Por. Boris Berenzon Gorn
Desde que tengo memoria, sabía que había algo mal con nuestra
forma de vida cuando las personas podían ser maltratadas por el color
de su piel.
Rosa Parks
Con la llegada masiva de migrantes provenientes de Haití en el último año, se han evidenciado realidades lamentables que tienen lugar en nuestro país, y que son la punta del iceberg de males sociales que requieren ser concientizados y trabajados a profundidad. Ya hemos analizado en otros momentos los efectos y las razones para el desplazamiento forzado, las dificultades que enfrentan los migrantes en los lugares de acogida y de paso, así como el malestar generado por la falta de recursos y el choque cultural.
Pero en esta ocasión, debemos atender un llamado urgente ante la xenofobia y el racismo que se han popularizado en espacios comunitarios e incluso en redes sociales contra buena parte de los migrantes ubicados en diversas zonas de nuestro país, especialmente en áreas fronterizas y urbanas como la Ciudad de México, cuya presencia ha desatado toda serie de reacciones entre la población, muchas de ellas bastante negativas y que reflejan el pasado colonial y de opresión que sentó las bases de nuestra construcción nacional y que desafortunadamente no ha sido extirpado hasta nuestros días.
De manera paralela a la migración proveniente de Haití y otros lugares de Centroamérica y Sudamérica, existe un proceso creciente de gentrificación en las zonas urbanas con mejor calidad de vida. El ejemplo común lo tenemos en las colonias Roma y Condesa de la Ciudad donde cada vez más inmigrantes provenientes de Estados Unidos, Canadá e incluso algunas partes de Europa han tomado los espacios públicos y se han instalado, desplazando a la población originaria y ofreciendo un alto nivel de compra y renta que les ha permitido ser consumidores privilegiados en cuestión de alquiler, productos y servicios. El problema de la gentrificación está generando un efecto dominó que demanda intervención inmediata de las autoridades, pues los locales se están viendo presionados a abandonar sus sitios de origen y habitación.
Por el momento, este ejemplo tiene por objetivo analizar la percepción de las personas locales ante el incremento de inmigrantes blancos en las zonas de alto nivel adquisitivo. Sobra decir que, en muchas de ellas, el inglés se ha vuelto la lengua obligatoria; el encuentro cultural y los problemas generados tienden a resolverse a favor de los inmigrantes, y se ha dado una oleada generalizada de adaptación a las necesidades y costumbres de los recién llegados, algunos de los cuales, como se ha visibilizado en redes sociales en más de una ocasión, han manifestado conductas y actitudes racistas y discriminatorias hacia mexicanos. Paradójicamente, su presencia se vincula con estatus y poder económico, y se han construido verdaderas ciudades dentro de la ciudad que garantizan su comodidad.
Por el contrario, los inmigrantes provenientes de Haití y otras partes de Latinoamérica no han sido recibidos con la misma actitud. Si bien muchos de ellos han conseguido adaptarse en espacios comunitarios, se instalan en trabajos, obtienen apoyos por parte de los connacionales y se están volviendo parte del paisaje común (lo que reduce las reacciones de sorpresa y las miradas incómodas); la experiencia de la mayoría no ha sido fácil y se reportan cada día más casos de racismo y discriminación por parte de los locales, sobre todo contra los afrodescendientes, personas que comúnmente no eran vistas en ciertas latitudes del país más que en un porcentaje muy pequeño.
Los locales argumentan, para justificar su discriminación y racismo, que los inmigrantes han traído disrupción y desarticulación del espacio público. Se han instalado en campamentos donde esperan, en su mayoría, poder entrar al país del norte por la vía legal, y donde residen, según lo afirman, de manera temporal, teniendo que adaptarse a las condiciones marginales y los escasos recursos con que se cuenta. Pero la llegada masiva de personas provenientes en su mayoría de Haití es catalizadora de transformaciones y desafíos.
Como puede inferirse, instalarse en lugares que no fueron diseñados previamente para habitar trae consigo conflictos que crean inconformidad entre los locales. En primer lugar, por las mutaciones del espacio público y los inconvenientes que pueden derivarse de esto; por la falta de saneamiento y por verse orillados a satisfacer todas sus necesidades en los espacios con que cuentan, ya sean fisiológicas, educativas o comunitarias. Problemas como la basura, la falta de baños públicos, la toma de banquetas, canchas y otros sitios, son denunciados por los vecinos y tienden a crear la falsa sensación de que lo lógico es culpar a los recién llegados.
