La migración como un fenómeno cambiante y complejo.
Hace 11 meses la foto de un niño muerto de camiseta roja y acostado boca abajo sobre la arena de una playa turca, dio la vuelta al mundo. El sirio Alan Kurdi de tres años de edad se convirtió en el icono de la visibilidad de la crisis migratoria que en esas fechas del 2015, se estimaba en un flujo de más 350 mil emigrantes sirios y alrededor 2 mi 600 ahogados en el Mediterráneo en su esfuerzo de movilidad, tan sólo en ese año.
Hace 15 días la imagen se repetía en las costas chiapanecas, esta vez un niño salvadoreño de siete años de edad yacía desnudo sobre las arenas de la Barra de San José de Mazatán. Cerca de ahí en las Brisas de Hueyate (Huixtla), aparecían una niña de diez años y un niño de cinco ambos hondureños, que junto con él recorrian los 280 kilómetros sobre el Pacífico que separan Puerto Cortés en Guatemala del punto más cercano de la costa oaxaqueña. Esta vez se sumaron a las condiciones precarias de la balsa las fuertes lluvias que provocaron su hundimiento.
La migración es un fenómeno cambiante y complejo, y México está experimentando trasformaciones en el marco de su posición como origen, tránsito y destino. La más reciente de la mano del incremento, por miles de adolescentes y jóvenes que se movilizan ya no sólo de manera temporal por nuestro país. Entre 2014 y 2015 se pasó de 5 mil 596 repatriaciones hacia Centroamérica, a 18 mil 650, 30 por ciento eran niños o adolescentes guatemaltecos, 27 por ciento hondureños y 21 por ciento salvadoreños, tanto acompañados como no acompañados.
A diferencia de la migracion adulta, cuyas principales causas derivan de situaciones relacionadas al entorno económico, en los últimos años, en el caso de los adolescentes, la violencia se constituye como la más importante causa de expulsión, no sorprende que las solicitudes de asilo se hayan incrementado un 162% entre 2013 y 2015, destacando los provenientes de Honduras.
Los riesgos de la movilidad de niñas, niños y adolescentes, son mayores a la de los adultos, y estos van desde impactos en su salud física y mental, el riesgo de explotación laboral y sexual, y de ser víctimas de violencias sociales, hasta la muerte.
En los últimos años, la política migratoria mexicana se colocó de manera preponderante en la agenda de seguridad y se ha venido alejando de la de derechos humanos. En específico en lo relacionado a niñas, niños y adolescentes, los procesos de protección que se estaban construyendo durante la primera década de este siglo, se han venido debilitando. Poniendo en evidencia la ausencia de un sistema de protección especial, que atienda a los migrantes mexicanos y extranjeros menores de edad, que asegure la coordinación de las diversas instancias obligadas a su cuidado y en especial al desarrollo de mecanismo de determinación de su Interés Superior.
Todo esto debería constituir una de las prioridades de los sistemas y procuradurías, ya que la red de protección debe articular la restitución de derechos no nada más de niñas y niños mexicanos, sino también de los extranjeros en nuestro territorio. A esto debe sumarse la necesidad de articular esfuerzos con los países del triángulo norte, para asegurar el derecho de migrar y de no hacerlo de los infantes, adolescentes y sus familias.
Pero es fundamental que mientras las instituciones hacen lo que les corresponde, nosotros asumamos una actitud diferente hacia los miles de migrantes que cada año están en estas tierras, supuestamente solidarias. Mientras que hace 11 meses la imagen de Alan provocó el hashtag #KiyiyaVuranInsanlik ("la humanidad que trajo la marea"), aquí ni el gobierno ni la sociedad hacemos mucho después del niño ahogado. Evidenciando lo mucho que nos falta para humanizarnos a través de la empatía hacia los otros.