un abrazo inmenso, ligero, imposible de contener. Un monstruo me abrazaba desde atrás.  No con violencia, sino con una fuerza tan vasta que el aire mismo parecía tener cuerpo.

Su nombre era Lummar: una presencia tan grande como el silencio antes de la tormenta. Sentí sus garras rozarme la piel, suaves y frías al mismo tiempo. En ese contacto había algo entre miedo y calma, entre entrega y resistencia.

De pronto, me tiraba hacia atrás, y el mundo desaparecía. Caía sin fin dentro de un lugar llamado Varelia. No había suelo ni cielo, solo un espacio suspendido, tibio y luminoso, donde todo flotaba: fragmentos de luz, murmullos, recuerdos que respiraban.

El tiempo se disolvía. Las imágenes se mezclaban con mis pensamientos. El vértigo me atravesaba, y sentía que el alma también se soltaba del cuerpo, liviana, como si por fin recordara su forma original.

Desperté temblando. Durante unos segundos no supe si aún seguía soñando. Tenía mucha sed, un frío extraño, el cuerpo empapado en sudor. Todo giraba, como si el eco de Varelia siguiera vibrando dentro de mí.

Los días siguientes fueron densos: dolor de cabeza, el estómago inflamado, un cansancio antiguo, de esos que no se curan con dormir. Pero seguía pensando en Lunmar. En su abrazo, en su caída, en su manera de obligarme a soltar.

Y entonces comprendí: no venía a destruirme, sino a recordarme que incluso en la caída hay algo que nos
sostiene. Quizá Lummar solo quería abrazar lo que yo nunca me permití soltar y al hacerlo, me mostró que incluso en lo profundo de Varelia, sigo viva.

Después entendí que no fue solo un sueño.

La gran victoria

Fue una crisis de disautonomía: mi cuerpo hablando en el idioma que conoce, el del temblor, el vacío, la falta de aire.

Y tal vez Lummar era eso: la forma que tomó mi cuerpo para decirme que necesitaba descanso, agua, calma… y un poco de ternura.

Desde entonces, cuando siento el vértigo volver, respiro y lo recuerdo. Ya no lo temo.

Enseñanza del cuento

A veces lo imagino acercándose despacio, no para tirarme, sino para recordarme que el cuerpo no traiciona: advierte.

Solo hay que aprender a escucharlo. Porque incluso en la caída, también hay vida latiendo.

 

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