Soy reconocida como una mamá a la que no le gusta la celebración del 10 de mayo y entonces hago un buen esfuerzo por salir con la mía al cine, a comer, a comprar plantas… todo el resto del año, para evitar sumarme a los actos masivos, y para mí es suficiente con que me ofrezcan el desayuno cotidiano.
La celebración del 10 de mayo se deriva de una respuesta de la derecha mexicana al avance del feminismo. Un periódico, que en ese entonces era de los de mayor circulación, tomó la bandera de los grupos conservadores y logró colocar la celebración en el imaginario social.
Este mismo impulso construyó el Monumento a la Madre, que en realidad parece el monumento a la madre soltera, ya que por ningún lado aparece el padre. Ese indicio nos habla de una idea que aseguraba que el criar a la descendencia era responsabilidad de las mujeres y su correlato que los varones podían desentenderse del asunto, pues no estaban convocados a algo tan fundamental en la sociedad.
La sociedad de los varones desobligados de la formación de seres humanos nos ha llevado a muchos de los vicios que nos atan en la pobreza, en el escaso desarrollo económico y en un país violentísimo, como expresión de una masculinidad indiferente a lo corresponsabilidad de construir un destino de paz, desarrollo e igualitario.
No me gustan tampoco las películas del Cine de Oro Mexicano, pues allí las mujeres lloran para chantajear, suplican o se conduelen como víctimas, sean jóvenes o con cabecitas blancas. No me gusta la cursilería de las tarjetas de día de las madres, donde aparecen idílicas mujeres rodeadas de sus hijos y de rosas, me parecen cursis y simplifican el extremo la profundidad de las relaciones que se establecen con un buen maternazgo. Y no me gusta papel de la madrecita santa o de la madre abnegada que da “todo” por su prole hasta hacerse transparente, deprenderse de su yo, y ponerse un delantal comprado en el mercado.
Me gusta la generación de mi madre, que fueron a la universidad, tuvieron sus trabajos y sobrevivieron al duro proceso de ser las que contundentemente dijeron, en los hechos, que querían ejercer sus profesiones.
Me encantan las madres de mi generación que, como yo, disfrutan de su trabajo y las realizaciones en los distintos campos del conocimiento y las artes, y que a veces estamos acompañadas de nuestras hijas e hijos, pero no atadas a sus destinos.
Abnegada es cosificada, santa es una mujer asexuada que no se permite disfrutar de los placeres de la vida, de la compañía masculina, de los amigos y de las pachangas, así como de las salidas nocturnas con amigas, o los fines de semana de escapada a donde nuestros espíritus “pata de perro” nos lleven a disfrutar.
Pronto nos tocará enfrentar nuevas soluciones al “síndrome del nido vacío” que hace tan importante para las madres santas el 10 de mayo; o sea, el regreso de los hijos o hijas al hogar materno, cargados de pasteles y rosas (carísimas en estas fechas).
Por mi parte, pienso vivir esta etapa por venir con mis amigas, mis ex alumnas, mis nuevos alumnos, con la fantástica aventura de escribir libros, artículos y post en mis redes sociales, y con quienes giran alrededor de mi vida incluyendo a mi madre, mis hermanos, mi hija, mis sobrinos, amigos, amores… sin distinción.
Genoveva Flores. Periodista y catedrática del Tec de Monterrey.