El lugar de La Familia Burrón dentro de la historia.
Una historia de las mujeres mexicanas no podría estar completa si no se incluyera en ella un retrato de su estereotipo caricaturesco, que encarna Borola Tacuche de Burrón, personaje central en la historieta de Gabriel Vargas, La Familia Burrón. Para 1948, cuando apareció por primera vez esta historieta, ya existían otras que la precedían, incluso realizadas por el propio Vargas. Sin embargo, desde su aparición ésta vino a romper los con las “imitaciones” que se realizaban en Estados Unidos y que definitivamente no correspondían a la realidad de la familia mexicana, entre ellas: Pepita, Pomponio, Educando a Papá y Fulanito, entre otras. Carlos Monsiváis señala que “los primeros intentos de los Burrón se iniciaron en el celebérrimo Pepín, bajo el nombre de El señor Burrón o vida de Perro; ahí, el mismo Vargas concibió Los Súper Sabios, donde “el héroe”, o antihéroe, es “don Jilemón Metralla y Bomba”, estereotipo de la villanía y abuso sobre los que están por debajo de su categoría”.
Con los Burrón, Vargas logró crear un retrato maravilloso de los mexicanos de la mitad del siglo XX, reflejando un aspecto más de la transformación que sufrió el México revolucionario y que se notó en buena parte de sus expresiones artísticas, populares y culturales, como el cine, el teatro, la música y la literatura.
Una de las grandes virtudes de Vargas en La Familia Burrón es que a lo largo de la historieta se concibe “una lotería” agigantada de cada uno de los personajes que componen a la sociedad: el jefe de familia (don Regino Burrón “encarna la zona aburrida, moralizadora, el sermón, la suma y el compendio de todas las virtudes”); los hijos (Macuca y Reginito, “en general mero detalle escenográfico, cobran vida cuando al autor se le ocurre criticar la falta de orientación y trabajo constructivo en la juventud”); la sirvienta (Cuataneta); la familia (Foforito y Cristeta Tacuche); el ratero (Ruperto Tacuche); el músico (Isidro Cotorrón); el borracho y pepenador (Susano Cantarranas); el usurero (don Caimán), etcétera. Todos ellos al unísono crean sus problemas cotidianos y los “resuelven con heroísmos y resistencia al transformar la pobreza en orgullo, la vecindad en núcleo del universo”.
Pero entre todos ellos resalta Borola Tacuche, la esposa, la que posee mayor vida en la historieta, “la mujer que manda, la versión femenina de “Jilemón Metralla”, el pícaro español que ahora ejerce en los mercados, en las fiestas de vecindad y en los viajes de burócrata a Acapulco”. Al respecto Monsiváis comenta: Es una mujer “sin escrúpulos, desfachatada y cínica, provista de una regocijante vanidad. Nada la arredra: organiza peleas de box entre mujeres, convierte a su vecindad en una selva, hace rifas fraudulentas (en uno de sus mejores episodios pasa junto a un carro último modelo, le coloca un letrero de “se rifa”, vende todos los boletos y se va) y toda suerte de fiestas. Es incansable, absolutamente dinámica y moderna, y además el personaje con mayor gozo vital en nuestra literatura, ya sea como exótica —Brigitte Borolé—, como mujer de negocios o como una imagen simplificada del político a la mexicana”.
Tal como lo señala Carlos Monsiváis, Borola es el estereotipo de identificación de la mujer mexicana de la segunda mitad del siglo XX, en versión caricaturesca, es decir, llevada al extremo. Su irreverencia es la representación de la estabilidad familiar a toda costa (social y económica) que emanan de los programas del gobierno boyante (Ávila Camacho y Miguel Alemán, Adolfo Ruiz Cortines, 1940-1958). Aunque la imagen de la mujer de aquella época continuaba siendo tradicionalmente sumisa; la rebeldía e irreverencia de Borola emerge para defender la causa de la familia ante la violencia interna y externa que amenaza el hogar, como un soldado que sirve a la nación en tiempos de la posguerra.
Vargas logra crear este estereotipo con un toque pintoresco a la mexicana. Tal y como lo describe Vicente Quirarte: “Desde que el ciudadano entra como protagonista en el cuerpo de la Historia, aparecen sucesivos inventarios de sus hábitos y comportamientos particulares. A la mitad del siglo XIX, algunas de las mejores plumas de la época concibieron la obra titulada Los mexicanos pintados por sí mismos, con litografías del gran Hesiquio Iriarte”.
Con un lenguaje peculiar propio del “perfil del mexicano”, Borola satiriza a la sociedad que lucha por sobrevivir, sobre todo cuando a su familia no le llega la riqueza de la que presume el gobierno, aunque para ello tenga que vivir fingiendo que ella y su familia han escalado en la jerarquía social del aburguesamiento: “Recuérdense las aventuras de Borola cuando se lanza como diputada por el cienavo distrito; gana, es despojada de su triunfo gracias al robo de urnas y ayudada por sus amigos, se lanza a la refolufia, para conquistar “los frijoles para los chilpayates”.
La crítica cubre un vasto campo: moda, cantantes, pochismo, política, corrupción de la justicia, formas de vida”. Es la crónica de la vida diaria del México que aparentemente entra en la etapa creciente del progreso.
La historieta de Vargas duró décadas y poco a poco se fue perdiendo y desgastando al ya no responder a la realidad de los tiempos modernos, y sobre todo, cuando la mujer mexicana fue logrando colocarse en espacios fuera de la casa. Sin embargo, y aunque aparentemente el país es radicalmente distinto al de aquella época, lamentablemente muchas de esas características se conservan aún en la actualidad y que son las que moldeaban al personaje de Borola, tal como lo señala el propio Monsiváis: “Ella es la bellaquería simpática, graciosa, que nos hace desear su triunfo. Por los requisitos propios de tales aventuras, a pesar de su villanía impar y de su genio financiero y organizativo, jamás consigue la estabilidad. Como buen pícaro genuino, nunca logra enriquecerse y siempre vuelve a su condición primigenia. Ella, para usar expresiones mexicanas, no es la “logrera” sino la luchona, la que conoce y domina todos los oficios. Comete sus tropelías para asegurarle una mejor posición a su familia. También, por su condición de venida a menos y por su añoranza continua de las ventajas económicas que poseyó, se identifica en más de un punto con otro personaje clave: la rotita, la que vive de la presunción y la miseria”.
*Carlos Silva, fotografía de Alejandro Navarrete