Cuando pude ir a discotecas en mi adolescencia tardía, por decisión propia y congruencia con mis valores, evité ir a lugares con el cadenero racista y clasista en la puerta que podía, sin razón alguna, decidir quién entraba al lugar. Ese empoderamiento podía con sólo un gesto o una palabra lastimar a una persona y marcarla para toda su vida.
Al parecer eso no ha cambiado y muy al contrario, se ha convertido en algo más doloroso. Hoy, los adolescentes (algunos menores de edad que consiguen INEs prestadas o falsas) o adultos prematuros mayores de 18 años, hacen fila para entrar a los antros y esperar que el “San Pedro” gorila decida su futuro inmediato, pues depende si la persona cumple con los “estándares” del lugar -entendiendo como “estándares” lo que el dueño y ese tipo espantoso asumen como gente “bonita” que se vea “bien”-. Hay antros que por ser registrados como “club privado” justifican el derecho a seleccionar a la gente. El negocio del antro empieza en la puerta. Muchos intentan convencer de cualquier manera al cadenero; una de ellas, es prometiendo comprar una botella que normalmente tiene un precio de ciento y pico de pesos, y ofrecen pagar los dos mil quinientos pesos que cuesta adentro ¡con tal de entrar! El alcohol hace milagros, especialmente aprendiendo las bases de la corrupción pues abre las puertas a ese mundo paradisiaco del punchis punchis, de la botella obligada y los shots del lugar. El filtro de la credencial de elector, es también subjetiva y a veces, relativa al precio que se debe pagar para entrar. Adentro, se encuentran con amigos y amigas, algunos de ellos menores de edad, que felizmente alardean estar ahí y no afuera (a veces burlándose del que no pudo pasar).
Lamento que esto suceda, en especial, que la meta de la noche sea lograr saltar la cadena del gran gorila para emborracharse pagando un dineral y así, pasarla bien.
Repito: En mis tiempos, no tan lejanos, por convicción propia, prefería no ir a ese tipo de lugares (el Magic, el Baby, News, Bandasha, por ejemplo). Preferí asistir a los grandes salones de baile (Salón Riviera, Maraca, Salón Los Ángeles, Los Infiernos, entre otros) donde el acceso es comprando el boleto de entrada y para todos, no importando la clase social ni tu forma de vestir. En esos lugares, impera el respeto. Puedes bailar con personas desconocidas una buena salsa o cumbia y regresar a tu mesa agradeciendo el pasito Tun Tun.
Hace poco, unos amigos queridos de mi hija no fueron dignos de la entrada a un antro bar en el sur de la Ciudad de México por no cumplir los “estándares” del lugar pues uno de ellos es Koreano y la otra es morena. Así se los dijeron. Él no se explicaba cómo podían juzgarlo por su apariencia. Difícil explicarle que así no somos todos en mi país. Me dicen que esto sucede en otros países también. La pregunta es: ¿el hecho de que lo hagan, quiere decir que se debe hacer en todo el mundo?
Mi denuncia es vigente. Me preocupa no sólo el guarura gigante de la entrada, los “estándares” marcados por un socio que vive de la socialité, sino los jóvenes que intentan lograr pasar esa puerta a costa de lo que sea como una meta de vida. También sorprenden los padres que suponen que todo está bien y que permiten que sus menores de edad asistan a estos lugares, dándose el encontronazo con la corrupción, fraude, racismo. Nos encontramos con la incongruencia de luchar contra la no violencia, el clasismo y el racismo y por otro lado, se permite que continúen operando lugares en los que imperan los desaires a aquellos que no se consideren lo suficientemente bellos para darle un “look” especial al lugar y donde cambian la entrada por un compromiso de compra. De nuevo… ¿dónde queda la educación, los valores y la congruencia de vida? Termino: “no hagas a los demás lo que no quieres que te hagan a ti y a los tuyos.”