Por. Fernando Coca
X: @Fercoca
Tirarse al piso para detener el convoy del presidente. Escalar vallas para retar a los granaderos. Incendiar frente a Palacio Nacional un bocho para llamar la atención.
Eso hizo el hoy senador Gerardo Fernández Noroña para llamar la atención de las dirigencias de los partidos políticos -principalmente el PRD y el PT- para alcanzar espacios.
Muchos lo tildan de culto, inteligente por ser un lector compulsivo. No sé si hoy quienes lo describían así piensen lo mismo pero sus ataques, principalmente en contra de mujeres, lo muestran como inculto, estúpido y poco leído, además de misógino y machista.
Llamó la atención de la opinión pública por su denuncia en contra de Genaro García Luna. Lo llamó asesino y cómplice del crimen organizado. Eso enamoró a muchos de los que hoy lo siguen. El tiempo le dio la razón en ese tema. El secretario de Seguridad del usurpador está recluido en una cárcel de los Estados Unidos acusado de estar ligado a cárteles de la droga.
En 2017, Andrés Manuel López Obrador era el presidente de MORENA. Realizaba giras por los estados donde abría elecciones: en Coahuila apoyaba al empresario Guadiana; en Nayarit al doctor Navarro, en Veracruz a los candidatos a alcaldes y en el Estado de México a la maestra Delfina.
En algunos eventos de campaña de la maestra Delfina Gómez llegaba Noroña. Andrés Manuel no lo quería cerca. Lo detestaba, no lo quería en los templetes y pedía que se hiciera todo por mantenerlo lejos de la maestra y de él. Y no son versiones que me hayan contado, lo escuché de Andrés.
En el 2018 llegó a San Lázaro arropado por el PT. Ahí se enfrentó a sus compañeros en el movimiento. Increpó a Porfirio Muñoz Ledo y a otros, siempre con la voz en alto para insultar, provocar y madrear.
Vino el proceso interno para elegir candidato en MORENA para buscar la presidencia. Sin ser del partido, Noroña fue aceptado para competir. Pero no compitió. Usó el espacio para golpear a uno de los competidores.
Eso le dio para llegar al Senado.
Ahí le dieron, luego de chantajes y lloriqueos, la presidencia de la Mesa Directiva. Desde ahí se mostró tal cual es. No irreverente, sino autoritario; no crítico, sino complaciente; no dialogante, sino censor. El humilde y austero Noroña del pasado se reveló nuevo rico, fifí, abusivo.
Humilló a un ciudadano que lo increpó en una sala VIP de un aeropuerto. Para efectuar su hazaña usó el poder del Senado para exigir una disculpa pública por el comportamiento noroñista de su detractor.
Su manejo en la dirección de la discusión legislativa provocó el enojo de la oposición y de muchos de sus compañeros de bancada.
Pero lo peor fue su trato en contra de las mujeres legisladoras de la oposición. Y cuando se creía que no podría atreverse a más, se fue en contra de mujeres periodistas.
Las difama, las ataca, las expone, intenta humillarlas, pero el tiro le sale mal.
Obsesivo, muestra su odio por la senadora Téllez. Obsesionado, intenta luchar contra Azucena Uresti, pero su “inteligencia” frente a la periodista es limitada. Ella no sólo lo exhibe, sino que, cuando lo reta a presentar las pruebas de lo que acusa, Noroña no actúa como varón ante el reclamo sin que llore, se victimice y cobardemente se esconde y ataca.
Ahora ataca a Grecia Quiroz, viuda de Carlos Manzo, alcalde asesinado de Uruapan. A ser designada por el Congreso de Michoacán como presidenta municipal en lugar de su marido y seguir con la lucha de Manzo, Noroña la acusa de estar en la ultraderecha, de usar políticamente la muerte de su marido y de aspirar a ser gobernadora de su estado.
Noroña se metió donde no debía. Sus criticas a Grecia Quiroz están fuera de lugar pues la acusa de ser resiliente y por eso asume el encargo político de su marido a causa de una tragedia.
Noroña quiere escándalo. Como siempre, quiere ser el niño del bautizo, la novia de la boda y el muerto del velorio.
Es escandaloso que el escándalo de Noroña no tenga consecuencias cuando ha demostrado ser machista, misógino y violentador.
