Ir de la universidad de las aulas a la de la vida.
Las universidades públicas y privadas cuentan con convenios para que sus estudiantes puedan ir a cursar asignaturas a escuelas de otros países, y no siempre son bien aprovechadas. Pero son grandes plataformas para el desarrollo del talento y la autonomía.
La educación tradicional ofrece a las universitarias un territorio acotado que puede llegar a restringir su desarrollo posterior. Hace años, en una conversación informal de verano, un grupo de madres comentaban sobre las escuelas de educación media a las que asistirían sus hijas. Una de ellas había sido aceptada en la UNAM, una de las mejores universidades de México; sin embargo, su madre señaló que la mandaría a una preparatoria de un nivel inferior y privada, porque se encontraba cerca de su casa.
Me pareció un despropósito grave y poco justificado, puesto que crecí en un área suburbana de la Ciudad de México; todo el bachillerato y la mitad de la carrera se fue en viajar a diario a la capital para estudiar justamente en un plantel de la UNAM, como mis hermanos lo hicieron en otros del IPN. Jamás pensamos en las horas que invertíamos en el transporte. Para nosotros era significativo estar en una buena universidad.
El problema aumenta cuando pensamos en la movilidad internacional porque culturalmente se tienen mayores restricciones para que las alumnas viajen y vivan un periodo en total autonomía, que es como una antesala de la emancipación de la vida adulta. Un viaje indispensable en la cosmovisión global de un estudiante de nuestro siglo.
La autonomía que se logra con un periodo en el extranjero pasa por el aprendizaje de la administración de la economía, la disciplina en los horarios, la autogestión de la vida académica y el aprendizaje de nuevos entornos y culturas, que se reflejarán posteriormente en la capacidad de integrarse a equipos internacionales y mixtos.
A esto se suma el conocimiento de sociedades, programas y legislaciones de mayor avanzada en igualdad de género, cuando el viaje es a un país desarrollado y de mayores horizontes, y no sólo eso, sino que hay programas específicos destinados al desarrollo de las mujeres, becas, programas de liderazgo, de género, y la posibilidad de establecer networking con mujeres empoderadas de otros países.
Ahora que la economía mexicana se encuentra debilitada y que eso se refleja en la paridad del peso frente a las monedas extranjeras, el viaje de estudios a otros países debe plantearse como una meta inicial de la carrera, de manera que la universitaria pueda trabajar dos veranos y ahorrar lo suficiente como para complementar las becas que se ofrecen. Pero es necesario que se empiece a soñar pronto y que los recursos familiares sean destinados también a las hijas y no sólo a los varones, quienes por patrones culturales tienen más salidas al extranjero.
El asunto de los idiomas es nodal en este empeño: todas las universidades ofrecen cursos de idiomas, y más que cubrir un requisito, como tal vez lo veíamos nosotros en los años 80, ahora saber inglés, francés, chino o alemán, es un gran instrumento para la vida universitaria.
En una visión retrospectiva, lamento mucho haber abandonado mis cursos de alemán y no haber aplicado para un semestre en el extranjero; pero cómo me ha servido el curso de lecturas en inglés. Como docente puedo aplicar a un programa de movilidad y les aseguro que lo haré.