En 1492 los nativos descubrieron que eran indios, descubrieron que vivían en América, descubrieron que estaban desnudos, descubrieron que existía el pecado y que debían obediencia a un rey y una reina de otro mundo y a un Dios de otro cielo y que ese Dios había inventado la culpa y lo vestido, y había ordenado que fuera quemado vivo quien adorara al Sol, a la Luna, a la tierra y a la lluvia que la moja.
-Eduardo Galeano-
Y así sucedió, durante aproximadamente tres siglos todas las civilizaciones de Mesoamérica fueron sometidas con miedo y sangre, los extranjeros a quienes en un principio confundieron con sus Dioses les dieron pedazos de vidrio a cambio de oro, tiraron sus templos y construyeron sobre ellos nuevos templos a los que los nativos no podían entrar pero debían devoción. Derribaron sus creencias y masacraron su cultura, no les dieron más oportunidad para vivir que ser esclavos en su propio mundo, que olvidar su lengua, que someterse a sus reglas, darles a sus mujeres, soportar las enfermedades que con ellos venían, quebrantar por completo su espíritu.
No todo fue tan malo, con la conquista llegó al nuevo mundo lo mejor de el territorio Ibérico, vino el castellano, la religión católica que para muchos fue la principal traba del desarrollo y la evolución, pero que también brindó ayuda, paz, consuelo y asilo a los más desvalidos.
Llegó la medicina y la tecnología que hasta ese tiempo era desconocida de este lado del mundo, como la rueda y los descubrimientos que ya había en Europa, Asia y África, principalmente.
Fraccionaron nuestro territorio y nos dividieron por colonias dependientes de las coronas Española, Portuguesa, Francesa y Británica, nos organizaron por castas y se encargaron de que tuviéramos la certeza de ser afortunados por su invasión en nuestra existencia.
Más de 500 años han pasado, las diferentes regiones de Mesoamérica fueron poco a poco luchando por su independencia, conquistando con sangre su libertades aunque no siempre su soberanía. Los que vivimos aquí ahora somos mestizos, somos el resultado de la fusión de razas y culturas, somos lo que dejó el terrible oscurantismo pero también el nacimiento de una nueva era, nuestro espíritu resistió y renació de las cenizas, la fuerza de nuestra sangre indígena está aún en nuestro color de piel, en nuestro orgullo, en nuestro conocimiento ancestral sobre la tierra y sus ciclos, de generación en generación guardamos los secretos, las madres se los contaron a sus hijas, los padres nos enseñaron a amar la tierra y a tomar los frutos que nos da, a entender las estrellas, a venerar nuestra esencia.
Somos eso, una de las culturas madre enriquecida con la influencia Ibérica, no fue fácil, fue cuestión de siglos y de mucha resistencia y lucha, pero ahora somos nuevamente dueños de nuestra tierra, conservamos sus colores y aromas; adoptamos conocimientos, medicina, arte, cultura. ¿Quien conquistó a quien? Fuimos mucho más fuertes que cualquier arma, que el miedo, nos reconocemos ahora en nuestra tierra, exigimos nuestro derecho de piso, y con esa grandeza de nuestros antepasados debemos entender las necesidades y urgencias de migrantes de otras tierras, de los conquistados de este siglo, de los que huyen de guerras e invasiones y esperan, como lo hicimos nosotros, vivir en paz y libres algún día.
Somos responsables también de la juventud, de los estudiantes, de las mujeres, de la gente que piensa y siente diferente.
Ya alguna vez fuimos pecadores y extraños en nuestro propio suelo, que ese aprendizaje trascienda más que una división geográfica, que una diferencia de religión y cultura.
Que los hijos del sol y de la tierra le enseñen al mundo la grandeza de que estamos hechos, mexicanos todos, hombres, mujeres, homosexuales y transexuales, rubios y morenos, mestizos, católicos, judíos, budistas, ateos, con colores que definan nuestra preferencia política, pero no nuestro origen ni nuestra hermandad, somos el ombligo de la Luna, los hijos del Sol, chingados pero jamás huérfanos, seres de tierra y de maíz.
Afortunados de vivir en esta época, responsables y obligados a hacer bien las cosas.
¡Que viva México! Sí, que viva, que vivamos todos y que todos vivan.