Por. Boris Berenzon Gorn
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La cultura de la ansiedad, en su concepción contemporánea, representa un fenómeno profundamente vinculado no solo a las presiones sociales históricas, sino también a las complejidades de la era digital. En el contexto actual, este fenómeno se ha visto exacerbado por el constante flujo de información y la sobreestimulación a la que estamos expuestos. La ansiedad, en su forma tradicional, es una respuesta natural y necesaria que nos permite enfrentar situaciones de peligro o amenaza. Sin embargo, la creciente permeabilidad de los entornos digitales ha transformado la ansiedad en una respuesta culturalmente instalada, que afecta a individuos de diferentes edades y contextos, sobre todo en las generaciones más jóvenes. La felicidad y la alegría no dependen de no tener ansiedad, sino del lugar simbólico que se le asigna.
La ansiedad ha sido siempre parte del ser humano, un mecanismo paulatino en la historia ante situaciones de peligro, como lo señalaron los diversos estudios sociales sobre emociones. Las primeras civilizaciones, como las tribus primitivas, asociaban la ansiedad a las amenazas inmediatas: la lucha por la supervivencia, el riesgo de ser atacados o de perderse en la naturaleza. Con el paso del tiempo, estas reacciones adaptativas se diversificaron en las culturas humanas, pero siempre han tenido un componente funcional que ha ayudado a la especie a mantenerse alerta ante riesgos.
Hoy, en pleno siglo XXI, las preocupaciones no solo tienen que ver con amenazas físicas inmediatas, sino también con desafíos abstractos y mucho más difusos. Aquí entra en juego la cultura de la ansiedad, entendida no solo como una característica emocional individual, sino como un fenómeno colectivo, impulsado por los cambios en la sociedad moderna, especialmente por la metamorfosis que se dan en la comunicación y las redes sociales. El lenguaje, los valores, los hábitos y las costumbres de las culturas actuales están influenciados por una abrumadora información y la sobreestimulación, lo que genera una sensación constante de ansiedad en muchos individuos, pero también en diversas comunidades de la sociedad.
El mundo digital ha transformado radicalmente las formas en que nos relacionamos con los demás y con el entorno. Las redes sociales, los dispositivos móviles y la conectividad constante han amplificado la sensación de estar siempre disponibles, de ser constantemente evaluados, y de no poder desconectar de un entorno que nos exige rendir, cumplir y destacar. Esto ha generado una cultura en la que el éxito, la perfección y la validación se buscan en línea, lo que lleva a muchas personas a experimentar niveles elevados de ansiedad. Somos llamados por el tiempo de lo inmediato y una suerte de geografía instantánea.
Este fenómeno es particularmente evidente en la generación Z y los millennials, quienes están más expuestos a las presiones sociales de las redes sociales, a los ideales de belleza y éxito proyectados por “influencers” y lideres de opinión en todos los temas, y a las expectativas que estos entornos digitales imponen. Estas plataformas no solo amplifican la ansiedad por la validación social (a través de “me gusta”, seguidores o comentarios), sino que también crean una sensación de FOMO (Fear of Missing Out, miedo a quedarse fuera). El miedo a no estar al tanto de lo que sucede en el mundo digital, a no estar “conectado” o a no formar parte de las conversaciones más relevantes, es una fuente importante de ansiedad para las nuevas generaciones.
La ausencia de los derechos digitales detona la cultura de la ansiedad. En el mundo digital, las personas no solo están expuestas a una cantidad gigantesca de información y datos; sino también a una constante invasión de su privacidad. Las plataformas sociales y otras aplicaciones recogen grandes cantidades de datos sobre los usuarios, lo que crea una sensación de vulnerabilidad. La falta de control sobre la propia información personal genera una sensación constante de exposición, algo que contribuye a la ansiedad digital. Por otro lado, la velocidad con la que circulan los mensajes y la información —que no siempre es veraz ni confiable— también contribuye a un ambiente de incertidumbre y preocupación.
