La historia de Rosenda es una lección de vida.
Rosenda creció en un ‘solar’ que se veía desde las casas contiguas que tenían dos pisos. Los vecinos contaban que era un terreno grande y lleno de maleza donde la abuela de esta chava, al no tener una silla de ruedas, se arrastraba por el suelo para poder dar de comer a sus gallinas. La mamá de Rosenda padece de diabetes y, por su condición, le era difícil conseguir un trabajo y ocupación para sostener la casa. Viuda y con una hija y una madre discapacitada, vivía de la generosidad de los conocidos de la cuadra que le ayudaban con poco, pero que para ellas era suficiente para no irse a la cama con el estómago vacío.
Desde niña, Rosenda recolectaba latas de refresco y periódicos que cargaba en una carretilla, y los llevaba a vender para sacar unos centavos y poder llevar, al menos, un litro de leche o un poco de pan a la mesa de su humilde casa.
Nunca faltó a sus clases en la escuela nocturna, y nunca dejó de chambear.
Los chiquillos maldosos del barrio le apodaban “La Torita”, por su complexión robusta y que evidenciaba un innegable lesbianismo.
Sufrió el hostigamiento y la burla de muchos. Los gritos -a su paso- de machorra, marimacha, tortillera etc, no se hacían esperar. Ella, callada siempre y un poco temerosa, pasaba de largo y fingía ignorarlos. Quiero pensar que dentro de ella, la impotencia y el dolor la hicieron ser aún más introvertida. Siempre tuvo un gesto amable, educada y hasta cierto punto tímida, pero nunca confrontó a sus detractores. Ayudaba a cargar bolsas y bultos de las señoras cuando iban al mercado, y con eso se ganaba una propina o unos tacos en recompensa. Era muy trabajadora.
El sobrenombre le vino después de que con sus propias manos, construyó una cerca de madera alrededor de su terreno y usaba camisetas muy ceñidas al cuerpo que denotaban su corpulencia.
Rosenda se graduó de abogada en la UNAM, con mención honorífica, y comenzó a litigar.
El tiempo, su perseverancia y su inteligencia, la llevaron a ser una abogada respetada y con una excelente reputación. Respeto que se ganó entre sus colegas y sus clientes. Siempre ganaba sus casos y a los menos favorecidos no les cobra nada hasta la fecha.
Siempre sentí una gran simpatía por ella, y como hombre homosexual que sufrió hostigamiento y burlas cuando joven, creció mi empatía para con ella y un enorme respeto.
La abuela murió y no pudo ver la casa tan bonita que Rosenda edificó para ellas. La construcción de dos pisos con jardín y un estacionamiento para dos coches es, sin duda, uno de los grandes logros en su vida profesional y como ser humano.
Me la encontré en la calle una tarde; sonriente me dijo que estaba por casarse con su novia de 6 años y que habían esperado hasta que ésta terminara su carrera de enfermería. Me dijo que ya no le importa el “qué dirán”.
Su rostro es amable siempre. Su mirada ya no es de timidez. Es una triunfadora.
Al fondo de la calle aparece la señora Bertha luchando por cargar un par de bolsas, un paraguas y un niño que no le hace caso. Y comienza a llover. “La Torita” se despide de mí y corre a auxiliarla. Se van sonriendo y mientras Rosenda toma los bultos, voltea hacía mí y me dice: “Ni hablar, genio y figura”.
Chapeau por Rosenda y por todas las que son como ella y que nos dan lecciones gratuitas de vida y de superación personal.
*Chapeau quiere decir en Francés: Respeto al otro, o en español coloquial es como decir “Me quito el sombrero”. Se pronuncia ‘Chapó’.