Dentro de este panorama, se están sistematizando conductas de rechazo hacia las personas afrodescendientes y provenientes de otras partes de Latinoamérica. Y a las cosas hay que llamarlas por su nombre; estamos de frente ante las diversas caras del racismo, mismo que no ha disminuido a pesar de que somos un espacio multidiverso con una población predominantemente “mestiza”. La usual discriminación hacia las comunidades indígenas y afrodescendientes es un mal que se transmite no solamente en las prácticas cotidianas, sino también en los medios de comunicación y en la educación a todos los niveles.
La discriminación no solamente viene acompañada de violencia fundada en estereotipos y prejuicios, sino también de falta de oportunidades y negación de los derechos humanos. La pigmentocracia sigue influyendo en el acceso a mejores condiciones de vida y se mantiene como un arquetipo incuestionable que vincula la blanquitud con lo deseable, el poder y el dinero; mientras que los tonos más oscuros de piel suelen ser objetos de odio, vinculados a la miseria, el desorden, el crimen, la falta de educación y hasta la “maldad”. Estos prejuicios medievales permanecen en el imaginario colectivo y cobran víctimas a diario, en pleno 2024.
A la discriminación y el racismo agregamos la xenofobia, herencia de nacionalismos decimonónicos que atribuye a los habitantes de un país un carácter y modelo de ser propios. Las fronteras políticas, implementadas arbitrariamente y que unen a individuos tan dispares como las células de nuestro cuerpo son utilizadas como mecanismo narrativo para argumentar el odio hacia lo ajeno, un odio irracional y fundado en imaginarios que en plena era de la globalización son más insostenibles que nunca.
Los discursos de odio se transmiten con pequeñas acciones, y ante un proceso irreversible como los movimientos migratorios, debemos ponernos en perspectiva sobre aquello que urge cambiar como sociedad. Los problemas asociados a la migración no son culpa de los migrantes. El desplazamiento forzado es consecuencia de procesos muy graves, como la violencia generalizada, la falta de acceso a servicios básicos, la imposibilidad de garantizar los derechos humanos y los conflictos políticos. Las personas recién llegadas de estos lugares, a diferencia de quienes gentrifican para mejorar su nivel de vida, viajan presionadas por el contexto y enfrentan dificultades y desafíos incontables.
Cabe aclarar que este no es un llamado para generalizar el racismo y salir a atacar a los inmigrantes de zonas gentrificadas, sino para examinar críticamente que los límites a la gentrificación deben provenir de las políticas públicas, y que las acciones para resolver los problemas de las zonas marginales también requieren esfuerzos colectivos; pero sobre todo, para admitir que en ninguno de los dos casos puede justificarse el rechazo, el odio y el acoso contra las personas por su lugar de origen o color de piel.
Los procesos migratorios suelen ser enriquecedores y han conformado a la humanidad durante toda la historia. En nuestro país los recién llegados comienzan a compartirnos su cultura e imbuirse en la nuestra, a relacionarse con los locales y hasta a escoger a nuestro país como residencia definitiva. Recibir a los recién llegados requiere deconstruir nuestras ideologías, romper con el racismo y la discriminación, parar con la replicación de los discursos de odio e involucrarnos para resolver los conflictos colectivamente. Una persona es responsable de sus actos, no de su origen o fenotipo, y sólo como individuos iguales en derechos podremos reconocer nuestras diferencias y similitudes como algo enriquecedor.
Manchamanteles
Continuando con nuestra serie: “Enero para recordar poetas femeninas”, recordemos a nuestra querida Rosario Castellanos con su poema “Destino”.
Matamos lo que amamos. Lo demás
no ha estado vivo nunca.
Ninguno está tan cerca. A ningún otro hiere
un olvido, una ausencia, a veces menos.
Matamos lo que amamos. ¡Que cese esta asfixia
de respirar con un pulmón ajeno!
El aire no es bastante
para los dos. Y no basta la tierra
para los cuerpos juntos
y la ración de la esperanza es poca
y el dolor no se puede compartir.
El hombre es anima de soledades,
ciervo con una flecha en el ijar
que huye y se desangra.
Ah, pero el odio, su fijeza insomne
de pupilas de vidrio; su actitud
que es a la vez reposo y amenaza.
El ciervo va a beber y en el agua aparece
el reflejo del tigre.
El ciervo bebe el agua y la imagen. Se vuelve
-antes que lo devoren- (cómplice, fascinado)
igual a su enemigo.
Damos la vida sólo a lo que odiamos
Narciso el obsceno
Dicen que bajo la carpa de un tianguis todos somos “güeritos”, ¿aplicará para los tianguis de la Condichi?