jueves 21 noviembre, 2024
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«CEREBRO 40» Úrsula, José Arcadio, Macondo y 100 años de soledad

 

Hace muchos, pero muchos años, antes de que las cosas se pudieran contar en letras por cualquier persona, llegaron en un barco muy grande, procedente de Rusia, huyendo de la guerra bolchevique, sin hablar español y sin distinguir América del resto de lo desconocido, Sara y Natalio, aferrados a la única oportunidad que se les daba para sobrevivir, como lo hacen todos los migrantes, con un pasado que solo existía en su recuerdo y un futuro tan incierto como su presente.

Llegaron a Argentina y sin cuestionarse absolutamente nada, sin conocer el idioma ni las costumbres, se pusieron a trabajar, hicieron lo mejor que pudieron, dejaron atrás para siempre su país, su idioma y todo lo que tenían, y en lo que creían y echaron raíces en un nuevo mundo.

En Argentina nació Samuel, que con su don de gentes y metro ochenta tuvo suficiente para hacerse de una vida, negociante, trotamundos, aventurero, amigo de todos, siguió caminos y rumbos que lo trajeron a México. Caminando sobre las vías del tren de la vida, con su inseparable sombrero y una agenda llena de direcciones por visitar supo que había encontrado el final del camino cuando escuchó la voz de Graciela, 30 años menor que él y aún más bonita que su voz; señorita de grácil figura y modos refinados aceptó salir con él a cenar, tal vez por curiosidad, tal vez sintió también el llamado del destino, lo que es muy cierto es que heredamos todas esa atracción irremediable por los hombres mayores con sombrero y fuerte personalidad.

Así sucedieron las cosas, uno nunca sabe en qué parte del camino se torció la ruta, quién llegó tarde a la cita y quién aprovechó la oportunidad, aquí andamos todos, resultado de un accidente de la vida.

No muy distinta la situación en México, Toño, uno de 13 hijos, seguramente ignoraba lo que la vida le tenía reservado, cuando vio a Gloria, hija de un General del Ejército mexicano, que habría peleado en la Revolución y de eso guardara medallas y un ojo de vidrio, seguramente sintió miedo, tanto que por eso mejor se la robó, se casaron en una pequeña iglesia entre Querétaro y Guanajuato sin la bendición ni la compañía de nadie, únicamente seguros de que querían estar juntos y de que sus nombres sonaban juntos como el inicio de un cuento.

Tuvieron ocho hijos, vivieron siempre en la colonia Cimatario. Toño vendedor de lo que fuera, Gloria la mejor cocinera, poseedora de las recetas de Bacalao y espagueti con jitomate jamás repetidas por nadie.

De sus ocho hijos la mayor fue Gloria, asediada y bella queretana, de diminuta cintura y enormes ojos negros, pero con tan mala suerte que un día paseando con sus amigas por el centro de la ciudad -como se estilaba en la época-  tuvo a mal pasar por el restaurante en el que cantaba aquel trotamundos insurrecto e irreverente, entonces llamado Juan Natalio, (Juan porque ante la desesperación de no dar a luz a un hijo varón, Chela prometiera a la Virgen de San Juan de los Lagos, aconsejada por las muchachitas que trabajaban en el rancho en el que vivía).

Tampoco era que cantara muy bien, lo único que sabía era improvisar cada día un oficio diferente, el canto de alguna sirena lo llevó a Querétaro a buscar suerte y ahí estaba, rascando las cuerdas de alguna guitarra, inventando la estrofa de alguna canción de moda cuando la vio pasar y decidió casarse con ella.

Tal vez por eso somos tan necios los Lejtik Vargas, si el con 20 años y un vocho verde aguacate sin el asiento delantero, logró conquistar a la flor más bella de aquel celoso y codiciado campo provinciano. Entiendo ahora por qué nunca aceptamos un no por respuesta.

Así es la historia, la mía, que no debe de ser muy diferente a la de cualquiera de ustedes.

Unos jóvenes que ahora son abuelos y que nunca se visualizaron como tales, un amor, una promesa y un instinto por echar raíces en algún lado.

Ayer festejamos a los abuelos y a las abuelas.

Los míos ya no viven y aún sin estar presentes siguen siendo las columnas de una historia, llevo sus nombres y sus miradas tan grabadas en el alma que parece que nunca se fueron. Ellos no se sabían Abuelos, lo eran solo para nosotros, ellos formaron su historia así, cada día, sin mayor pretensión que la de ese momento, igual que lo hago yo ahora, pero con su enorme ángel para sustentarme y contenerme siempre.

Muchas felicidades a todos los abuelos, a los consentidores y a los gruñones, a los tiernos y a los amargos, a los que saben mil historias y a los que ya las olvidaron todas.

Abuelos del mundo, son nuestro origen y nuestro cimiento, la base sobre la que nosotros nos vamos construyendo cada día y a nuestros hijos.

Abuelos mexicanos, que empezaron las historias, que conocen los secretos, las recetas y los verdaderos finales de los cuentos.

Abuelos traviesos de los niños traviesos, abuelas dueñas de las casas con patios con flores.

Abuelos que creen en muchas más cosas de las que creen sus propios nietos, abuelos que vuelven a ser niños, en un mundo en el que los adultos salimos sobrando un poco y no tenemos mas que amarlos y honrarlos.

Finalmente la edad adulta es ese horrible intermedio entre ser hijo y abuelo.

 

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