lunes 29 abril, 2024
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Amor, libertad y futbol

Para todas las madres que han sabido educar a sus hijas en libertad.

Cuando cerró los ojos volvió a sonreír. Repasó lentamente aquellas palabras que le hacían evocar el regazo de su madre, aquellos momentos en que la niña de siete años se acurrucaba y soñaba mientras los dedos suaves y amorosos recorrían el laberinto de su cabello para acomodarle las ideas.

<Había una vez una niña que comía galletitas, y de repente…>, la  voz grave pero dulce de su madre la invitaba a continuar con la historia.

Aquella noche ella no respondió con un relato imaginario, sino con una historia sobre lo que había vivido en la jornada escolar: una confrontación con los prejuicios de género que se quedó grabada en su mente para toda la vida.

—Dice mi papá que si quieres que sigamos siendo novios tienes que dejar de jugar futbol, le había dicho él con voz entrecortada.

—¿Pero por qué dice esas cosas tu papá?, preguntó ella, mirándolo con asombro en el salón de clases ya vacío, porque todos habían corrido al recreo, menos ellos, porque “tenían que platicar”.

—Mi papá me dijo que el futbol no es cosa de mujeres y que las mujeres que juegan futbol son marimachas, sentenció él, repitiendo la añeja consigna de machos. Así que tienes que entender que yo no puedo tener una novia marimacha.

Las palabras salían a borbotones, como si las hubiera aprendido de memoria y las dijera sin detenerse a pensar su significado real.

—¿Te enojarías conmigo si te dijera que prefiero que terminemos como novios, -dijo ella, haciendo una pausa para estudiar la reacción- que terminemos como novios para continuar como amigos y que me sigas enseñando a jugar fut?

El niño la miró con cara de asombro. No podía creer lo que estaba escuchando. Luego sonrió aliviado. Su padre le había prohibido que la futbolista fuera su novia, pero no dijo ni una palabra sobre la posibilidad de que fuera su amiga.

—¿Y tú cómo te sientes?, preguntó su madre sin poder ocultar una enorme sonrisa ante la “travesura” de su hija.

—Bien, respondió ella pasando su dedo sobre el rostro que la miraba con orgullo.

—Ojalá nunca olvides este momento”, respondió aquella mujer que tanto la quería y que la fue educando para la libertad.

—Te prometo que no lo voy a olvidar, dijo la niña sin imaginar que con el tiempo aquellas encrucijadas volverían a presentarse una y otra vez; sin imaginar que a ella, como mujer, le iba a resultar mucho más difícil confirmar aquella primera respuesta espontánea que antepuso sus sueños y sus deseos a la consigna de obedecer los patrones establecidos y a vivir atada a prejuicios que la condenarían a la frustración. 

Habían pasado muchos años cuando evocó nuevamente aquellas palabras pronunciadas en el regazo de su madre. Costó trabajo; corrieron muchas lágrimas; se mordió los labios. Pero las recordó y siguió adelante, persiguiendo sus sueños y disfrutando el futbol.

 

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