Por. Mariana Aragón Mijangos
Sería un lugar común hablar de que este año, la fiesta de muertos la viviremos de manera diferente, aunque no por eso sería menos cierto. A casi dos años de pandemia, en México se han registrado 286 mil 496 muertes relacionadas con el coronavirus, que sumadas a las más de mil 360 víctimas de la pandemia en la sombra (violencia machista) han dejado un profundo hueco en el corazón de sus familias y comunidades.
Pero hay otros tipos de muertes que también asolan nuestras calles, y abruman nuestras mentes: los difuntos negocios que no pudieron resistir más, los millones de empleos aniquilados y las relaciones de pareja sepultadas; y con ellos, la pérdida de fuentes de ingreso, estabilidad, tranquilidad, planes, sueños y esperanzas de millones de mexicanas/os.
En mayor o menor medida, para la gran mayoría ha sido un tiempo de pérdidas e incertidumbre, en el que paradójicamente, hace más sentido que nunca revitalizar el espíritu a través de nuestras tradiciones. Me hace sentido recordar la sensación de agradecimiento, aceptación, y de solemne alegría que queda al escuchar el Dios nunca muere del gran Macedonio Alcalá: “Pero no importa saber/ Que voy a tener el mismo final/ Porque me queda el consuelo/ Que Dios nunca morirá.”
Este año tampoco habrá comparsas, ni iremos a los panteones. Tampoco hemos ganado el mundial, el escenario político sigue perdiéndose en posiciones maniqueas, y la inflación nos come el bolsillo con sólo comprar el gas, ir al súper o cargar el tanque de gasolina, pero mientras sigamos siendo y sigamos estando, hay motivos valiosos que nadie nos puede quitar.
Las culturas originarias del México profundo nos han enseñado a celebrar la muerte como parte de la vida, honrar a quienes se nos adelantaron, pero también recordar que mientras estemos vivas/os, la vida siempre será motivo de fiesta. Es rendirnos ante eso contra lo que no podemos luchar, para aceptar la vida tal como se nos presenta: cambiante, polifacética, agridulce y picante como el mole, intensa y sublime como un buen trago de mezcal.
Estos días son para permitirse sentir profunda nostalgia por lo que se fue, por lo que ya no es, mientras dejamos que los colores del cempasúchil y de la mano de león, el olor a incienso y la dulzura del chocolate con pan, nos susurren que la vida sigue.
Que vengan las calaveritas y bienvenidas sean las reuniones familiares, claro guardando razonable mesura. Vivamos nuestros duelos y brindemos por lo que fue, por lo gozado, lo compartido, y aceptemos que las cosas ya no son como antes, y eso está bien, porque es parte del flujo de la vida. Que en sus hogares no falte la ofrenda, ni en sus corazones el ánimo y el agradecimiento por ser, por estar y por seguir compartiendo.