sábado 23 noviembre, 2024
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CEREBRO 40 BÁRBARA LEJTIK COLUMNAS BLOGS

«CEREBRO 40» Yo sí fui a la marcha. Así la viví

 

Recién llego a mi casa, soy de las afortunadas que si volvieron, nunca lo tuve tan claro, nunca vi de cerca tanto sufrimiento, tanto coraje, tanta impotencia.

Apenas siento los pies, muero de hambre, pero me importa más contarles mi experiencia.

Le prometí a mis hijos que llegaría hasta el final, que iría hasta el Zócalo, que me iba a cuidar y también les aseguré que no sentía miedo -el miedo no me es muy familiar-, es como un chip que no tengo activado, tampoco las lágrimas y no es que no sea emotiva, soy profundamente sensible, lo que no tengo es conectado el cable del lagrimal, pero hoy fue un día diferente, ni el corazón más duro y la conciencia más tranquila podrían permanecer inmunes ante todo lo que vi.

Las primeras en llegar, adelantándose a la inminente primavera, fueron las jacarandas, estos árboles hermosos que adornan todo el país y que pareciera estaban allí como marco para la marcha.

Me uní a un contingente al que me invitó mi querida amiga Demiana, siempre acaba uno volviendo a sus orígenes, era un grupo formado por alumnas y mamás de La Asunción, la escuela en donde estudié parte de la secundaria, de la que guardo los más gratos recuerdos, la que me recibió a pesar de la advertencia de las escuelas en donde estuve antes de que era “Una niña problema” y en donde conocí a las que el día de hoy son mis hermanas de vida.

285 mujeres rebosantes de valor y sororidad, con carteles, playeras y dispuestas a marchar y levantar la voz como todas las cientos de miles de mujeres que hoy nos congregamos ahí para gritar por las que ya no están.

Poco a poco se fueron armando los grupos, el de de La Ibero, el de Amnistía Internacional, de diferentes colegios y colonias, todas nos mezclábamos con todas, señoras más conservadoras con los conocidos grupos radicales, con una especie de respeto y empatía que no recuerdo haber sentido nunca.

Expectantes para comenzar a avanzar respetamos el protocolo, dejamos pasar primero a familiares de víctimas y desaparecidas, ahí fue donde me quebré, madres con las fotos de sus hijos colgadas del cuello, con letreros pidiendo justicia, gente real. ¿Y saben una cosa? Es muy diferente verlos a dos metros que en la televisión, el sufrimiento y la angustia tatuada en sus rostros, sin el afán de protagonizar, gente que realmente está sufriendo lo peor que le pueda pasar a una madre, tener a una hija desaparecida o muerta.

No tuve tiempo de socializar, era demasiada mi necesidad de observar, de entender, de grabarme cada imagen para el resto de mi vida.

Era difícil avanzar, la multitud hacia muy lenta la caminata, sin embargo íbamos repitiendo consignas, canciones, frases alusivas, las iniciaban las de adelante y las repetíamos las que veníamos atrás, yo escuchaba, veía los carteles, veía las caras, los distintivos. Nunca vi tanta inclusión, mujeres de todas las edades, niveles socioeconómicos y nacionalidades marchábamos juntas, todas por la misma causa, todas con la misma urgencia.

A veces reíamos, a veces nos quedábamos mudas, conforme nos empezábamos a acercar a la Alameda las cosas se empezaron a poner cada vez más violentas, ya no hubo tiempo de tomar fotos porque debías tener toda tu atención puesta en el momento; El contingente obviamente se disolvió y la mayoría decidieron regresar a sus casas; 20 pasos adelante, en la primera corretiza y advertencia de que más adelante estaban lanzando gas pimienta fueron suficientes para que las más valientes tomaran conciencia y dejaran la marcha.

Yo no, como dice mi papá: “Siempre tienes que estar en donde está el peligro”.

Ya estaba allí, a eso fui, ademas y lo digo siempre como justificación: “Soy Comunicóloga”, no estudié Comunicaciones porque fuera la carrera más fácil, ni porque tuviera pocas matemáticas, soy comunicóloga porque es la única carrera que podría haber estudiado, es la única manera que conozco de existir, así es que seguí la marcha con una compañera que me hice ahí en el momento. Más de un par de veces tuvimos que correr y resguardarnos porque las cosas se empezaron a poner muy pesadas, en el embudo que se formó frente a Bellas Artes soltaban bombas de gas pimienta y había vallas de policías, los ánimos estaban enardecidos y el grito se hizo universal:
¡Sin Miedo! Y así avanzaba la gente tapándose la nariz y la boca y replegando a los granaderos que trataban de impedir el paso, volaban piedras, botellas, zapatos; mi compañera y yo estábamos todo el tiempo tomadas de la mano, buscando huecos seguros pero atentas a lo que sucedía.

Finalmente decidimos seguir caminando hasta el Zócalo por una calle paralela para evitar el paso frente a Bellas Artes, que era el más agresivo.

Ya en el Zócalo el ambiente estaba mucho más tranquilo, oradoras y grupos incluso descansaban sentadas en el suelo, no había mega bandera, hoy el Estado Mayor presidencial tuvo miedo de izarla, no había tampoco ningún representante de Presidencia y aunque lo intuía no dejó de decepcionarme. Como si hubiera algo que fuera más importante que este movimiento.

En fin, un poco desolada decidí ya regresar a casa, no ocupe el vagón rosa, sin precauciones y con la confianza de que tiene que haber una respuesta me subí al Metro sin ningún temor, sin buscar un hueco seguro ni estar alerta por si hubiese cerca algún abusador.

Porque creo que este es el principio de una nueva historia, a la que le quedan muchas páginas, muchas marchas y muchas luchas, pero que ya nadie para. Porque las mujeres ya despertamos y ya nadie nos va a detener, están incendiados nuestros corazones, enardecidos nuestros brazos, no vamos a dar ni un paso atrás en esto.

Y como decían la mayoría de las consignas.

¡Es por todas!

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