Ser mujeres triunfantes en mundos de hombres, dejando fluir a la par nuestras pasiones, sueños y sentimientos de manera desenfrenada, parece un cuento de hadas, de esos con los que solían entretenernos de pequeñas.
En noviembre próximo se cumplirán 165 años de la muerte de una mujer que se convirtió en su propia hada, satisfaciendo sus deseos, y que para muchos resulta desconocida, pero que vivió sin suprimir ninguna de sus pasiones: Augusta Ada Byron King, también conocida como Ada Lovelace, quien nació un 18 de diciembre de 1815.
Su historia, a pesar de ser corta, es peculiar y significativa, pero ha sido poco retomada, por extraño que parezca, entre las élites feministas; élites donde solo los grandes temas parecen tener agenda, pero el diario vivir de ser mujer en un mundo de hombres parece olvidado.
Hija del poeta Lord Byron, Ada formó parte de la realeza inglesa y fue una brillante genio en matemáticas. De hecho, se le considera la primera programadora de la historia y su biografía ha vuelto a ser noticia gracias a la reciente publicación de la novela “Matemáticas para las hadas”, de F. G. Haghenbeck (Grijalbo, 2017).
Pero no es la única obra que recupera su vida: en el año del bicentenario de su nacimiento se publicó en español “El algoritmo de Ada”, de James Essinger (Alba Trayectos, 2015) y yo pude conocer su trayectoria gracias a que es uno de los personajes centrales de “Los innovadores” (Debate, 2014), de Walter Isaacson, el biógrafo oficial de Steve Jobs.
Desde pequeña, Ada recibió clases particulares de matemáticas y ciencias. Pudo acceder al saber científico debido a que, en su estatus social, estar al día con el progreso era una señal de prestigio y poder. Las reseñas de “Matemáticas para las Hadas” destacan que ahí se le describe como “una mujer apasionada, lo cual se denota en cada faceta de su vida”.
Y es que se trata de la vida de una de las mujeres más sorprendentes de la época moderna, con una relación intensa y compleja con su famoso padre, además de ser amante de Charles Dickens y del ludópata John Crosse. Historias no menos apasionadas que la relación que esta mujer tuvo también con las matemáticas, al grado de ser conocida como “la encantadora del número”.
Un mérito que no es menor, si se considera que en el siglo XIX no era común que hubiera científicas a las que se les tomara en serio, y menos que hablaran al tú por tú con las eminencias de aquella época, como hizo ella con Charles Babbage, inventor de una de las primeras máquinas de cálculo.
Su historia no podía estar más vigente y aleccionadora que en nuestros días. Ser mujer y empoderada sigue siendo privilegio de élites. Pero, en general, en el proceso de posicionarnos y conquistar los espacios laborales y / o profesionales que por nuestras habilidades y talentos nos pertenecen, muchas de nosotras nos hemos visto en la disyuntiva de menguar nuestra esencia femenina, temiendo que se llegue a confundir algún rasgo de sensibilidad con debilidad.
Ser frías, calculadoras, se convierte en necesidad para algunas, en especial para aquellas que se desempeñan en espacios donde las mujeres apenas comenzamos a figurar. “Hasta parece hombre”, frase que discrimina, se convierte en un halago que algunos expresan cuando creen que “hemos cumplido” con quitar nuestra esencia femenina y mimetizarnos con el perfil de “hombre”, que es el idóneo en nuestra sociedad machista.
Imagínense. Si a la británica Ada Lovelace le tomó al menos siglo y medio ser reconocida como una de las pioneras de la computación, lo cual pudo lograr sin quitarle un ápice a su intensidad personal, imagínense en países como México, donde ser mujer y profesionista de éxito todavía es una labor titánica.
En el plano personal, persiste la idea de que las mujeres triunfadoras llegan a la cima solas. Es hora de borrar esos prejuicios que nos llevan a eliminar todo rastro de nuestra feminidad para ser “como hombres”. Es el tiempo de convertirnos en protagonistas de nuestro propio cuento de hadas.
Saraí Aguilar | @saraiarriozola Es coordinadora del Departamento de Artes y Humanidades del Centro de Investigación y Desarrollo de Educación Bilingüe en Monterrey, Nuevo León. Maestra en Artes con especialidad en Difusión Cultural y doctora en Educación.