Por Ivonne Melgar
La hora de la alternancia parece haber llegado para Hidalgo, como colofón de los estragos que la fallida reforma eléctrica dejó entre los priistas y el presidente de la República.
Porque a menos de que ocurra una voltereta inesperada, el fin de la hegemonía del PRI se asoma en la entidad de la mano de los propios priistas.
Como sucedió antes en Zacatecas con Ricardo Monreal; en Oaxaca con Gabino Cue, en Veracruz con Miguel Ángel Yunes, en Nayarit con Antonio Echevarría Domínguez, en Tabasco con Arturo Núñez, en Durango con José Rosas Aispuro o en Quintana Roo con Carlos Joaquín, para que la cuña apriete ha de ser del mismo palo.
De modo que hoy el pleito electoral hidalguense es entre el pedazo del PRI que se alió al PAN y PRD en la coalición Va por México y que postuló a la priista Carolina Viggiano Austria con el logo panista, y el pedazo del PRI que acuerpa al candidato de Morena, Julio Menchaca Salazar, con el gobernador Omar Fayad incluido y el secretario de gobierno Simón Vargas.
Es una de las fórmulas más ganadoras desde 1988 cuando Cuauhtémoc Cárdenas, a su salida del PRI, se convirtió en candidato y líder de la oposición. Una fórmula que han seguido PAN y PRD para lograr triunfos locales con priistas a los que les negaron candidaturas en su casa de origen.
Se trata de transiciones pactadas que se confirman en las urnas. Una paradoja que explica nuestro gatopardismo: que algo cambie para que todo siga igual.
Una fórmula de alternancia que recicla cuadros políticos del supuesto adversario y que la autoproclamada Cuarta Transformación conducida por el presidente López Obrador decidió profundizar.
Esa es la paradoja en Hidalgo: caciques y políticos del viejo régimen que ahora abanderan la marca Morena y se visten de guinda: el propio candidato y su operador Gerardo Sosa Castelán, quien providencialmente salió de la cárcel por actos corruptos en la Universidad Autónoma de Hidalgo. Sí, el jefe de la llamada Sosa Nostra, cacicazgo universitario bautizado así por el periodista Miguel Ángel Granados Chapa.
Un cambio de fondo y generacional habría sido la candidatura del ex secretario de Hacienda, Arturo Herrera Gutiérrez, hidalguense de izquierda desde siempre, como su familia.
Pero el partido que basa su oferta en la defenestración del pasado se alimenta de candidatos que se formaron bajo sus cánones, como Julio Menchaca Salazar, quien militó en el PRI hasta 2015 y ahora aventaja en la competencia.
Perteneciente en su momento al grupo de Jesús Murillo Karam –el procurador de “ya me cansé”-, el senador con licencia fue diputado local priista y magistrado presidente del Tribunal Superior de Justicia de Hidalgo.
De 62 años, el abogado Menchaca llegó en 2018 al Senado con el empuje del tsunami obradorista, cuyas olas continúan favoreciendo a la marca presidencial, particularmente en entidades donde el rezago social es aun profundo y la oferta de los abanderados se reduce a la cercanía que tienen con el hombre de Palacio.
Por eso otra paradoja que caracteriza esta elección es que Carolina Viggiano Austria, secretaria general del PRI, se rezaga en la intención de voto, según encuestas, aun cuando se trata de una política que, a diferencia del morenista, siempre ha ganado en las urnas.
Con 53 años, la diputada con licencia también se formó de la mano de caciques y políticos hidalguenses y escaló en la estructura estatal y federal del PRI: fue coordinadora de la campaña a gobernador de Miguel Osorio Chong, enlace con la sociedad civil en la presidencial de Peña Nieto y titular del Consejo Nacional de Fomento Educativo (CONAFE) en su sexenio.
Al igual que su contrincante morenista, Carolina Viggiano fue diputada local y presidenta del Tribunal Superior de Justicia del Estado de Hidalgo. Tiene, sin embargo, por su talento, mayor empaque político y legislativo, mostrado en las tres ocasiones en que ha sido diputada federal. A esto se añade su familiaridad con el ejercicio del poder como esposa de Rubén Moreira, quien logró una gestión exitosa en el gobierno de Coahuila al contener el problema de la inseguridad, actual coordinador de los diputados del PRI.
En contraste, cuando en 2016 Menchaca fue candidato independiente a la presidencia municipal de Pachuca apenas alcanzó un 8 por ciento de votación. Su falta de carisma se compensa con la poderosa narrativa presidencial que ha golpeado a la candidata y al jefe de la bancada priista, después de que no lograron convencer al resto de sus compañeros de aprobar la reforma eléctrica.
Así que, en la contienda, con la figura y el discurso presidencial de fondo, a Viggiano le endosan el pasado corrupto del PRI, cuando buena parte de éste cierra filas con Menchaca, mientras él hace campaña capitalizando los programas sociales de la 4T.
En contra de Carolina también juega el gobernador, alineado desde 2018 con el proyecto federal y en desacuerdo con su candidatura que vivió como imposición de Alejandro Moreno, presidente del PRI.
El rechazo de Fayad se presenta en otros priistas que se dicen lastimados por la dirigencia de Alito y en quienes no logran escapar de la misoginia y de una violencia política de género que sigue afectando a las candidatas con arrestos.
Más arropada por el PAN que por los priistas, Viggiano hace oídos sordos de las advertencias de que ha sido traicionada por el gobernador y lo elogia en sus mensajes, haciéndonos recordar los días en que Josefina Vázquez Mota esperó hasta el final el apoyo de Felipe Calderón que nunca llegó.