Pocas personas cuestionan de manera seria hoy en día la naturaleza de las redes sociales. A pesar de los múltiples escándalos que han enturbiado la imagen de empresas como Facebook, la visión predominante sigue siendo aquella que piensa las redes como el punto más alto de la democracia. Es por ello que voces como la del escritor Nicholas Carr se vuelven tan necesarias y tan refrescantes, frente al discurso hegemónico tejido cuidadosamente por los gigantes de Silicon Valley.
Nicholas Carr ha sido un crítico asiduo de las redes sociales, alguien que ha desconfiado desde el principio de su naturaleza democrática, benévola y desinteresada. El escritor no necesitó ver concretados sucesos como el de Cambridge Analytica para señalar que lo que alguna vez había parecido el sueño guajiro de la libertad de expresión e información había sido secuestrado por unos cuantos empresarios que lo utilizarían para su propio beneficio.
Este año se presentó, por primera vez en español, su libro La pesadilla tecnológica (cuyo título en inglés es Utopia Is Creepy and Other Provocations), publicado por Ediciones El Salmón. La obra reúne un conjunto de ensayos que Carr ha colgado a lo largo de los años en su blog Rough Type, haciendo un análisis profundo de las entrañas de los gigantes tecnológicos.
En La pesadilla tecnológica hay ensayos sobre la vida, la libertad y la búsqueda de privacidad, así como aforismos sobre las redes sociales presentados, ¡qué ironía!, en forma de tuits. En torno a estos últimos, me gustaría establecer un diálogo desde nuestros tiempos y nuestro contexto (cada una de las frases presentadas entre comillas pertenecen al capítulo “Tesis en forma de tuits”).
“La complejidad del medio es inversamente proporcional a la elocuencia del mensaje”.
¡Qué afirmación más arriesgada la de Carr! Claro que hay mil maneras de cuestionarla y quizá de derribarla, pero es imposible ignorar la razón que guarda en el contexto de las redes sociales. Hoy nuestros mensajes parecen arbolitos de navidad: los ponemos en plataformas complejas que las generaciones pasadas no podían ni imaginar y, sin embargo, tenemos poco que decir.
“La correspondencia personal se vuelve menos interesante a medida que se reducen los plazos de entrega”.
Podemos pensar que estamos ante la declaración de un nostálgico de las viejas tecnologías que no tiene más argumento que la clásica falacia de “todo tiempo pasado fue mejor”, pero ¿en verdad creemos que un día va a surgir un género literario, como el epistolar, en las entrañas de los servicios de mensajería instantánea? No faltará quienes no dejen de intentarlo, pero será difícil lograr la profundidad de la carta a través de una plataforma cuya principal virtud es ser efímera.
“La abundancia de información genera un delirio de conocimiento en los incautos”.
Vivimos en un tiempo en el que todo el mundo está súper informado, en que todos somos activistas y los críticos más feroces de los gobiernos. Ojalá aplicáramos también esa ferocidad a los medios de comunicación, a los que delegamos nuestros procesos de reflexión, análisis y crítica.
“Twitter nos ha enseñado que la brevedad y la verborragia no siempre son antónimos”.
Es curioso que la era del acceso a la información sea también la era de las fake news y de la manipulación mediática. Lo más curioso es que hoy en día, para que la gente crea que un rumor es cierto o para legitimar una mentira, no hacen ni siquiera falta bots: con la falta de criterio que tenemos los usuarios es suficiente.
“Los enamorados dejan muy pocas huellas digitales”.
¿Quién no lo ha pensado? Las personas que están realmente ocupadas disfrutando de sus vidas tienen poco tiempo para compartir los detalles de ésta a los cuatro vientos. Si tienes que decir cada dos segundos que eres muy feliz, quizá no lo seas tanto.
“Nuestro solipsismo se intensifica a medida que aumentan nuestros seguidores”.
Otra particularidad de esta era: mientras más rodeados estamos de personas, más aislados nos encontramos y más cerrados a los discursos ajenos. Una ventaja que este panóptico perfecto no previó, pero de la cual ya se beneficia.
“Una cosa contiene infinitamente más información que su imagen”.
Las imágenes fluyen por millones frente a nuestros ojos, pero no sabemos leerlas. Necesitamos que alguien más las interprete por nosotros, convirtiéndonos en blancos fáciles de la manipulación. No hace falta más que ver los debates políticos en todo el mundo, ver cómo los políticos dicen mentiras el uno del otro utilizando como única prueba una foto que puede significar cualquier cosa, para notar que, por mucho que pensemos que somos una versión más ducha de la humanidad, seguimos creyendo lo que los dueños del mundo deciden que creamos.
“Un coche sin volante es cómico; un coche sin retrovisor es trágico”.
Es muy bello que adoremos tanto las tecnologías que la humanidad de hoy ha creado para nuestro disfrute, pero ojalá, de vez en cuando, pudiéramos también sentarnos a analizar sus defectos y a comparar su funcionamiento con respecto a los beneficios de las tecnologías del pasado. Porque no, no todas las tecnologías que quedaron atrás eran perjudiciales u obsoletas.
Manchamanteles
Ayer se cumplieron 105 años del nacimiento de Julio Cortázar (1914-1984), quien fue en los años sesenta y setenta uno de los autores más emblemáticos de nuestro continente, protagonista del llamado boom de la narrativa hispanoamericana (junto con José Donoso, Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes y Mario Vargas Llosa). En su época, Cortázar se convirtió en ícono de rebeldía, erudición y del vaivén entre la patria chica y el mundo cosmopolita. 35 años después de su muerte, ciertamente ha dejado de causar furor entre los jóvenes, pero, a cambio de eso, se ha afianzado como uno de los grandes clásicos de América. ¿En qué consiste el valor de su literatura? Como sucede con todo escritor clásico, en muchísimas cosas, pero Borges supo condensar ese valor con radiante claridad: “Cuando Dante Gabriel Rosetti leyó la novela Cumbres borrascosas le escribió a un amigo: «La acción transcurre en el infierno, pero los lugares, no sé por qué, tienen nombres ingleses». Algo análogo pasa con la obra de Cortázar. Los personajes de la fábula son deliberadamente triviales. Los rige una rutina de casuales amores y de casuales discordias. Se mueven entre cosas triviales: marcas de cigarrillo, vidrieras, mostradores, whisky, farmacias, aeropuertos y andenes. Se resignan a los periódicos y a la radio. La topografía corresponde a Buenos Aires o a París y podemos creer al principio que se trata de meras crónicas. Poco a poco sentimos que no es así. Muy sutilmente el narrador nos ha traído a su terrible mundo, en que la dicha es imposible”.
Narciso el Obsceno
Las llamadas redes sociales son ahora en realidad las cuerdas de algo que no existía de manera pública: el debate social en tiempos de la posmodernidad. Entre fake news y deepfakes —¿columnas de la posverdad?—, se dan las disputas en la sociedad del espectáculo, protagonizadas lo mismo por la reivindicación que por la vulgaridad: narcisismo mediático, satisfacción instantánea que estira los imaginarios, perversidad profunda, violencia que aturde.