Un aparente sacrificio político: Luis Videgaray.
Como si fuera la época de la decadencia, no de la civilización Maya, sino del partido en el poder, una vez más los hechos recientes y derivados de “El miércoles negro” o “El error de agosto”, la visita de Donald Trump a México provocó una nueva ruptura política en el gobierno actual. Se vivió una vez más una crisis de confianza como la refirieron Luis Prados y Juan Martínez hace casi dos años en el periódico El País, en el reportaje: “México acelera las reformas para desactivar el otoño del descontento”. Nada más que en esta ocasión la crisis se pareció más al paso de un tsunami devastador y apocalíptico para la clase gobernante, ya que no sólo se obtuvo el repudio nacional generalizado, sino inclusive el señalamiento internacional, por una decisión diplomática equivocada, traer a México y darle trato de jefe de Estado a un candidato a la presidencia de los EU que ha humillado, ofendido y lo sigue haciendo a los mexicanos, incluidos los miembros del gobierno, sus anfitriones mismos.
Aquel 6 de diciembre de 2014, el entonces jefe de gabinete, Aurelio Nuño, reconocía que la estrategia de comunicación no estaba funcionando y expresaba: “No vamos a ceder aunque la plaza pública pida sangre y espectáculo, ni a saciar el gusto de los articulistas. Serán las instituciones las que nos saquen de la crisis, no las bravuconadas”.
Hoy, pareciera haberse cumplido el conjuro de sangre, porque las instituciones administradas por los integrantes del partido tricolor no tuvieron la capacidad de darle la vuelta al capítulo Trump, ni sacar al gobierno de la crisis monumental en la que está metido hasta los dientes, y se tuvo que recurrir a los rituales de sacrificios políticos.
La pesadilla apocalíptica de Mel Gibson parece la realidad del grupo en el poder, el cual recurrió al sacrificio de uno de sus miembros, con la intención de apaciguar a la opinión pública nacional y global, pero el ritual, para efectos prácticos, no tuvo mayor beneficio o repercusión para los millones de mexicanos, ni repara en nada el error de la invitación.
Que el gobierno haya decidido llevar a uno de sus miembros de gabinete a la mesa de sacrificios, no beneficia en nada realmente a los mexicanos, sólo es simbolismo puro, sólo se le bajó la temperatura al momento más álgido, y se despresurizó el ambiente entre los grupos de poder más que puestos para el 2018, pero para el ciudadano de a pie no representa beneficio alguno, ni para la economía del país, ni se reduce la deuda, ni se cambia el rumbo de la política económica neoliberal, ni significa ahorro alguno, ni baja la energía eléctrica, ni se detiene la inflación, ni regresa el dólar al tipo de cambio de principios de sexenio, ni baja el precio de la gasolina, ni se ve reflejado en los bolsillos. ¡Nada! Lo que el grupo en el poder pretendió fue detener su propia caída libre.
Lo que sí sucedió con este hecho del sacrificio-ofrenda, fue recordarnos lo que tanto se ha dicho sobre las costumbres de las culturas Mayas y Aztecas, que nos provoca como a los investigadores dudas e inquietudes y nos refiere: “Los Mayas de la época clásica y sus antecesores del preclásico eran gobernados por dinastías hereditarias, para quienes el derramamiento de la sangre y el sacrificio de la decapitación humana, eran obsesiones supremas”. Cierto o no, las similitudes con los políticos mexicanos de un grupo y de otro, son mera y pura coincidencia, pero sin duda el Apocalypto con todo y sus sacrificios como ofrendas encuadran dentro de la lucha por la supervivencia política para el 2018… y que sobreviva el más fuerte y el que logre salvar la cabeza o el corazón.
“Apocalypto”, dirigida por Mel Gibson, es una película estadounidense de 2006 basada en la cultura Maya del Petén, Guatemala, alrededor del año 1511, producida por Icon Entertainment y Touchstone Pictures.
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