Por. Citlalli Berruecos
Con todo mi cariño a Martha, Candy y Pelancha.
Estudiar en una escuela-internado o una escuela privada de altas colegiaturas, reconocidas como de excelente calidad, hace creer que, por default, el estudiante de esa escuela será exitoso en su futuro, aun cuando no tenga la capacidad para serlo. Mágicamente se tatúan la marca de la escuela que supuestamente les abre posibilidades universitarias. A veces, la realidad es otra. Muchos de ellos viven en la burbuja de padres adinerados que hacen grandes donaciones a la escuela y/o a la idea de que el éxito intelectual que se hereda, lo que les permite mantener un estatus de impunidad y excelencia falsa. Aquellos que no gozan de esa burbuja, se quedan atrás pues es casi imposible después acceder al pago de universidades privadas.
Recuerdo que cuando era pequeña, existía el miedo de que “te enviarán a un internado” si no salías bien en la escuela. Por suerte eso no se escuchaba en mi casa, pero varios amigos tenían esa advertencia. Se creía que el internado era (no sé si lo sigan pensando así) el lugar para aquellos que no querían en las escuelas ni en sus casas, un lugar remoto de abandono, en el que debían sobrevivir en un nuevo mundo. No puedo asegurar que eso sea cierto, no viví esa experiencia. Entiendo que hay internados muy prestigiosos donde estudian hasta hijos de Reyes. Tampoco sé si su excelencia sea académica, por las donaciones o colegiaturas que reciben, o si es por los títulos y/o apellidos que llevan sus estudiantes.
En estas escuelas hay quienes hacen de su vida la escuela, y la escuela su vida. A quienes trabajan y sobreviven en la institución el paso del tiempo, y que continúan en la misma aun después de que se han remplazado a muchos, se les llaman los Holdovers, los que se quedan. La película estrenada el año pasado que lleva este título trata de tres personajes que, aislados por la nieve de sus propias historias, deben convivir y sobrevivir las vacaciones decembrinas en el internado. La película resulta una crítica sutil a las instituciones que se manejan por un supuesto código de honor y ética, el dinero que reciben, a las familias que abandonan a sus hijos y a los estudiantes que creen tener su vida resuelta por su herencia familiar, lo que les permite hacer, deshacer y agredir a quien no esté en su nivel. En especial, nos permite ver a tres personajes que han perdido mucho y que, a través de la empatía y sus silencios, nace poco a poco entre ellos, la esperanza de vivir y sentirse libres.
The Holdovers (2023, Dir. Alexander Payne) te engancha con las miradas entre los personajes, el vacío de la escuela, la sofocante nieve constante y con pequeños diálogos que dicen mucho. Te hace sentir cualquiera de los tres personajes: la cocinera que vive un duelo en el espacio oscuro de la cocina compartido con los fogones; el estudiante, que, a esa edad como muchos de nosotros, vive en la angustia de no tener idea de lo que será su futuro, y el maestro permanente, el que se sabe fiel creyente de la ética docente a seguir sin la posibilidad de cambios y que, a la vez, es al que nadie quiere por su actitud ante la vida. Ese maestro, que a lo mejor muchos de ustedes tuvieron.
Conforme pasan los minutos de la película verán cómo, al final de cuentas, en ese lugar de soledad física y emocional, en realidad se acompañan en ese espacio limitado y cómo cada uno de ellos se libera de lo perdido.
Y después de ver la película, reflexiono… ¿Cuántas veces nos hemos preguntado sobre esos maestros que de alguna manera cambiaron nuestras vidas? ¿Qué sentirán los maestros cuando se despiden de sus alumnos después de la graduación al saber que lo más probable es que no se volverán a ver? Fuimos alumnos a los que nos dieron todo y, ¿qué sabemos de sus vidas? Estas y muchas preguntas más se generan a través de la hermosa relación de los tres personajes que hacen suya la soledad blanca, los gestos y las miradas silenciosas.
Que sirvan estas palabras y esta película para agradecer a quienes cambian nuestras vidas a través de la educación no sólo en la escuela, también en la vida. Hoy que es el Día del Maestro, siempre agradeceré a mis queridas maestras su apoyo y sus abrazos cariñosos y esperanzadores.