- Ser de barro y de silencio hacen mejor el día
Por: Cut Domínguez
Inteligencia artificial
¿En este mundo de internet y redes sociales no le habrá ocurrido quizá a usted cosa semejante?
Un tipo entrado en años, 60 o más, experto en Inteligencia Artificial, sentado en la barra de un bar, cara compungida, ojos húmedos, miraba la imagen de una mujer en la pantalla del celular. Tranquilo amigo, dijo en tono cordial un compañero de copas, al tiempo que frotaba su hombro de manera indulgente. La compasión del cielo es infinita, añadió. Habrá otra mujer en alguna parte, además de su esposa, que todavía pueda hacerlo feliz. Había, suspiró el viejo ingeniero, había. Pero ésta la conocí en Instagram y luego de una fugaz relación amorosa a distancia y de hacerle una transferencia bancaria desapareció.
Rodro y su cantar
Instalado en una esquina de la cama, se escuchaba la música y su canto. Cierto día, su padre dio la cara. Rodro negó el alto volumen del ejercicio que practicaba como fiera, mientras separaba la extensa cabellera que cubría su rostro. ¿Alguien a vivido lo necesario para saber de esto?, dijo con engreimiento. Se miraron disimuladamente, de manera apacible, neutra. Luego se inclinó sobre su improvisada mesa de trabajo e hizo sonar las uñas con gesto chusco de matar una pulga. Ambos sonrieron. El primero confirmó, una vez más, la vocación del hijo y éste último cantó con gozo, pues las uñas comenzaron el cambio que tanto presumía: unas garras de león.
Autorretrato
Hoy inicié mi jornada inquieto, con los párpados arrugados y la cara como vientre de pescado. Anoche soñé perder el celular. Necesito ese aire de vida; las cámaras, la pantalla, el flash, la batería cargada para tomarme muchos selfies y enviárselos a todos los amigos. A mis 16 años, en esta cibercomunidad con ciudades convertidas en inmensos desiertos llenos de gente cuidando su propio interés, he decidido mantenerme en mi propia burbuja y velar por mí. “Arriba Oswaldo, ya dormiste mucho, despierta”, dijo mi madre y abrí los ojos.
El milagro
Un amasijo de sentimientos, conatos de sonrisas y de llanto, gritos esporádicos gestos emocionados cuando evoco su recuerdo; manos frotadas con desesperación al recordar su voz. Concluir que, en efecto, el mar se mide por olas y el cielo por alas, que en mis ojos vive la luz y en convencerme cada día que logró despertar en mí el más entrañable de los sentimientos. No sé cuál de los dos merece más una alabanza, si ella por soportar mi abandono y desaires de mal gusto, a pesar del tiempo de habernos conocido, como un milagro de todas horas, de cada instante. O yo por tratar de ocultar un amasijo de canas, amagos de arrugas, púas faciales, anteojos bifocales, piel endeble, cuerpo enjuto, muelas incompletas, reumas y calambres; ojos escépticos en los que, de pronto, vuelve a brillar la fe y cejas gachas, que se levantan maravilladas al dibujar mentalmente su sonrisa, graciosa, divertida y sentir quererla así como la quiero. Como un milagro de todas horas, de cada instante.