Los derechos digitales, como la protección de la privacidad, la gestión de los datos personales y la seguridad en línea, son ahora más importantes que nunca. La creciente consciencia sobre estos derechos busca equilibrar las dinámicas de poder que las plataformas digitales tienen sobre los usuarios. La preocupación por la privacidad en internet, el temor a ser manipulados por algoritmos que moldean las experiencias de los usuarios, y la constante vigilancia digital alimentan un ciclo de ansiedad. Además, el fenómeno de la “desinformación” ha contribuido a aumentar la sensación de inseguridad, generando confusión sobre lo que es verdadero o falso y aumentando el estrés asociado con el consumo de información. Por otro lado, la sobrecarga de información se ha convertido en una de las principales fuentes de ansiedad en la era digital.
La posibilidad de acceder a información en tiempo real ha transformado la forma en que procesamos y asimilamos los acontecimientos. Las noticias, tanto locales como globales, se presentan constantemente en las redes sociales y plataformas de comunicación digital. El bombardeo constante de noticias relacionadas con el clima, la política, la economía, la cultura, la salud y otras áreas de gran relevancia genera un estado de estrés continuo, ya que el individuo se enfrenta a una especie de “infoxicación” que dificulta la toma de decisiones y aumenta la sensación de impotencia. ¿Un nuevo malestar de la cultura?
La generación de cristal, acuñada para describir a los jóvenes nacidos entre 1995 y 2010, es un ejemplo claro de cómo la ansiedad se ha convertido en un componente cultural básico. Los miembros de esta generación han crecido en un entorno virtual donde las emociones son intensamente expuestas y las reacciones a los estímulos, como el miedo y la ira, a menudo son más visibles que en generaciones anteriores. Se les ha acusado de ser más “sensibles” o de tener menor capacidad para lidiar con las emociones, pero en realidad lo que sucede es que viven en un contexto cultural donde las sensaciones humanas se negocian de manera diferente. La presión constante de estar “perfectamente alineados” con los ideales de la sociedad digital y las expectativas sociales en general hace que esta generación se sienta, a menudo, insuficiente o inadecuada, y la ansiedad se convierte en una consecuencia de esta dinámica y muchas veces un valor de cambio del propio sistema.
Más allá de la percepción negativa que a menudo se tiene sobre esta generación, es necesario considerar las capacidades de respuestas emocionales que también caracteriza a muchos de sus miembros. Aunque se les etiquete de “frágiles”, muchos jóvenes están desafiando las normas establecidas y exigiendo cambios en las estructuras sociales y laborales que no fomentan la fortaleza psiquica. Las redes sociales también se han convertido a veces en plataformas de apoyo, donde los jóvenes se organizan para hablar sobre la higiene de la psique, para desafiar las presiones sociales y para promover nuevas formas de entender el bienestar.
La cultura de la ansiedad en el contexto de la era digital se presenta como un fenómeno que abarca las emociones individuales, y las expectativas culturales sobre el individuo. Las plataformas digitales, el auge de las redes sociales y la hiperconectividad, junto con los derechos digitales, han marcado profundamente la manera en que las personas experimentan el mundo y la ansiedad en él. Es necesario replantear la forma en que nos relacionamos con la tecnología, buscando una convivencia más saludable que permita mitigar los efectos negativos de la sobreinformación y las presiones sociales, para poder encontrar un equilibrio entre la vida digital y el bienestar emocional.
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Manchamanteles
Cuentan que Diógenes de Sinope es recordado principalmente por haber vivido en una vasija y por su célebre enfrentamiento con Alejandro Magno, pero su vida estuvo llena de sucesos aún más extravagantes que marcaron su carácter único. Según las fuentes históricas, llegó a la ciudad griega acompañado de su esclavo Manes, después de ser expulsado de Sinope junto con su padre por falsificar moneda. pero, al poco tiempo después, Manes lo abandonó, y fue entonces cuando Diógenes demostró su imperturbable autosuficiencia, afirmando con su característica audacia: “Si Manes puede vivir sin Diógenes, ¿por qué Diógenes no va a poder vivir sin Manes?”. Esta declaración se convirtió en una de las primeras manifestaciones de su inquebrantable independencia y su desafío a las convenciones sociales.
Narciso el obsceno
La ansiedad en el narcisismo a menudo surge de la constante necesidad de validación externa, ya que el individuo teme que su imagen perfecta se desmorone ante la posibilidad de no ser admirado o reconocido.