jueves 21 noviembre, 2024
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«ABREVADERO DE LETRAS» Más grande sólo Dios

  • Crónica de una charla con Eduardo Mata
  • “No dirigía con las manos, sino con todo su ser…”

Por: Cut Domínguez

Allí estaba frente a él. En su camerino de la Sala de Conciertos Nezahualcóyotl, me envolvía un ambiente seco con un silencio frío, cortante; jamás imaginé que un individuo me impresionara tanto, pero era Eduardo Mata, el más grande director de orquesta mexicano, de la importancia de Silvestre Revueltas y Carlos Chávez. Y si alguien tuviera que superar semejante altura sería Dios. Me dedicó, cordial, una mirada azul profundo y dijo: “Siéntese, por favor”.

Comenzamos hablando de su itinerario musical durante un año dirigiendo entonces conciertos en Dallas, Europa (Rotterdam, Londres, Frankfurt, Francia) y México; así como de la imagen del director como la imagen del poder, entre otras cosas. De esta última señaló tratarse de una idea relativa. Estaba convencido del respeto y no la imposición como forma de autoridad. Creía que enamorar con la  batuta es eso y más que imponer debía convencer.

Toda esta aventura inició a principios de octubre de 1993. Me encontraba en las oficinas de Medios y Publicidad de Difusión Cultural de la UNAM, aún como reportero de dicha dependencia. Un manantial de historias giraban punzantes en mi cabeza sobre la vida y obra del director y se agrandaban cada vez más en espirales sucesivas. Había escuchado, por ejemplo, que dictó los planes de cómo quería que se construyera la Nezahualcóyotl, pensando en la Filarmónica de Berlín; esto es, un recinto con el escenario adelantado donde público y ejecutantes tuvieran más cercanía, más intimidad. Algo novedoso para su tiempo.

¿Azar?, ¿chiripa?, ¿casualidad? No creo. Acepto la causalidad. Al otro día de que todos estos juicios merodeaban por mi testa, me encontré con un amigo y le conté mi pretensión de entrevistar al artista. Tiempo después estábamos en la redacción de la revista Vogue México para presentarme al editor de la publicación, quien con cierta mofa expreso: “Aquí no es fácil colaborar, pero si me traes una entrevista con Eduardo Mata, te voy a considerar”. Escuché sereno sus palabras como un reto profesional. ¿Y por qué no? hasta personal. Recordé el popular refrán: “No importa lo grande que te creas, más altos están los postes y los mean los perros”. Luego respondí: “Sí señor, la tendrá”.

Dicen que la desesperación tiene vergüenza, no fue mi caso. Comencé a preguntar aquí, allá, hasta llegar con Betty Aranda, asistente del director de orquesta en aquel tiempo Departamento de Música de la Máxima Casa de Estudios. Luego de confesar mi interés por conversar con Mata, Betty señaló que éste se encontraba dirigiendo en Estados Unidos, prometió programar una cita y refirió su actividad, a partir de 1966, como titular de la Orquesta de la Universidad, que después se convertiría en la Orquesta Filarmónica de la UNAM, la OFUNAM, con la que estuvo asociado hasta 1975.

Como un atleta preparándose para la competencia más importante de su vida, me entregué a la faena de indagar todo lo relacionado a mi futuro entrevistado. Fueron horas, días, meses, largos y cansados. En casa, iba al lavabo para mojarme la cara, sentía frescura, desahogo, conforme avanzaba en mi búsqueda. Me animaba.

Según su amigo, el Dr. Ruy Pérez Tamayo, Mata “No dirigía con las manos, sino con todo su ser […] animando con su entusiasmo y su entrega completa y sin reservas a sus músicos”. De ahí en adelante no solamente conseguía información, como su nombramiento, a partir de 1972, como titular de agrupaciones como: Sinfónica de Phoenix, Dallas, London Symphony Orchestra y Pittsburgh, también mis oídos escuchaban música.

Pongamos que no te dan la cita, rezongó el editor de Vogue del otro lado del auricular, en tono que sangraba desconfianza; pongamos que sí, contesté. El maestro ya está en la UNAM, ensaya con la orquesta y solo espero que me den la fecha, añadí. No pasó una semana de esta llamada cuando Betty Aranda me dio la gran noticia: el director y compositor me recibiría el martes 11 de julio de 1994, a las 11:30 de la mañana, terminando el ensayo. Fui feliz en los siguientes cuatro días y repasé los detalles para el encuentro.

Estuve puntual a la reunión, era mi primera entrevista con una figura de nivel internacional. Me encontraba inquieto, pero él siempre caluroso me dio confianza para apaciguar mis nervios. Conversamos, por supuesto, de música, aunque también de sus gustos personales; como pilotear aeronaves. Y como si fuera un profeta, habló de su deceso. Murió el 4 de enero de 1995, volando su propia avioneta en un viaje de Cuernavaca a Dallas. No tengo duda, Eduardo Mata se fue en aquel momento de este mundo para dirigir la Sinfónica Celestial.

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