viernes 10 mayo, 2024
Mujer es Más –

“Mis pacientes a veces deliran”

Sigmund Freud

 

Por. Boris Berenzon Gorn 

Las nuevas tecnologías de la información y la comunicación han modificado por completo las interacciones humanas. Pocas áreas de nuestras vidas —si no es que ninguna— pueden declararse libres del impacto que ha representado el ascenso del mundo digital. Muchos hemos vivido lo suficiente para observar este proceso desde sus albores, pero otros tantos han nacido en sus etapas más avanzadas, desconociendo cualquier indicio de mundo previo al parteaguas tecnológico. ¿Se encuentran ellos en una situación ventajosa con respecto a todas las generaciones anteriores? Tenemos razones para pensar que no. 

Un huérfano digital es una persona nacida a la mitad de lo que los gigantes de Silicon Valley se esfuerzan por pintar como una utópico mar de democracia, acceso a la información y participación ciudadana. Al alcance de un clic, el huérfano digital tiene el más grande acervo de conocimiento jamás imaginado por la especie humana. Mediante un esfuerzo físico mínimo, puede conocer las expresiones culturales de regiones enteras, leer los clásicos de la literatura universal, disertar sobre temas filosóficos, dialogar sobre ellos con sus pares, cuestionar al poder, investigarlo, acceder a los archivos que los corruptos quisieran mantener ocultos y muchas otras tantas maravillas. Solo hay un problema: el huérfano digital no ejerce ninguna de estas funciones posibles; está demasiado ocupado redactando tweets. 

Los grandes avances tecnológicos en materia de información y comunicación han significado revoluciones en la historia de la humanidad no por su existencia misma, sino por la forma en que han sido aplicados. La imprenta y los tipos móviles representaron un avance para el conocimiento humano porque su aplicación recaía en las mentes entrenadas para ello. La posibilidad de realizar copias de libros en menor tiempo y con menos recursos benefició precisamente a los guardianes del conocimiento, quienes se encargaron de cultivarlo. Lo destacable aquí no es que la tecnología estuviera en pocas manos y no fuese democrática, sino que éstas se encontraban preparadas para hacer un uso provechoso y a la larga benéfico. Es decir, que mientras resulta lamentable el carácter excluyente que entonces tenía el conocimiento, lo que llama la atención, para los fines de este contraste, es que su utilización no era tomada como un acto superfluo, sino como uno que requería de una formación previa o, en todo caso, de una guía.   

La publicación en masa empezó a ocuparse del ingrediente excluyente que se había puesto en la transmisión del conocimiento. Surgió la posibilidad de llegar a rincones antes olvidados y de extender el acceso a la información a niveles antes desconocidos. Pero la publicación en masa no podía hacer este trabajo sola; necesitaba, para cumplir sus fines, que la gente tuviera acceso a una educación de calidad, que permitiera sacar provecho a las nuevas ventajas tecnológicas. El libro impreso nunca educó por sí solo. El libro impreso y masivamente reproducido tampoco. ¿Y qué creen? Tampoco lo han hecho el Internet ni la web 2.0. 

Los huérfanos digitales son las personas pertenecientes a esa aclamada generación que “trae otro chip”, que creció conviviendo por igual con Siri y con Alexa, que expresa su creatividad a través de Tik Tok y que no sabe lo que son las instancias de administración e impartición de justicia, porque para ello cuenta con los multitudinarios linchamientos digitales. Pero hay una característica que los define aún más y es que su vida mediada por las nuevas tecnologías se ha dado sin ningún tipo de guía. Es decir, que no sólo no han recibido formación para hacer uso de estas nuevas tecnologías, sino que han sido abandonados a su suerte con la idea de que la web 2.0, con sus majestuosas redes sociales, hará las veces de la educación formal e informal, e incluso de la educación que debería recibirse en casa.

No es que no sepan leer o que necesiten acceder a los manuales de usuario de sus smartphones. No, de lo que carecen es de la guía de sus padres, madres y tutores sobre la información que están absorbiendo a través de la web, sobre cómo distinguirla, interpretarla, analizarla. ¿Qué es verdad y qué es una manipulación? ¿Qué contradice el sistema de valores con el que se supone que están siendo formados? No hay manera de saberlo, y es que sus padres esperan que absorban tal sistema de valores directamente desde Internet. Pueden dar por hecho que lo harán; aunque quizás no sea precisamente el que esperen, ni el que beneficie más a la sociedad.

Una generación de huérfanos digitales está creciendo en nuestra sociedad. Con una capacidad analítica minada por los gigantes de las redes sociales y con una mente interferida y manipulada por los ideólogos de la web 2.0 —así como de los grandes agentes políticos que se aprovechan del gusto que el algoritmo tiene por los discursos de odio—, estos futuros ciudadanos se preparan para tomar las riendas del mundo y conquistarlo. El mañana suena tan prometedor como enriquecedor es el contenido con el que estos cerebros se alimentan diariamente a través de Tik Tok.

Ilustración. Diana Olvera

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