jueves 21 noviembre, 2024
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RODRIGO LLANES BLOGS

«PUEBLO DEL SOL» Si. Que pidan perdón

 

¡Vaya lío con el Reino de España! El presidente de México no da tregua y ahora le ha tocado a la Corona y al Vaticano. El asunto de la Conquista ya es primera plana y demuestra que sin duda, hay un cable pelado dando toques. Fiel a su personal estilo de gobernar, Andrés Manuel López Obrador decidió afrontar la conmemoración incómoda de los 500 años de la caída de México Tenochtitlan para definir su visión de Estado y de la historia de México. Y tuvo a bien poner el dedo en la llaga: la Corona Española y la Iglesia Católica deben reflexionar hoy en día sobre su historia y renovar su discurso para mantener su vigencia institucional si pretenden preservarse en un mundo donde hablar de reyes y de dogmas unitarios suena totalmente anacrónico.

La respuesta del gobierno español no se hizo esperar: lamentó que el presidente de México escribiera esa carta hace casi un mes y que se hiciera público el envío de la misiva a Felipe VI por parte del diario El País. Y remata con el conocido argumento de que los hechos del pasado “no pueden juzgarse a la luz de consideraciones contemporáneas”. ¡Jajajaja! ¿De verdad vamos a renunciar a nuestro presente para revisar el pasado? Desde luego que no. Y por respuestas como ésta se hace evidente que la Corona Española necesita repensarse. Pues el rey no ha comprendido que esta conmemoración es una ocasión inmejorable para reflexionar sobre su circunstancia. Tan es así que la respuesta al envío de la carta de López Obrador la dio La Moncloa y no el soberano. Desdeñando así la oportunidad de demostrar que la Corona tiene algo importante que decir hoy en día respecto a su propia historia. En su silencio dejó que el gobierno español saliera por el camino fácil de decir que “Nuestros pueblos hermanos han sabido siempre leer nuestro pasado compartido sin ira y con una perspectiva constructiva”.

En medio de los dimes y diretes el escritor Arturo Pérez Reverte se tomó el tiempo para twittear su opinión sobre el presidente mexicano: “Que se disculpe él, que tiene apellidos españoles y vive allí. Si este individuo se cree de verdad lo que dice, es un imbécil. Si no se lo cree, es un sinvergüenza”. ¡Charros! Con esta opinión nos queda claro que La Conquista sigue dando calambres. Y luego volvió a arremeter: “Acaba uno harto de que la historia de España, con tantas luces y sombras como la de cualquier otro país, se haya convertido en el tiro al blanco de todos los demagogos, oportunistas y golfos de dentro y de fuera. Ya parece un concurso para ver quién escupe más fuerte y más lejos”. Con estos comentarios no me queda claro si el gargajo salía desde Centla a Madrid o viceversa. Pues parece que los que pensamos que los 500 años son perfectos para asumir la gravedad del pasado iberoamericano somos oportunistas y golfos. ¡Ay capitán Alatriste qué duro nos diste!

El planteamiento del presidente de México fue preciso: para iniciar un proceso de reconciliación rumbo a los 500 años de la conquista de México Tenochtitlan, que se pida perdón. “Que se haga una revisión histórica. Sobre todo, que se reconozcan los agravios que se cometieron y sufrieron los pueblos originarios”.

¿Por qué es necesario y relevante un acto de esta naturaleza por parte de la Corona Española y del Vaticano? Porque quizás con ello podamos finalmente superar el rencor que genera la Conquista. Si nos proponemos sanar la herida abierta se necesita que esas dos instituciones ancestrales se cuestionen la validez de las razones de Estado que esgrimieron hace tantos años para declararse soberanos de este continente. E imponer la difícil tarea de hacer efectivo ese dominio a cientos y miles de extremeños, asturianos, gallegos, castellanos, andaluces y catalanes entre muchos otros, que emigraron desde su tierra para buscar las oportunidades que esa España de su tiempo les negó.

La Corona tiene la oportunidad en esta ocasión de liberar a todos los españoles del pesado lastre que han cargado a lo largo de los años de ser vistos como conquistadores violentos y destructores de la cultura prehispánica. Si pide perdón por esa imposición abrirá la puerta a un nuevo entendimiento: los españoles que a lo largo de la historia vinieron aquí a hacer la América fueron hombres y mujeres que buscaron un porvenir, una nueva circunstancia. Y que si se dedicaron a destruir los cimientos de la cultura nativa no fue por un odio propio, sino obligados por la razón de Estado impuesta por la Corona que les exigió ganarse su derecho al porvenir con esa destrucción de lo americano.

Los españoles de ayer y hoy en México dan cuenta de que las influencias fecundas entre nosotros son capaces de engendrar una cultura más rica y amplia. Más sabrosa. Ahí está el goloso mestizo disfrutando de una diversidad de sabores que se multiplican infinitamente en provecho de lo sabroso. La historia compartida nos hermana, nos estimula mutuamente, nos obliga a discutir y a re pensarnos. Después de 500 años, hoy en día sabemos que no hay dioses barbados ni idólatras salvajes, sino humanidad plena y amplia que convive con sus diferencias.

La nobleza obliga al perdón Real. Si. Recordemos la estampa del 13 de agosto de 1521 cuando ya prendido, el tlatoani Cuauhtémoc rindió la ciudad de México Tenochtitlan ante Hernán Cortés. En un acto simbólico sacó una daga de obsidiana y le pidió al conquistador triunfante que le diera muerte. Reconoció así su derrota y la de su Estado. Con ese gesto le dio el permiso al vencedor para que lo borrara de la faz de la tierra y que desagraviara también a todos los pueblos que el mexica había sometido con las formas más brutales de dominio. Quizás solo por ese acto los mexicanos de hoy no vemos con rencor el pasado indígena.

Felipe VI tiene hoy la oportunidad de desagraviar a los pueblos originarios con un gesto simbólico de perdón. Y afirmar con contundencia que no hay razón de Estado válida para la destrucción de cultura alguna. Seguramente no podremos evitar los éxodos de aquellos que buscan el porvenir allende de sus fronteras, así es la historia. Pero si estaremos siempre alerta a las pretensiones por imponer una sola forma de ser y de pensar.

Y el rey también tiene la oportunidad de liberar a su pueblo, a los españoles tan diversos, de la ignominia de la leyenda negra que pesa sobre ellos con este perdón.

Cuentan que una vez el novato Juan Carlos I hizo unas declaraciones que causaron polémica y que el Generalísimo Francisco Franco le dijo -palabras más palabras menos- “uno es dueño de su silencio y presa de sus palabras”. Veo que Felipe VI siguió al pie de la letra la recomendación hecha hace años a su padre. Pero quizás es tiempo de dejar la recomendación del Dictador para otra ocasión y mejor reflexionar con Ortega y Gasset: “yo so yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo”.

 

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