jueves 21 noviembre, 2024
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«CINÍSIMO»: La la land y Café Society: ¿De verdad volveríamos al ayer para cambiar el ahora?

Los coches son de los 70, la ropa de los 90, la música de los 60… 

“La La Land”, de Damien Chazelle, la peli favorita del año con empate en récord histórico de nominaciones al Oscar, es más que un musical un ensayo, un comentario crítico. “Café Society”, la elogiada cinta de Woody Allen presentada en Cannes, es un melodrama con muchas coincidencias de estilo e historia.

 

Ambas retratan a una pareja que inicia su romance casi por casualidad, pero que en el camino se ponen serios y se apoyan para que cada uno logre el éxito en su área; sin embargo,  en aras de alcanzarlo realmente, acaban por separarse aunque permanecen anclados emocionalmente. Una especie de nostalgia de lo que pudo ser si hubiesen seguido juntos.

 

En ese sentido, ambas películas tienen un final más bien amargo: O crece él, o crece ella ¿pero acaso no pueden crecer juntos? ¿Y, si el caso, es anecdótico o es ontológico?

 

“La La Land” cuenta su historia de un modo muy peculiar: no se ubica en una época específica: La introducción (con el logo del cinemascope) y la escena de la carretera, ponen la situación en cualquier época (y en ninguna). Los coches son de los 70, la ropa de los 90, la música de los 60, pero hay celulares y en uno de los coches escuchamos el tema principal de la peli en una cassetera de los 70. En mucho menor grado, pero algo similar se puede argüir de “Café Society”, que se ubica en los 30 pero no se ve la Gran Depresión por ningún lado.

 

Si bien hay algunos números típicos de un musical (y su referencia/homenaje), como la intro de la carretera (a lo “West Side Story”), los preparativos de la cena de las actrices wanna be (“Rent”), el baile volador en el museo (a lo “Munchaussen” de Gilliam), el escarceo de la pareja al final de la primera fiesta (tipo “Singin’ in the rain”), un par de secuencias en París (homage de “An American in Paris”), no abarcan ni la mitad del film; por eso estrictamente no se puede hablar de un musical, a lo sumo de un ensayo.

 

Al principio, “La La Land” se conduce hacia una anécdota tipo “A Chorus Line” (la dura selección de artistas secundarios en un mundo de férrea competencia), pero luego este ethos se diluye y se va por otro camino.

 

Un asunto curioso es que al principio la historia es contada desde el punto de vista de ella, empezando en la carretera, para luego volver y hacer el mismo recorrido desde el punto de vista de él.

 

En “La La Land”, la obra de teatro que ella escribe y para cuya puesta en escena sacrifica todo (hasta la pareja) ¿era en verdad tan mala? El filme nunca reniega del devastador comentario literalmente escuchado tras bambalinas, a diferencia de una típica peli de Hollywood que nos hubiera regalado con una posterior reivindicación de nuestra heroína.

 

Aquí ni siquiera es puesto en duda; pero ese momento de creatividad, de pasión, pese a ser un fracaso por sí mismo, le sirve para conectar con el proyecto que le daría más tarde el estrellato. Ahí hay una moraleja, ¿que no? Invierte en tu proyecto y, pese a todo, te retribuirá. Realiza tus sueños, tal vez no triunfes, pero te abrirá nuevas opciones.

 

“Café Society” se queda corta en estas referencias; debo confesar que por primera vez veo un Woody Allen al que le comieron el mandado (y eso que soy fan de su cine, nivel ‘aferrado’). Pero su cinta es un poco acartonada y unidimensional. Y por primera vez posiblemente en toda su carrera, parece desconectado de las tendencias actuales del cine.

 

Su odio/amor a Hollywood y su contraparte natural: su amor/veneración a New York, clásica dicotomía de su filmografía (“Annie Hall” y en parte “Blue Jazmine”), aquí es potenciada con una orgía de la nostalgia (en una y otra localidad). Pero el nudo de la historia es abordado de un modo mucho menos conspicuo que en otros de sus trabajos.

