Cuando llega el verano, la pregunta obligada de todo padre con hijos en edad escolar es: ¿qué hago con los niños? Y no se trata sólo de pensar en quién cuidará de ellos o cómo aprovecharán tanto tiempo libre en algo que no sean sus gadgets, sino también en qué ofrecerles para que sus vacaciones sean una temporada de gozo y aprovechamiento al mismo tiempo.
Estos días en que varios medios dieron a conocer que cerca de 70 museos habían cerrado sus puertas durante los últimos años del sexenio pasado a raíz de una marcada disminución en el porcentaje de consumo de bienes culturales (léase visitas a museos, recintos de cultura y hábitos de lectura) en todo el país, no sólo me preocupé, también sentí mucha nostalgia al recordar la forma en que los de mi generación gastábamos las vacaciones.
Estoy segura de que la época de mi vida en la que consumí más literatura fue justo durante vacaciones de la secundaria y la preparatoria. Además, me inscribía en cursos de teatro y apreciación del arte. En una ocasión ingresé al taller de teatro en la Casa del Lago de Chapultepec y en otra, fui actriz protagonista en una obra que se exhibió en la Casa de Cultura de Coyoacán. Mis primeras visitas a los museos Diego Rivera, Frida Kahlo y de Arte Moderno, también las hice en esa época.
La oferta cultural de entonces ni cerca estaba de la que hoy existe en la Ciudad de México, y sin embargo, 23 de los 70 museos hoy cerrados pertenecen a la capital. Qué paradoja ser una de las capitales del mundo con más museos y, al mismo tiempo, concentrar a una masa urbana desinformada y apática respecto de sus bienes culturales.
La noticia de los museos que cerraron por falta de anuencia también me hizo recordar una anécdota reciente. En mayo pasado llevé a un familiar ‒que vive en el extranjero‒ al Museo Soumaya de Polanco, porque, aunque usted no lo crea, en el resto de América Latina su existencia es bien conocida y, por lo tanto, un sitio de visita obligado para los que nos visitan de Centro y Sudamérica.
Resulta que mi invitada y yo abordamos un taxi del Metro Polanco hacia el museo. Al darle la referencia de nuestro destino al conductor, éste me pregunto: “¿Van ustedes a ese museo plateado que dicen que es muy caro?”.
Tras cruzar miradas con mi acompañante, dudé por un segundo en corregir o no al taxista. Fiel a mi lado samaritano, le respondí: “Ese edificio plateado se llama Museo Soumaya, y la entrada es libre, o sea, es gratuito”. Me miró con aspecto de duda y acto seguido preguntó: “¿En serio? ¿Es verdad que ahí hay cuadros de ese pintor que hizo ‘La última cena’?”. Entonces, le dije que yo sólo sabía de un cuadro atribuido a él o a uno de sus discípulos con la imagen de una virgen (Virgen de la Rueca, 1501) y nada más.
Haciendo caso omiso de mi comentario sobre la gratuidad del recinto, me reviró que, para él, “un pobre taxista y padre de cuatro jóvenes”, era simplemente imposible llevar a sus hijos a esos museos. En ese momento no supe si reír o llorar, pero comprendí ‒finalmente‒ por qué triunfa el discurso acerca de que el arte es un pasatiempo de “fifís”.
La mala noticia de los museos también me hizo recordar que hace unos meses, a mi hijo ‒estudiante de secundaria‒ le encargaron una tarea sobre el cubismo. Al observar que buscaba imágenes de pintores representativos, le pregunté si su profesor de arte no les había pedido visitar algún museo. Dijo que no. Me enojé sabiendo que justo por esos días había una exposición sobre la etapa cubista de Diego Rivera en el Museo Carrillo Gil.
Sé que muchos pensarán que para qué molestarse con el tráfico y exponerse a la violencia de esta ciudad, si se puede hacer una visita virtual a los mejores museos del mundo desde la comodidad del hogar. O, tal vez, los profesores se cuidan de no hacer gastar de más a los padres de familia. El hecho es que, entre la innegable esclavitud de los jóvenes hacia los gadgets y el discurso gubernamental de que la panza es primero ‒ergo, el arte y la cultura no son primordiales‒, vamos de mal en peor.
Tenemos que visitar y disfrutar nuestros museos. Apropiarnos de ellos. Los domingos todos son de entrada libre y varios de los más importantes ahora mismo están ofreciendo cursos y talleres de verano para acercar a niños y jóvenes al arte de cualquier tipo y cualquier época.
Hagamos de esta temporada un verano de museos, que los hay para todos los gustos. Sobre historia, historia natural, ciencias, arte europeo, arte prehispánico, arte objeto, gastronomía, cultura popular e interactivos. ¡Vamos!