 

Por ejemplo, “Café Society” se gasta casi todo el tercer acto en hacer y decir lo mismo que “La La Land” muestra en pocos minutos, con ese cierre tan peculiar, esa maravillosa ensoñación final del reencuentro de la pareja en el club del jazzista.

 

Claro que lo que en el filme de Allen es mera posibilidad, hipótesis traída a cuento una y otra vez por los personajes; una especie de anti-mantra de la no-pareja fallida; en “La La Land” es añoranza, deseo, plano alterno de narración (¿todas las anteriores o ninguna?).

 

El gran tema es el regreso al pasado, poder cambiar una decisión, una disyuntiva, un cruce de caminos que nos llevó en una dirección, pero nos hizo abandonar otra ruta posible. Eso es lo que se está jugando de hecho en ambas historias.

 

Pero la solución de “La La Land” se acerca, la roza apenas, a una fórmula mágica, poética que no es nueva; se había utilizado antes: Brian de Palma en la “Femme Fatale” (2002) y, el verdadero pionero, Tykwer en “Run Lola Run” (1998).

 

Con De Palma la solución argumental se esconde como un lánguido, húmedo y partero flash-back que nos descubre atrapados no en la realidad narrada, como creíamos, sino en un sueño/anticipación. O sea que lo que habíamos vivido no fue real, era sólo una posibilidad y regresamos a un punto previo de la narración que habíamos dejado para continuar (ahora sí, se presume) con la realidad narrada.

 

En “Run Lola Run”, una vez vivida la primera experiencia de la frenética persecución para salvar al amado (y haber fracasado, claro), la cinta nos regala con una eterna reiteración gratuita, inexplicable, mágica; hasta que al fin, en uno de esos posibles planos de realidad alternativa, el inefable novio es finalmente rescatado, puesto a salvo, y nosotros logramos escapar de ese molesto rizo espacio-temporal, algo cómico, cierto, a lo “Groundhog Day” (Ramis, 1993).

 

Regresar para corregir un error pasado… No es, desde luego, una reflexión nueva en Woody Allen: la delicada exquisitez de su “Midsummer night’s sex comedy” (1982), con su refinado juego de espejos con Bergman (“Sonrisas de una noche de verano”), Shakespeare (“A Midsummer Night’s Dream”) y Renoir (“La regla del juego”), precisamente se centra en las oportunidades perdidas, las decisiones que nos llevaron por un rumbo distinto.

 

Una serie de circunstancias y paradojas le permiten a nuestros héroes en “La La Land”, “Café Society” (y antes en “Femme Fatale” y “Run Lola Run”) intentar ese regreso, ensayar esa alternativa desperdiciada en el pasado.

 

Pero en “Midsummer night’s sex comedy” los personajes se ven obligados a quemar sus naves, rompen el presente (con todos las graves implicaciones de ello) para intentar recuperar ese pasado añorado y perdido por las decisiones alternativas tomadas.

 

Y el resultado paradójicamente es del todo desalentador; aquella posibilidad añorada como una alternativa más feliz resulta en realidad frustrante y anticlimática; pero ahora se enfrentan al dilema de que ya no pueden regresar más a ese presente despreciado como menos pleno.

 

En cambio, en “Café Society” y “La La Land” ahora (como un poco antes en la “Femme Fatale” y “Run Lola Run”), los personajes pueden (y nosotros con ellos) experimentar el plano alternativo sin la gravedad de romper con su presente, sin arriesgar tu vida actual.

 

Menos osado sin duda, más prosaico si se quiere. ¿Signo de los nuevos tiempos? ¿Sello de una época? ¿Destino de un presente que pinta muy mal? ¿O acaso sólo estoy exagerando: Una especie de añoranza por un siglo XXI y un tercer milenio más comprometido, la nostalgia de lo no vivido? 

 

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 Alberto Monroy @iskramex / Citando a un clásico: “Estudió cómo cogen las ballenas en la Universidad del Congo; cumplirá 96 años el próximo verano”.

 

 

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